Inmigración

Un capitán de cayuco senegalés: “Cuando voy a España le digo a mi mujer que me he ido de pesca”

De las tres veces que Ousmane ha ido a España, dos de ellas fue interceptado por la Guardia Civil

Puerto de pescadores en Saint Louis, Senegal.
Puerto de pescadores en Saint Louis, Senegal.Alfonso Masoliver Sagardoy

Ousmane hace su aparición en el puerto de pescadores de Saint Louis tapado con una capucha, haciéndose el esquivo y mirando alrededor como si esperara que nadie vaya a reconocerle. Es evidente que varios de los que se cruza hacen el amago de haberle visto, pero él sigue con la capucha puesta por si acaso, o acaso mostrando una señal inequívoca donde, así, tapado, insinúa a quienes le conocen que no se acerquen a él en esta hora de confidencialidades. Ousmane es capitán de cayuco y todos en el puerto le conocen, o casi todos. Aquí aparece: un hombre alto, flaco, fuerte como la madera. Sigue con la capucha puesta cuando estrecha la mano a Salou (a mi traductor le llamaremos Salou por su seguridad y para evitar romper la narrativa) y a mí.

Ousmane es pescador pero también tiene una familia. En las épocas de redes vacías ha tenido que tomar decisiones complicadas para dar de comer a su madre, a su esposa y sus dos hijos, uno de los cuales ya va por la secundaria tras muchos sinsabores, aljandulilá.

Un atajo para pagar las facturas

Pero tiene sus truquitos para pagar algunas facturas. Ocurre que en este puerto se conoce que los viajes a Canarias pagan bien y que pueden ayudar a un hombre a salvar algún escollo, si regresa vivo con el generoso fajo que le pagan. Ousmane dice que fue a España por primera vez muy joven, en 2007, y luego dos veces más: en 2017 y 2020. Él quiere verlo como una inversión de la que podría sacar mucho provecho, y puede decirlo porque entre los tres viajes afirma haberse embolsado 10 millones de francos CFA (unos 15.200 euros) que le han permitido pagarle la educación a sus hijos y “vivir un poco mejor”.

¿Y qué es lo que más le preocupa cuando se hecha a la mar? “Encontrar una tormenta demasiado fuerte”. Asegura mirándome desde lo más hondo de su capucha que él ha visto “olas de 50 metros que echan a cuatro hombres al agua” una vez que se les rompió el motor en el Atlántico y creía que no saldría de allí. Pero el dinero lo vale. No, a su mujer no se lo ha contado las veces que ha ido. Ella se enfadaría mucho. Se limita a decirle que marcha “de pesca a Casamance por unos días”, y si ella llegara a enterarse alguna vez de que en realidad se va a Canarias, pues… tendrá el dinero para justificarlo, ¿o no?

Viajar sin documentos para evitar problemas

De las tres veces que ha ido a España, “dos de ellas me cogió la Guardia Civil y nos puso en trámite”. Que los pongan en trámite también es una victoria a los ojos de Ousmane y su tripulación porque “el viaje trata de eso, al fin y al cabo, de llegar a España, no se paga por otra cosa”. En el momento en que caen en manos de los guardacostas españoles, el destino que corran en la Tierra Prometida será cosa de cada uno. Unos logran quedarse, otros vuelven a casa, pero Ousmane siempre vuelve a casa con su mujer y sus hijos, sacudiéndose con satisfacción las manos mientras vuela en un avión a Dakar que, en opinión del pescador, “paga España”. Aunque vaya usted a saber quién paga todo esto al final. La primera vez que cogieron a Ousmane, éste viajaba “sin documentos de identidad ni teléfono para que la policía no nos encuentre en su base de datos” y pudo regresar a casa sin mayores problemas. Cuando le pregunto cómo es eso de viajar sin documentos de identidad me mira incrédulo, como si fuera lo más evidente del mundo. No contesta a esto. La segunda vez que le pillaron “ya me tenían en su sistema y tuve que pagar una multa antes de devolverme a casa”. ¿Cuánto? “Un millón de francos CFA”. ¿Los pagó él de su bolsillo? Asiente. “Si me coge lo policía en España, lo pago yo; si me cogen los gendarmes aquí, pagan los jefes”.

Una de las partes difíciles del viaje llega nada más empezar. Ousmane relata cómo “en Mauritania los gendarmes son más difíciles de tratar, si nos encuentran pueden llevarnos presos”, entonces evitan las lanchas mauritanas alejándose de la costa, en dirección un mar inmenso que una de cada equis veces (no hay estadística fiable en la resaca de las olas) se perpetúa hasta el fin. Llevan consigo “espaguetis, arroz, sandías y mucha agua”, además de “treinta o cuarenta bidones de veinte litros con gasolina”.

Hay un momento de la entrevista donde Salou y Ousmane comienzan a discutir rápidamente en su lengua. Varios hombres nos habían saludado al pasar junto a nosotros durante el transcurso de la conversación, pareció que de forma desinteresada, pero el capitán se enciende un cigarro con los dedos nerviosos sin dejar de parlotear. Hablan wolof y Salou traduce: “Dice que le da miedo que la gente sepa lo que hablamos aquí. Aquí todo el mundo se entera de todo”. Tenemos que hacer una pequeña pausa y hablar del mundial hasta que Ousmane se tranquiliza, que si Messi, que si Argentina, que si España o Senegal ganarán, y pasados varios minutos se ve con la confianza de continuar su relato.

“Marzo es la peor época para viajar porque es cuando hace más viento, aunque también es más caro para los que viajan y el barco tiene que ser de mejor calidad si quieres asegurarte la llegada”. Dos de las veces que él ha ido fueron en marzo, la de marzo de 20017 y la de marzo de 2020. Ninguna de las veces llevó sus documentos de identidad pero en las tres ocasiones terminó siendo repatriado en la puerta de su casa de forma casi automática, todo gracias a un sistema escupidor bien engrasado. ¿Cómo? Ousmane se encoge de hombros: asegura que “nadie miente sobre su nacionalidad cuando le repatrían” porque “si mientes para ir a otro país africano y te atrapan allí, el castigo es peor”.

Policías mauritanos, españoles o senegaleses

Aunque ningún policía que no sea mauritano viene a preocuparle demasiado, el pescador tampoco tiene problemas a la hora de valorar como “positiva” la actuación de las Fuerzas Armadas senegalesas en cuanto a frenarles en su huida al terrible mar. Se recalca aquí que la actuación de las Fuerzas Armadas, etc., es positiva para él. En fin, no considera que exista un esfuerzo real de Senegal a la hora de frenar las pateras, y llega a más: “es muy fácil ver de lejos a cincuenta personas en una piragua, sobre todo si llevamos un chaleco salvavidas que es fosforescente. No les hace falta acercarse mucho para irse antes por otro lado”. Sólo queda asentir.

Entre los dilemas a los que se enfrenta un capitán de piragua están las tormentas, las provisiones, el rumbo, el estado de la madera de la quilla antes de partir y regresar a casa con su familia. Cobrar su dinero y esperar tres años o diez antes de volver a escrutar el mar durante siete días, que es lo que se tarda de media en llegar a Tenerife. Si no son seis días de viaje, con suerte, o diez días, sediento. Ousmane habla de una vez que fue a España, su segunda vez, donde los motores se estropearon y quedó tres días a la deriva con treinta y cinco personas bajo su responsabilidad.

“Pensé que nunca saldríamos de aquella”. Ousmane se ocultaba con timidez tras la capucha y no quiso que ser fotografiado, no puedes verle la cara, pero en el momento en que dijo aquello podría jurarte que vi que lo decía como sintiéndose mucho más vivo, excitado por haber sobrevivido un puñado de noches más a las olas que él, un marinero, cabalgaba desde pequeñito en la desembocadura del río Senegal y los mares de alrededores. Alto, fuerte, la piel hecha al sol como la madera manoseada del timón. Ousmane es un aventurero, un Simbad decrépito que alterna jugarse la vida en el Atlántico con las tardes de paz que se queda remendando redes en el puerto de Saint-Louis, donde todos le conocen. Aquí está su testimonio.

¿Volverá a España? “Es pronto para saberlo”. Todavía es joven, dentro de lo que cabe. Y todo depende de lo bien que se dé la pesca.