Inmigración

La inmigración vista desde Senegal: "Cuando escuchan historias de fracaso, piensan que a ellos no les ocurrirá"

Tres historias de tres senegaleses que barajan el éxito, el fracaso y la criminalidad

Miles de personas se juegan la vida en pateras cada año para llegar a España
Miles de personas se juegan la vida en pateras cada año para llegar a España.Europa PressEuropa Press

Babacar conduce su taxi por las bulliciosas calles de Dakar (Senegal) mientras explica su historia. Salió de su casa hace siete años en dirección a Europa, en busca de un futuro razonable; cruzó el desierto, fue utilizado como esclavo durante dos años en las minas de Libia, cruzó el mar, tuvo miedo, arribó a Italia y trabajó en una cadena de comida rápida hasta que los abusos del gerente le llevaron a abandonar su empleo y probar a ir a España. “Pero España fue lo mismo. No tuve suerte. Otra vez utilizaron mi condición de inmigrante irregular para pagarme menos del salario mínimo y doblarme las horas, hasta que me dije que no podía seguir así. Regresé a Senegal y ahora comparto este taxi con mi primo”.

Babacar es una historia de sueños y abusos. Dos años tardó en llegar a Europa para cumplir el sueño difuso que le empujaba al otro lado del Mediterráneo, y tras seis meses de abusos en Italia y otros tres meses en España, regresó a Dakar con las manos en los bolsillos y decidido a no volver a intentarlo nunca más. Desde entonces, cada vez que un amigo o familiar le expresa su interés por ir a Europa, Babacar quiere disuadirle de que lo haga pero calla en su lugar, baja los ojos, incapaz como se siente de compartir con nadie su fracaso.

Su familia entera invirtió dinero en su viaje a Europa, fue un esfuerzo económico para ellos, y muchas personas y muy queridas confiaron en Babacar y en sus capacidades para ganar un elevado sueldo en Italia. La idea, explica, “era mandarles la mitad de mi sueldo”, pero cuando Babacar llegó a Europa se dio cuenta de que no sería posible: “sólo con mi sueldo completo podía aspirar a sobrevivir allí. Mandar dinero a la familia era imposible”.

La derrota de Babacar no es la única. Masamaba fue un fontanero en Saint-Louis, Senegal, hasta que se le ocurrió ser fontanero en Barcelona, España. A cualquiera que le escuchara en su ciudad natal, le decía que tenía una novia esperándole en España, que un día se iría a vivir con ella y que sería maravilloso. Por eso no extrañó a nadie que Masamba comprara a los pocos meses un billete de avión para España, tramitase un visado sin apenas dificultades y aterrizase en Barcelona una tarde de mayo.

Algo debió de pasar entre Masamba y su novia catalana porque Masamba tuvo que abandonar la ciudad condal y buscar empleo en el sector agrícola andaluz. La fontanería, los sueños de amor y las soflamas entusiastas que proclamaba en Saint-Louis se disiparon en una nube de sudor y polvo y fruta madura, entre que Masamba, un hombre joven y fuerte, se empequeñecía cosechando girasoles, melones, limones… Todo se derrumbó definitivamente cuando le diagnosticaron apendicitis y tuvo que guardar reposo durante varias semanas tras la operación. Estaba arruinado. Entonces me confesó que una mafia se había acercado a él para ofrecerle empleo trapicheando y que lo estaba considerando.

¿Y volver a Senegal? Pero no. Volver a Senegal después de aquellos meses donde dijo ante sus amigos los triunfos que le vendrían, volver a Senegal con menos órganos de los que salió y sin más dinero que el que le darían por el resto era una humillación que no podía permitirse. Procuré convencerle de que no se metiera en líos y le envié algunos libros por correo para sobrellevar más fácilmente su enfermedad, pero la verdad es que tres semanas después perdí el contacto con Masamba y no he vuelto a saber de él. Su número de teléfono no responde desde hace meses.

El éxito al alcance de los sueños

Claro que, según los datos del INE, más de 78.000 senegaleses residen actualmente en España, y las historias tristes se barajan con la alegría legítima de quienes lograron su deseado triunfo. Es el caso de Musa, un dakarés que narra su historia en la terminal del Aeropuerto Internacional de Blaise Diagne. Regresa a casa después de un año para pasar las vacaciones de verano, aprovechando un tiempo muy valioso mientras el pesquero donde trabaja se mantiene atracado en Cantabria. Musa lleva más de diez años viviendo en España, tiene un pisito alquilado en Santander y es feliz.

La vida en el mar es dura. Pero él es feliz. Con un español intachable comenta que fue “muy bien recibido” en España y que su patrón es un buen jefe, que gana un sueldo que le permite “enviar una parte a la familia” y que hoy puede encontrarse con los suyos con la cabeza bien alta. Ahora sólo piensa en disfrutar de sus vacaciones en Senegal antes de volver a enfundarse el chubasquero.

El artista senegalés Kh Bamba explica con tiento su punto de vista sobre la inmigración de sus compatriotas a Europa: “Cuando escuchan historias de éxito, se sienten atraídos por vuestro continente y los más jóvenes, o no tan jóvenes, desean ir allí para probar. Cuando escuchan historias de fracaso, piensan que a ellos no les ocurrirá. Nadie sube en su coche cada día pensando que serán ellos los que tengan un accidente, ¿no crees? Todos subimos al coche pensando que llegaremos adonde deseamos ir”. Critica duramente la dinámica de temores que hace que personas como Masamba no reúnan el coraje de regresar a su país con los bolsillos vacíos, justificándolo en “una cuestión cultural” que castiga el fracaso y ofrece la admiración y el orgullo de la familia cuando se obtiene una victoria en Europa. “Mientras los senegaleses que se quedan aquí no entiendan que ir a Europa no es necesariamente un sinónimo de éxito, la inmigración no va a parar”.

Coincide en que la inmigración de senegaleses a Europa no difiere demasiado a cualquier otro tipo de proceso migratorio: se tratan de personas que sueñan con una vida mejor y que en ocasiones lo consiguen, en otras no. La variedad de ejemplos impide establecer un patrón único que englobe a todos los inmigrantes senegaleses, donde algunos participan de forma activa en la economía española, mientras que otros se resignan a regresar tras haberlo intentado o desaparecen en el oscuro mundo de la criminalidad. Aunque todos los senegaleses entrevistados coincidían en un único punto: su sueño de triunfar en Europa. Un sueño que, como ocurre con los automóviles, se desvía en ocasiones, se estampa y se hace pedazos, mientras otras veces se cumple con una suave naturalidad.