
Golfo de Guinea
El golfo de Guinea (I): "La trata fue el atajo que permitió a Europa adelantarse al resto del mundo"
LA RAZÓN comienza con este artículo una serie que abarcará aspectos como la pesca, la piratería, las materias primas y las relaciones con España en el golfo de Guinea

Desde que los primeros portugueses navegaron las aguas del golfo de Guinea, allá por la primera mitad del siglo XV, este gigantesco espacio marítimo ha supuesto una vértebra fundamental del comercio europeo. Su importancia es hoy descomunal, pero apenas conocemos lo que ocurre en sus aguas, a diferencia de otros espacios marítimos como el mar Rojo o el canal de Panamá. Con 2.4 millones de kilómetros cuadrados de extensión, el golfo toca las costas de Liberia, Costa de Marfil, Ghana, Togo, Benín, Nigeria, Camerún, Guinea Ecuatorial y Gabón, y cada día navegan sus aguas alrededor de 1.500 embarcaciones, según los datos ofrecidos por la Unión Europea.
Con el fin de aportar un racimo de conocimiento en su inmensidad, LA RAZÓN publicará una serie de artículos dedicados al golfo de Guinea. Empezando por su fondo histórico, en el momento en que el explorador portugués Gil Eanes dobló Cabomar en 1434.
El comercio triangular
Porque fueron los portugueses los primeros en establecer una serie de puntos comerciales en el litoral del golfo. Entre los siglos XV y XVIII, los lusos construyeron aquí más de treinta fortificaciones, entre las que destacan el Castillo de São Jorge da Mina (Ghana), el fuerte de São João Baptista de Ajudá (Benín), el fuerte de São João (Guinea Ecuatorial) o el fuerte de São Sebastião (Nigeria). Y la utilidad de estos enclaves era fundamental para el comercio portugués. Productos como el oro, las piedras preciosas, el marfil, el aceite de palma, la pimienta, la madera, el cacao y el azúcar fueron comercializados durante siglos gracias a la protección que ofrecieron los fuertes portugueses, pero un elemento destacó por encima de todo ello: la mano de obra esclava. Que serviría durante siglos para establecer el “comercio triangular europeo”. La base para la economía europea de la Edad Moderna.
Las regiones proveedoras de esclavos para los europeos coincidían precisamente con las zonas costeras y del interior del golfo de Guinea, además de un área más reducida en lo que hoy se conoce como Mozambique y el sur de Tanzania. El sistema entonces era tan sencillo como terrible. Los barcos europeos descendían desde el Viejo Continente hasta el golfo de Guinea, donde intercambiaban esclavos por aguardiente, armas, pólvora, telas e incluso tabaco americano. Tras cargar sus bodegas con la mercancía humana, ponían la proa rumbo a América, donde desembarcaban los esclavos y cargaban los productos típicos de la plantación: azúcar, cacao, tabaco y añil. Con ellos se dirigían a Europa, donde volvían a aprovisionarse antes de descender nuevamente al golfo de Guinea. Esto es lo que se conoce como comercio triangular.
Dagauh Komenan (Costa de Marfil), doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, explica a LA RAZÓN este impacto de la esclavitud en la economía europea: “Se estima que una parte considerable, alrededor de un 60%, del capital inicial de bancos británicos y holandeses en el siglo XVIII, provenía de plantaciones esclavistas. Sin esa inyección, la Revolución Industrial podría haber tardado más en desarrollarse […]. Al final, la trata fue el "atajo" que permitió a Europa adelantarse al resto del mundo”.
Pese a que los portugueses fueron los primeros en dedicarse a este tipo de prácticas, pronto acudieron al golfo otras naciones europeas, de manera que, cuando comenzó el siglo XVIII, el 30% del tráfico de esclavos se dirigía a la América inglesa; el 30% a la América portuguesa; el 22% a la América francesa; el 8% a la América neerlandesa; y el 10% a la América española. Aunque el último artículo de esta serie tratará de las relaciones entre España y el golfo de Guinea, merece la pena conocer que fue Carlos I quien aprobó en 1518 el envío de esclavos directamente a América desde los asentamientos portugueses en África; y fue Fernando el Católico en 1510 quien envió a los primeros 50 esclavos africanos (desde Sevilla) al Nuevo Mundo.
Los conflictos étnicos que se perpetúan
Koneman indica que “la trata de esclavos no solo desangró demográficamente el continente, sino que reconfiguró su geografía humana. Grandes urbes medievales del interior, como Tombuctú o Djenné, se despoblaron, ya que comunidades enteras huyeron hacia zonas remotas —bosques espesos, montañas o marismas— para escapar de las redadas. Esto fragmentó redes comerciales centenarias, frenó el desarrollo urbano y destruyó las estructuras económicas preexistentes”. Sin embargo, debe entenderse que un peso importante de la “caza” de esclavos recayó sobre la comunidad fulani (también conocida como fulbe o fula), que estableció en África Occidental una serie de reinos entre los siglos XVII y XVIII conocidos como “yihad fulani”. Los fulani fueron importantes agentes de la islamización de los territorios que ocuparon, tarea para la que precisaban la pólvora y las armas provistas por los europeos.
La extensión de los fulani en África Occidental (y la islamización que les acompañó) no podría haberse dado de la manera que ocurrió sin las armas europeas, de la misma manera que los esclavistas europeos precisaban de los fulani para continuar su lucrativo negocio. Esto llevó, según afirma Komenan, a que “la necesidad de autodefensa llevó a grupos como los yoruba o los igbo a construir asentamientos fortificados, alterando patrones de convivencia”. Incluso hoy ocurre un grave problema relacionado con la convivencia entre los fulani y comunidades de otras etnias nigerianas, burkinesas y malienses, en parte motivado por este pasado vinculado a las yihad fulani, el islam radical y la esclavitud que persiste en la memoria colectiva. Al final, en los siglos que duró el comercio europeo de esclavos, alrededor de 13 millones de africanos fueron transportados al continente africano, donde se estipula que el 15-20% morían durante la travesía del Atlántico.
Es fundamental comprender la influencia de la esclavitud de la Edad Moderna en las tensiones étnicas que todavía crepitan en el siglo XXI. Porque no eran sólo los fulani quienes se beneficiaron del negocio. Komenan especifica que “la trata fue un catalizador de jerarquías brutales. Los tuaregs, por ejemplo, pasaron de ser nómadas a intermediarios clave en la trata árabe, esclavizando a pueblos sedentarios como los songhai o los bambara. Más al sur, los ashanti y los dahomey se militarizaron, creando ejércitos profesionales para capturar esclavos y monopolizar el comercio con europeos. […] Hoy, ese pasado explica tensiones […], donde viejas alianzas esclavistas aún pesan”.
¿Y por qué fue el golfo de Guinea el principal punto de partida? Contrariamente a lo que se piensa, que las sociedades africanas se limitaban a un puñado de tribus aisladas, fue de hecho la existencia de reinos y de sociedades avanzadas en la zona lo que propició la esclavitud. Las comunidades de estas regiones tenían una mayor integración con los comerciantes europeos, y esto, sumado a la proximidad del golfo a la ruta Atlántica, pero también a la existencia previa de redes de esclavos (motivados por las guerras y la existencia de las sociedades complejas ya citadas), facilitó enormemente el negocio. Komenan especifica en este punto que, “en el siglo XVIII, un noble ashanti no se veía como "africano", sino como ashanti, rival de los fante. La identidad era local, no racial. Así, muchos reinos usaron la trata para eliminar enemigos (como los dahomey con los mahi) o ganar privilegios”.
Intercambios culturales
El comercio de esclavos procedente del golfo de Guinea tiene repercusiones todavía hoy, a niveles muy variados. No sólo en Europa y en África, como ya se ha explicado y donde, por ejemplo, Liberia fue fundada como nación en 1822 para servir de punto de retorno para los esclavos liberados desde los Estados Unidos. También en América se siguen apreciando intercambios culturales que hoy se mantienen. El ejemplo más conocido quizás sea el vudú haitiano, importado por los esclavos transportados a los territorios franceses desde las costas actuales de Benín y de Togo. Pero también tienen un peso especial, nacidas de los esclavos yoruba traídos desde la actual Nigeria, la santería en Cuba y la umbanda y el candomblé de Brasil.
Pese al esfuerzo evangelizador de los europeos, los africanos llevaron al otro lado del océano sus creencias religiosas, en una serie de ejemplos de sincretismo religioso que resultan apasionantes desde una perspectiva antropológica. Komenan destaca igualmente, en referencia a las capturas hechas por árabes, que “el hecho de ser musulmán o no determinaba la posibilidad de ser esclavizado. Por esta razón, muchos africanos adoptaron prácticas musulmanas, como la circuncisión masculina o la mutilación genital femenina, para al menos parecer musulmanes y ponerse a salvo de la esclavitud”.
No es posible abordar el golfo de Guinea en la actualidad sin considerar previamente sus inicios en la economía de Europa. Como tampoco puede considerarse la actualidad del oeste africano sin recordar los efectos de la trata de esclavos. Komenan reconoce que “la trata no fue solo un comercio, sino un terremoto histórico cuyas réplicas aún resuenan. Reconfiguró mapas políticos, distorsionó identidades y creó economías parasitarias que hoy dificultan el desarrollo africano. Pero también revela una ironía brutal: muchos grupos victimizados fueron antes victimarios. Europa no inventó la esclavitud en África, pero la industrializó, convirtiendo un fenómeno antiguo en una máquina de destrucción masiva. Entender esto evita simplismos: no hubo un solo "culpable", sino redes de complicidad que, como cicatrices mal cerradas, siguen marcando el presente de ambos continentes”.
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