Secuestro en Nigeria
«La ferocidad de los yihadistas no tiene límites»
Han pasado dos año desde el peor atentado múltiple con coche bomba en Kano –capital del estado con el mismo nombre y la segunda ciudad más grande de Nigeria–, y Moises se sigue haciendo la misma pregunta: ¿quién es realmente Boko Haram? ¿qué busca? La misma cuestión se la plantean millones de nigerianos, desconcertados, por la violencia de este sanguinario movimiento. Su brutalidad ha conmocionado al mundo después del secuestro masivo de más de 230 niñas –más de la mitad cristianas– de un colegio en el estado de Borno, el pasado 14 de abril.
El verdadero nombre del grupo radical nigeriano es Jamiat u Ahlis Sunna Lidda awati wal Jihad, pero se conoce popularmente por Boko Haram, que en el idioma local hausa significa «la educación occidental está prohibida», en referencia al principal objetivo de su agenda islamista. Los vecinos cuentan que Boko Haram nació en Maidiguri, en 2002, como un movimiento religioso que defendía el islam en todos los aspectos de la vida en contra de los valores de Occidente. «Intentaban convencernos de que con la educación occidental perdíamos nuestros valores musulmanes», explica a LA RAZÓN Zafir, de 27 años. Incluso –dice– «esperaban en la puerta de los colegios y nos obligaban a darles el certificado escolar y lo quemaba allí mismo». Muchos jóvenes sin oficio ni beneficio se unieron al movimiento liderado por el clérigo musulmán Mohamed Yusuf que predicaba la implantación de un emirato islámico en el norte de Nigeria. Tras la muerte del predicador Jusuf –se cree que a manos de la Policía, en 2009–, sus seguidores juraron venganza y comenzaron con una violenta campaña que ha causado la muerte de más de 5.000 personas en los últimos 4 años. El 20 de enero de 2012 un ataque múltiple con al menos 20 explosiones en diferentes puntos de la ciudad de Kano acabó con la vida de cientos de personas. Una de las zonas atacadas fue la estación de autobuses del sur, en el barrio cristiano de Sabon Gari, donde murieron docenas de viajeros que iban a las localidades del sur del país, de mayoría cristiana. Los esqueletos de los autobuses calcinados están expuestos en un polideportivo para que los nigerianos no olviden de lo que Boko Haram es capaz de hacer. Desde entonces, el barrio cristiano de Kano ha pasado de «50.000 vecinos a apenas 6.000», lamenta Moises, secretario del arzobispo de la catedral de Nuestra Señora de Fátima. «Pero a más violencia, más fuerte es nuestra fe», proclama el sacerdote, antes de recordar que al día siguiente de aquel ataque masivo miles de cristianos fueron a rezar a las iglesias. Desde la llegada al poder del presidente cristiano Goodluck Jonathan, en 2011, han sido asesinados cerca de 800 fieles y se han producido más de 400 ataques contra iglesias cristianas, en Kano, y los estados centrales de Kaduna y Jos. En julio de 2013 hubo otra masacre en el barrio cristiano. Esta vez fue un centro comercial abarrotado de familias un domingo por la tarde. «Había niños jugando en unos recreativos. Grupos de amigos disfrutando de una bebida en un bar con terraza... Fue una masacre, que Dios perdone a estos fanáticos», exclama con desasosiego el padre Michel. Se contaron por lo menos tres explosiones consecutivas en el centro comercial. El sacerdote no puede evitar enfurecerse cada vez que rememora los ataques contra su comunidad.
A finales del mes de enero, milicianos de Boko Haram masacraron a 45 feligreses durante la celebración de la misa dominical en una iglesia católica de Waga Chakawa, en el vecino estado de Adamawa. «Los radicales islámicos lanzaron proyectiles y dispararon con armas de fuego contra los feligreses que participaban en la celebración eucarística y posteriormente prendieron fuego a varias viviendas y tomaron a los vecinos como rehenes durante un asedio que duró cuatro horas», enumeró el cura. «Su ferocidad no tiene límites, masacran tanto a cristianos como a musulmanes», denuncia el padre Michel. Los insurgentes yihadistas han atacado a líderes políticos y religiosos musulmanes que critican su forma extrema de interpretar el islam. En agosto de 2012, Boko Haram intentó acabar con la vida de una de las figuras políticas más importantes, el emir de Kano, Al Haji Ado Bayero. El emir sobrevivió al ataque perpetrado por un comando suicida de entre ocho y diez militantes. En el ataque contra el convoy en el que viajaba murieron tres guardaespaldas y su conductor. El 8 de febrero de 2013, hombres armados en motocicleta entraron violentamente en un centro de vacunación de la polio y acabaron con la vida de nueve vacunadores. «Estábamos repartiendo las vacunas al equipo de salud para empezar con la campaña de vacunación... Todo fue muy rápido. Boko Haram irrumpió en el centro y empezaron a disparar», explica Ibrahim Abbas, el jefe coordinador de la campaña contra la polio.
«En un segundo la sala se tiñó de sangre y se llenó de cadáveres. Yo gritaba a los vacunadores para que se tiraran al suelo. Fue tarde... Los cuerpos se iban desplomando. Estaba aterrorizado. Pensaba que iba a morir», rememora con dolor. En lo que va de año, Boko Haram ha causado la muerte de 1.500 personas (la mayoría civiles) en el noreste de Nigeria. Aunque la insurgencia islamista suele operar más en el norte, el pasado 14 de mayo volvió a atacar en el corazón de Nigeria. Más de 70 personas perdieron la vida en un atentado con coche bomba en una estación de autobuses en Abuya, el mayor golpe que ha recibido la capital de Nigeria en el último lustro.
Ahora, el grupo fundamentalista mantiene secuestradas desde hace tres semanas a más de 200 niñas que fueron sacadas a la fuerza de un colegio-internado, en una aldea del estado de Borno, y después vendidas como esposas a combatientes radicales. Boko Haram ha incendiado más de 300 escuelas desde 2009 y ha asesinado a centenares de estudiantes y profesores.
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