Mafias
Saint Louis, la capital de la inmigración africana hacia Canarias
Ciudadanos de Guinea, de Gambia, Nigeria o Mali se agolpan en las calles de esta ciudad costera a la espera de emprender un viaje a Europa por 700 euros
Las Islas Canarias recibieron en 2022 más de 12.500 inmigrantes que arribaron a bordo de casi 300 embarcaciones llegadas del continente africano. A lo largo de 2021, fueron un total de 542 embarcaciones. Pero estas pateras (o cayucos) no aparecen en el agua por arte de magia; detrás de cada una de ellas encontramos una historia, un árbol talado para construir la quilla, un inmigrante con su camino recorrido, un pago, un abuso, un traficante, un sueño torcido.
La ciudad de Saint Louis, ubicada al norte de Senegal y conocida por ser la capital de la antigua colonia francesa en el país, forma hoy parte del listado de Patrimonio de la Humanidad y es habitual encontrar remesas de turistas europeos paseando su hermoso casco antiguo, moteado de herrumbrosos edificios coloniales y artistas locales que persiguen al extranjero para venderle sus coloridas creaciones. Si uno sale de la zona colonial, atravesando las bulliciosas calles en dirección al barrio de pescadores, encontrará una sociedad local íntimamente ligada al mar y a todo lo que este puede ofrecer. O arrebatar. Aquí y allá surcan el aire las hazañas de los mejores marineros del planeta, entremezcladas con los llantos de las viudas que no tuvieron tiempo de decir adiós. Desde la costa pueden divisarse las refinerías de petróleo marítimas, diminutas frente a la inmensidad, y no pocas veces escucha uno el rugido de motores de un helicóptero de la Guardia Civil española vigilando las aguas.
A Saint Louis y sus alrededores llegan migrantes africanos venidos de los países vecinos, Guinea Bissau, Guinea Conakry, Sierra Leona, Gambia, Mali e incluso Nigeria, que dedican un puñado de meses a trabajar en el sector pesquero hasta que ahorran el dinero suficiente para pagar el viaje hacia un ideal de libertad. Saint Louis se transforma así en una ciudad internacional, capital de la inmigración, baluarte de la esperanza desdibujada por las historias que llegan entrecortadas de Europa.
Organizar un viaje que lleve a los inmigrantes a Canarias es muy sencillo. Todo lo que se necesita está aquí dispuesto. Empieza por la embarcación. Cuando uno de los patrones pesqueros de la ciudad considera que su cayuco ha dado de sí todo lo que podía, generalmente lo lleva a un constructor de barcos para que lo desmantele por completo. Los tablones de madera podridos e inservibles de desechan. Los tablones de buena madera de teca traída de Casamance (al sur de Senegal), aún robustos, se utilizan junto con nuevas piezas para la construcción de un cayuco de estructura diferente a los usados en la pesca. Es evidente que no puede usarse el mismo barco para pescar junto a la costa que para atravesar durante siete días (que es lo que suele durar este viaje) el furioso oleaje del Atlántico. Los constructores de barcos artesanales explican a LA RAZÓN que los cayucos que irán a Canarias ”deben ser más hondos” para resistir a las tormentas y “permitir en su interior a un mayor número de personas”. La madera se reutiliza, se repinta, se rebarniza. Cada astilla cuenta en este proceso, donde el primer objetivo del traficante es ahorrar dinero.
Es evidente que no todos los patrones de pesca reciclan sus viejas embarcaciones para luego utilizarlas en los viajes a Canarias, pero sí es cierto que todas las embarcaciones utilizadas en los viajes a Canarias se tratan de cascarones reutilizados. Nadie utilizaría madera nueva para construir un cayuco que sólo hará un viaje de ida. Mientras los constructores preparan el barco, los traficantes se encargan del resto de preparativos: hará falta seleccionar a los (des)afortunados que marcharán, al capitán del cayuco, habrá que comprar provisiones, agua y gasolina. Sandías, pasta y arroz (la proteína siempre puede pescarse a lo largo del camino) para siete días exactos y unos 1.000 litros de gasolina en bidones de 20 o 60 litros es más que suficiente. Si el viaje dura ocho, diez o quince días, los tripulantes del cayuco podrán rezar por su salvación a Dios, ya que las mafias no piensan gastar un céntimo más de lo necesario. Y comprará también dos motores, máximo tres, nunca sólo uno. Un único motor equivale a una sentencia de muerte en el mar, ya que es habitual que se averíen a lo largo del trayecto.
Víveres justos y muchas oraciones
Lentos pero constantes se desarrollan los preparativos. No hay ninguna prisa. Los futuros tripulantes que ya han sido seleccionados viven hacinados durante unos días en unas habitaciones alquiladas por las mafias, hostales que potencian los sueños en lugar de ahogarlos: a partir de este agujero negro, piensa el inmigrante apretujado en la habitación, sólo puedo ir a mejor. Y será en Europa, por qué no. Es importante comprender que los traficantes siempre llevan a cabo un “background check“ de los inmigrantes que llevan a Canarias. “No nos interesa llevar a Europa a delincuentes ni a yihadistas. Siempre tenemos mucho cuidado de encontrar referencias de los viajeros. Si empezásemos a llevar a yihadistas y delincuentes a Europa, la presión de la policía sería mucho mayor y nosotros nos quedaríamos sin negocio. Es evidente que no somos infalibles, pero en este aspecto lo hacemos lo mejor que podemos. Además, nunca es buena idea meter alborotadores en un cayuco durante siete días”, relata a LA RAZÓN uno de ellos.
Al mismo tiempo que se escogen los viajeros, el traficante se encarga de buscar un capitán. El capitán es una de las figuras principales de esta aventura, y no deja de ser un capitán de pesca que, al igual que el patrón-traficante, realiza viajes ocasionales a España para ganar un dinero extra. De él depende la supervivencia de los inmigrantes, llegar a España y, en definitiva, mantener en un buen lugar la reputación del traficante para que se corra la voz de que los viajes que organiza suelen terminar en éxito. Existe la creencia de que los inmigrantes son literalmente arrojados a un cascarón de madera y sueltos a su suerte, pero la verdad en Saint Louis no es blanca o negra: el capitán del barco suele ser un miembro destacado de la comunidad local, un hermano, un primo, un amigo del mercader, y si bien puede importar poco la suerte de un puñado de desconocidos, nadie quiere ser el responsable de la muerte de un amigo, ni siquiera aquí.
En términos económicos, organizar un viaje resulta en un jugoso negocio para las mafias. A 700 euros el billete, teniendo en cuenta que cada cayuco lo ocupan entre 40 y 80 personas, el beneficio bruto por cada viaje puede llegar a los 56.000 euros. De los cuales, 4.500 euros servirán para pagar al capitán; casi 15.000 se utilizarán para la construcción o adquisición del cayuco y sus motores; 20.000 irán destinados al bolsillo del patrón (1/3 del total); y el resto se utilizará para pagar el combustible, los víveres y el sueldo de quienes ayudan a organizar el viaje.
“Nuestra mayor dificultad es que ninguno de los otros patrones nos traicione a la policía. Aquí no puede uno fiarse de nadie”. Y a los traidores y a los polizontes, si les descubren, les matan por la noche y arrojan su cuerpo al mar. Palabra de traficante.
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