Consecuencias

El efecto dominó de la guerra en Ucrania alarma a Georgia y Moldavia

En ambos países, Rusia controla una parte de su territorio Abjasia del Sur y Osetia y Transnistria igual que ocurre en Ucrania con el Donbás

Un mural en Polonia compara a Putin con Hitler y Stalin
Un mural en Polonia compara a Putin con Hitler y StalinADAM WARZAWAAgencia EFE

La especialidad de Vladimir Putin es mezclar geopolítica y conflictos internos. En Georgia y Moldavia, las fuerzas militares rusas son invasoras. El enfrentamiento abierto entre Rusia y Ucrania no sólo está destruyendo las relaciones entre Moscú y Kiev, está cambiando la política en toda la región agitando la dinámica de los conflictos territoriales existentes con Chisináu y Tbilisi. “Tenemos miedo de que Rusia no se detenga en Ucrania”, aseguró el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell.

Quince países independientes surgieron de la desintegración de la Unión Soviética, seis de ellos, Ucrania, Bielorrusia y Moldavia y los tres estados bálticos de Letonia, Lituania y Estonia, están en Europa y el resto tiene una relación complicada con la Rusia moderna. Al Kremlin solo le queda un aliado en la región, Bielorrusia. La última dictadura de Europa bajo el poder del líder autocrático Aleksander Lukashenko.

Putin ha utilizado durante años los llamados “conflictos congelados” para extender su influencia más allá de sus fronteras. La situación del Gobierno Modavo, proeuropeo, es similar a la de Kiev, los separatistas prorrusos gobiernan Transnistria a lo largo de la frontera con Ucrania. Rusia mantiene aquí a 1.500 militares y más de 20.000 toneladas de armamento bélico. Kiev ha dinamitado los puentes que los unen y reforzado el patrullaje de sus fronteras por el temor a ser atacados en el flanco suroeste.

El modelo de Georgia

Para los georgianos, la guerra en Ucrania tiene muchas similitudes con la invasión de su propio país en 2008. En una guerra de cinco días, Rusia quebró Georgia y declaró la victoria de las fuerzas invasoras en Abjasia y Osetia del Sur, para posteriormente estacionar allí sus tropas. Desde entonces, Chisináu y Tbilisi han querido acercarse más a la Unión Europea y a la OTAN, aunque ninguna de las dos membresías se asomaba inmediata. Ambos gobiernos trabajan con la intención de crear un vínculo más fuerte con la UE, incluso teniendo en cuenta que cuando las fuerzas rusas “pacificadoras” llegan a un territorio nunca se van.

Georgia y Moldavia, al igual que Ucrania, tienen Acuerdos de Asociación con la UE y están formalmente comprometidos a unirse a la unión. El 3 de marzo, Georgia, junto con Moldavia, siguió el ejemplo de Ucrania al presentar una solicitud formal de ingreso en la UE. Tiflis busca ingresar a la OTAN, mientras Chisináu es constitucionalmente neutral, por lo que su integración a corto plazo no es viable.

En los últimos años, el Gobierno georgiano ha temido incitar a tu todopoderoso vecino del norte. Georgia no ha secundado las sanciones económicas contra Rusia, tachándolas de improductivas y se ha mantenido cauteloso. “Nos solidarizamos con todos, pero primero debemos proteger a nuestro país y a nuestra gente” aseguró Irakli Garibashvili, primer ministro de Georgia. Estas sanciones, argumentó, tendrían más perjuicios para los georgianos en áreas como el turismo, comercio y las remesas familiares que llegan al país desde Rusia. Georgia también se ha negado a cerrar el cielo a la aviación rusa. Tiflis y Chisináu, más pequeñas y más lejanas, temen quedarse solas frente a Rusia.

Condena en la ONU

Los malabares políticos de Garibashvili hacen que tenga que responder y seguir la unanimidad de la comunidad internacional. Georgia apoyó la Resolución de la Asamblea General de la ONU del 2 de marzo que condena el ataque ruso, la suspensión de la membresía de Rusia en el Consejo de Europa y el lanzamiento de la investigación de la Corte Penal Internacional sobre presuntos crímenes de guerra en Ucrania.

La membresía georgiana ahondaría el conflicto del Kremlin con Occidente. Rusia tiene en Georgia una manera fácil de desestabilizar no solo al país, sino a Europa, aprovechando su influencia en las regiones separatistas. Guardias fronterizos rusos patrullan una frontera artificial de Osetia del Sur con Georgia muy cerca del oleoducto Bakú-Tbilisi-Supsa que transporta petróleo de Azerbaiyán a Europa. A lo largo de 540 kilómetros que separan las regiones separatistas, ignorada por la comunidad internacional, se abre paso una línea fronteriza fuertemente militarizada con más de 1.700 soldados.

En Georgia, a diferencia de Transnistria, Putin ha acrecentado los conflictos étnicos. Las dos sociedades prácticamente no tienen contacto entre sí. En lo que respecta a las medidas para solucionar el conflicto, las dos partes tienden a mantener posiciones excluyentes. Ambos pueblos viven con narrativas de permanente división y alienación del otro. Pocos pueden imaginar un futuro diferente.

En Transnistria, Moscú adopta un enfoque de “patrocinio”, apoyando a la región y enriqueciéndola a través del conglomerado Sheriff, al tiempo que intenta mantener las puertas abiertas y los vínculos económicos con Moldavia, sobre todo a través del gas. En teoría, Putin podría estar interesado en un “gran acuerdo” haciendo concesiones en estos conflictos a cambio de que las potencias occidentales, Georgia y Moldavia se comprometieran a desistir de su intento de ingresar en la OTAN.

En un momento de crisis, Moldavia y Georgia en primera línea de la zona de influencia rusa, precisan asistencia más allá de la militar. El campo de batalla actual de Chisináu y Tbilisi es la guerra híbrida que el Kremlin lleva a cabo a través de políticas encubiertas. Espionaje, subversión, desinformación y corrupción.