El precedente

La “finlandización”, ¿una solución a la crisis entre Ucrania y Rusia?

El país nórdico aceptó durante la Guerra Fría una neutralidad impuesta para garantizar su soberanía frente a la URSS

Manifestación en solidaridad con Ucrania en el centro de Helsinki
Manifestación en solidaridad con Ucrania en el centro de HelsinkiDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

En medio de la crisis que enfrenta a Rusia contra Estados Unidos y la OTAN por Ucrania, se sugiere en ocasiones la vía de la “finlandización” como una salida para satisfacer las demandas de seguridad de Moscú: un país neutral que sirva como parachoques entre la Alianza Atlántica y el “oso ruso”.

Antes que nada cabe recordar que el término “finlandización” fue utilizado de forma despectiva en los años setenta por quienes se oponían en la República Federal Alemana a la política de apertura al Este (”Ostpolitik”) puesta en marcha por el canciller socialdemócrata Willy Brandt.Sus detractores comparaban su estrategia con la del Gobierno finlandés, que tras la Segunda Guerra Mundial y en ruinas tras tres contiendas en apenas 25 años, aceptó firmar con la Unión Soviética en 1948 un Tratado de Amistad Cooperación y Asistencia Mutua (TCAM) que ataba de pies y manos la política exterior y de defensa del país nórdico a cambio de ver respetadas sus fronteras.

Helsinki no pudo reconstruirse con el Plan Marshall y tampoco integrarse en la OTAN, como sí lo hicieron sus vecinos nórdicos Noruega, Dinamarca e Islandia. A través del TCAM, Finlandia no solo renunciaba al 10% de su territorio a favor de la URSS, sino que se comprometía a impedir desde su territorio cualquier intento de invasión de su poderoso vecino, con el que compartía 1.300 kilómetros de frontera.

El ex primer ministro finlandés Alexander Stubb recuerda que “En Finlandia, cuando se dice que alguien está ‘finlandizado’, es casi un insulto, pues significa que opta más del lado ruso que de Occidente”.

Hasta que no se desmoronó la URSS, Finlandia no pudo romper con su Tratado de Amistad con Moscú e iniciar el proceso para lograr su plena integración en Europa occidental con su solicitud de adhesión a la UE en 1992. No tuvo que esperar demasiado. El 1 de enero de 1995, ingresó en el “club comunitario” junto a otros dos países neutrales, Suecia y Austria. Encajada entre los dos bloque en el centro de Europa, Austria, ocupada por los aliados tras la II Guerra Mundial, se declaró neutral en 1955 a cambio de no unirse a ninguna alianza militar.

El caso sueco es muy significativo porque la neutralidad no es resultado de los juegos de la Guerra Fría, sino de una tradición que se remonta a las guerras napoleónicas. Desde 1814, Suecia ha disfrutado de paz, al margen de conflictos armados, lo que permitió su desarrollo económico y social.

Un pequeño país entre el yunque y el martillo

Teivo Teivainen, profesor de la Universidad de Helsinki, recuerda que “éramos un pequeño país entre el yunque y el martillo”. “Mucha gente acepta que la finlandización forma parte de nuestra historia”, considera. “Pero evocar el término, ya sea en referencia a Finlandia o a Ucrania, es una ofensa” para muchos, explica Teivainen.

La imposición de la neutralidad a Ucrania para apaciguar a Rusia fue evocada por el presidente francés, Emmanuel Macron, durante el vuelo que le llevó a Moscú este lunes para entrevistarse con el líder ruso, según informa el diario “Le Figaro”. «Vladimir Putin quiere un cambio profundo en la política de la OTAN», constata Macron, por lo que «hay que encontrar una solución para que este espacio de seguridad que es la OTAN coexista con Rusia. Un elemento es la no pertenencia de Ucrania a la OTAN».

Esta “finlandización”, por tanto, implicaría que Kiev renunciaría a integrarse en una alianza militar, pero podría estrechar su lazos económicos con la UE, tal y como demandan sus autoridades. Sin embargo, no parece que este compromiso sea suficiente para el Kremlin teniendo en cuenta los antecedentes de la Revolución del Maidán en 2014. Entonces, el presidente prorruso Viktor Yanukovich renunció a firmar un acuerdo de asociación ya negociado con Bruselas por la presión de Moscú, lo que se convirtió en el detonante de las protestas. Es decir, que los frustrados anhelos de integración europea (no en la Alianza Atlántica) mostrados por los manifestantes ucranianos fueron respondidos por Moscú con la anexión de Crimea y el apoyo ruso a los separatistas de Lugansk y Donetsk.

Como constaba en esa época un informe del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), Rusia no se conforma con limitar la política de defensa de Ucrania, sino que aspira a un control total sobre un país al que considera indivisiblemente unido a Rusia desde hace 1.200 años.«La estrategia del Kremlin no permite una Ucrania cercana a la OTAN, pero tampoco quiere que Ucrania esté más cerca de la UE, incluso si tratara de mantener relaciones estrechas también con Rusia. En el fondo, Moscú ni siquiera aprueba la idea de una Ucrania independiente», aseguraba el “think tank”.

De hecho, Rusia parece haberse olvidado del Memorándum de Budapest firmado en 1994 por Leonid Kuchma (Ucrania), Boris Yeltsin (Rusia), Bill Clinton (EE UU) y John Major (Reino Unido), por el que Kiev renunciaba a su arsenal nuclear (5.000 cabezas atómicas) y Moscú reconocía la soberanía de su vecino eslavo. Papel mojado a la vista de los acontecimientos veinte años después.

Durante el “Maidán”, figuras como el ex secretario de Estado Henry Kissinger abogaba por una “vía finlandesa” para Ucrania. “A nivel internacional [Ucrania] debería adoptar una postura comparable a la de Finlandia. Esa nación no deja dudas sobre su independencia, coopera con Occidente en la mayoría de ámbitos, pero evita cuidadosamente la hostilidad institucional hacia Rusia», escribía en la revista “Foreign Affairs”.

Lo cierto es que más allá de la extrapolación histórica de un mecanismo utilizado en los albores de la Guerra Fría, las diferencias entre Finlandia, que formó parte del imperio ruso entre 1809 y 1917, y Ucrania, que no fue un país independiente hasta el desmembramiento de la URSS en 1991, son enormes. Demográficamente, los 5,5 millones de habitantes del país nórdico contrastan con los 41,5 de la ex república soviética. Ucrania, con una superficie de 603.550 kilómetros cuadrados, dobla en extensión los 338.450 de Ucrania. Pero tal vez el poder económico sea los más sustancial: los 42.680 euros de renta per cápita de un finlandés frente a los apenas 3.283 de un ucraniano.

“Las viejas palabras para situaciones nuevas funcionan poco”, alerta Stubb en Twitter. “Ninguna gran potencia, Rusia o cualquier otra, debe decidir sobre la línea a adoptar por Ucrania en materia de su propia seguridad”, asegura el ex primer ministro finlandés.

En opinión del ex presidente estonio Toomas Hendrik Ilves, “Finlandia no habría sido considerada una democracia” durante el período de “finlandización”. “No era bueno ver eso”, añadió. El político de Estonia, que como las otros dos repúblicas bálticas (Letonia y Lituania) vivió bajo el yugo soviético hasta 1991, hace alusión al artífice de poner en práctica esa política de buena vecindad con la URSS, Urho Kekkonen, que ocupó la jefatura del Estado entre 1956 y 1981.

Entonces, el presidente finlandés no era elegido por sufragio universal, sino por el Parlamento (”Eduskunta”). Kekkonen, que tuvo la habilidad de mantener unas excelentes relaciones con su poderoso vecino, al tiempo que construía una Finlandia rica y democrática, era muy apreciado en Moscú, donde se le consideraba un amigo y se le premió con el Premio Lenin de la Paz.

Tal vez nadie mejor que el veterano político finlandés para explicar esta neutralidad tan especial: “No ofrecemos nuestro tratado con la URSS como modelo para otros Estados del mundo, pero ofrecemos como modelo sus consecuencias: una cooperación, basada en la confianza mutua de dos Estados con diferentes sistemas sociales. Esto es la verdadera ‘finlandización’ y con esta interpretación puede ser usado el término universalmente, sin ninguna discriminación para Finlandia”.