Inmigración
Así son los viajes a Canarias en patera
Siete días en alta mar que no siempre terminan en buen puerto: más de 7.000 africanos han muerto a lo largo de la ruta canaria desde 2017
La vida en tierra firme puede ser violenta, árida e inclemente, pero siempre queda el consuelo de posar los pies en terreno estable. Sabemos que nuestros pasos aquí serán seguros y que, si eres lo suficientemente astuto, tus planes saldrán hacia delante. Ocurre en la vida en general y en la organización de los viajes ilegales a Canarias en particular. Pero todo cambia cuando el cayuco abandona las costas de Saint Louis. Entonces no te puedes fiar de nadie. Las noches de tormenta debes acurrucarte en el fondo del cayuco para no salir despedido fuera borda, el agua que te rodea es puro veneno, el suelo que pisan tus pies se tambalea inestable y los hombres que en tierra firme alardeaban de su virilidad se deshacen aquí y lloriquean como niños durante días. La cuidadosa planificación de los patrones puede derrumbarse en cuestión de minutos si el viento sopla demasiado fuerte.
Traumas sin solución
Son siete días de viaje desde Saint Louis hasta Canarias, si todo sale según lo previsto. Pueden estropearse los motores y quedar al cayuco a la deriva durante días o incluso semanas, matando la sed y el hambre a todos sus tripulantes. Una ola puede volcar la embarcación y ahogarlos a todos. Sus cuerpos flotarán y las corrientes arrastrarán a los cadáveres hasta las costas de Gabón. Puede aparecer una lancha rápida de la Guardia Civil, que los llevará a un centro de detención para luego repatriarlos de vuelta a su país de origen. Puede ocurrir un motín o darle un ataque epiléptico a uno de los tripulantes. Pueden salir tantas cosas mal, que todos los capitanes entrevistados aseguraron que el trauma es un común denominador de todos los viajes, hasta el punto de que muchos de ellos dejan de pilotar barcos a Canarias porque el terror por lo que pueda venir supera a su necesidad de ganar dinero.
Y los capitanes arquean las cejas cuando se les pregunta si existe en Senegal algún programa de salud mental para tratar los recuerdos acumulados por viajeros y marineros, o si saben de alguien que haya acudido a un profesional para gestionar estos horrores. Arquean las cejas y dicen que no. La mayoría de ellos (tanto los tripulantes que van y vienen como los viajeros que sólo quieren ir) no avisan a sus familias que marchan a Canarias por temor a que se lo prohíban y, por otro lado, su cultura obliga al hombre a ser fuerte e insensible al dolor, por lo que ningún varón que se precie iría a llorarle las penas a un desconocido.
Todo son nervios y silencios cuando el cayuco abandona la costa. Esto puede ocurrir en cualquier momento del día o de la noche, la luz es indiferente; lo verdaderamente importante es que no haya lanchas de la gendarmería senegalesa patrullando la zona. Se establece un día para salir donde se sabe que hará buen tiempo y los oteadores avisan al organizador de que hay vía libre para que salga la embarcación. Por delante quedan muchos días de angustia y complicaciones en los que el capitán será la mayor autoridad. El capitán, que por lo general suele ir acompañado por un segundo de a bordo de su elección (un primo o un hermano que también le acompaña cuando salen de pesca) y que puede ser la cuarta o quinta vez que viaja a España. Cuanta más experiencia tenga el capitán en esta travesía, mejor se le pagará.
Y es el propio capitán quien ayuda a los organizadores a escoger a los viajeros. Por ejemplo, uno de los capitanes entrevistados aseguró que siempre procura llevar consigo a menos de 10 individuos pertenecientes a las etnias Sosso (de Gambia) o Serer (de la zona de M’bour), ya que estos “tienden a murmurar más de la cuenta y a montar escándalos”. Otro capitán no permite que entren en su barco los fulani de Tukolor: “Nunca obedecen y se pasan el viaje fumando cigarrillos, algo que yo no permito en mi cayuco”.
Los capitanes muestran igualmente su desagrado a la hora de viajar en marzo. Es el mes maldito. Los vientos se levantan con una furia inusual y no hay santo ni señor que pueda hacer frente a las acometidas del oleaje. Es cierto que los organizadores pagan mejor en marzo, porque los viajes son más caros a su vez para los tripulantes que quieren cruzar las aguas, pero no es fácil encontrar a un capitán que anteponga el dinero a su sentido común.
Mauritania, una alternativa
Aunque también viajan mujeres, o niños acompañados por sus padres y hermanos mayores, la inmensa mayoría de quienes optan por esta salida son jóvenes africanos de entre 25 y 35 años, algunos de los cuales no vieron el mar hasta que llegaron a Saint Louis por primera vez. Esto genera un temor ante lo desconocido que puede estallar sin remedio durante las noches de fogonazos y rugidos, y es tarea del capitán gestionar estas situaciones en la medida de lo posible.
Es evidente que este miedo repica a través del oleaje hasta llegar a tierra firme: muchos ancianos de África Occidental son contrarios a que su juventud embarque en los cayucos, siendo comunes las discusiones entre padres e hijos cuando uno de ellos confiesa que se marcha a Canarias por la vía marítima. Ahmed es un artista de Saint Louis que recuerda la desgarradora historia de su primo: “Dijo a mi tío que se iba a España y mi tío contestó que le parecía bien, preguntándole qué día salía su avión desde Dakar. Entonces mi primo respondió que iría en cayuco, no en avión, y mi tío se enfadó mucho. Mucho. Ambos se despidieron enfadados. Y dos semanas después nos llegó la noticia de que mi primo había muerto en el mar. Ahora mi tío es un hombre triste, y no creo que vuelva a ser feliz nunca más”.
Es por eso que muchos padres intentan convencer a sus hijos de que tomen un camino alternativo. Existe la posibilidad de salir de Saint Louis en uno de los barcos pesqueros que faenan de forma habitual frente a las costas de Mauritania, de manera que los inmigrantes son llevados en apenas un día o dos hasta Nuadibú (al norte del país) para salir desde allí a Canarias. El viaje es igualmente peligroso pero el periodo en alta mar es más corto, reduciendo así las probabilidades de un final fatal. Porque, según la ONG Caminando Fronteras, desde 2017 han fallecido en la ruta canaria hasta 7.692 personas.
Un final fatal. Y los capitanes recuerdan con nostalgia los tiempos en que Abdoulaye Wade gobernaba Senegal (2000-2012), tiempos en los que viajar a Canarias era más sencillo que ahora. Entonces, las rutas no estaban tan vigiladas por los españoles, los gendarmes senegaleses eran mucho más sencillos de sobornar y, si había suerte, siempre podía encontrarse uno con un barco de transporte chino que subía las pateras sobre su borda y acercaba las frágiles embarcaciones a un centenar de kilómetros de las costas de España. Incluso hablan de un barco que llaman “Rebel” y que a principios de la década pasada remolcaba varias pateras de una tacada.
Eran tiempos mejores, más fáciles. Ahora todo es más complicado y, en consecuencia, más caro y peligroso. Los capitanes prefieren hoy que toda la tripulación viaje sin teléfonos móviles ni documentos de identidad para dificultar su localización y posterior repatriación en el caso de ser interceptados, toda triquiñuela es poca para alcanzar el destino encumbrado por los sueños rotos del africano: Lanzarote, Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife: el paraíso que queda más allá del infierno de relámpagos y sal.
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