Ataque yihadista en Francia
La meteórica subida del delincuente belga a los cuadros del califato
Jefe de los comandos europeos e instigador de cinco atentados
Antes de convertirse en el «enemigo número uno» de Francia, el belga Abdelhamid Abaaoud, nacido en el barrio bruselense de Molenbeek, era conocido por su carisma y su sonrisa contagiosa. Su padre, Omar, de origen marroquí, tiene una tienda de ultramarinos en el vecindario, por lo que, incluso antes de ser portada, los Abaaoud eran populares en Molenbeek. Omar y su mujer se han esforzado muchísimo desde que llegaron a Bélgica hace 40 años por dar una vida digna a sus seis hijos. «Teníamos una vida bonita aquí, fantástica», reconocía Omar en enero, cuando se acusó a su hijo de estar detrás de una célula yihadista belga que iba a atentar en Verviers. Abdelhamid no fue un chico conflictivo, ni siquiera en su adolescencia. Ayudaba a su padre con el negocio familiar y no se metía en tantos problemas como los jóvenes de Molenbeek. «De repente, en 2013, un día se fue a Siria. Cada día de mi vida me pregunto por qué, cómo y cuándo se radicalizó». Los profesores de Abdelhamid lo recuerdan por lo inteligente, carismático y espabilado que era. «Abdelhamid asistió a un buen colegio y hasta un instituto top de Bruselas, el Saint-Pierre d’Uccle», reconocía a LA RAZÓN Sarah Turine, concejal del distrito de Molenbeek. «Al contrario que la mayoría del distrito, Abdelhamid nació en el seno de una familia bien, sin problemas de empleo o poder adquisitivo», añade. En el barrio aseguran que ante la falta de comprensión de su padre por su repentino radicalismo y odio hacia los europeos, Abdelhamid, de 28 años, se vengó de sus progenitores llevándose a Younes, el pequeño de la familia, de tan sólo 13 años de edad, a Siria también para enrolarlo en las filas del Estado Islámico.
Todos en el barrio se preguntan cómo el simpático Abdelhamid ha terminado siendo un monstruo ávido de rencor. No le recuerdan yendo a las mezquitas de la zona, pero sí reclutando a vecinos de Molenbeek. Dentro del EI ha ascendido muy rápido. Su sed de sangre de infieles europeos le ha dado honores yihadistas con los que muchos «foreign fighters» sueñan. Ha matado y mutilado cadáveres, ha expresado su opinión en vídeos del EI, ha concedido entrevistas por evitar que las fuerzas del orden europeas le detuvieran durante las tres veces que ha estado en la UE y, sobre todo, le han otorgado la financiación y el armamento para que pudiera planear, al menos, cinco atentados yihadistas en suelo europeo. En enero dio órdenes al comando de Verviers para atacar a agentes y comisarías belgas, murieron dos de sus hombres. En abril, dio instrucciones a Ahmed Glham para que atacara la iglesia de Villejuif, a las afueras de París y donde falleció una mujer. En agosto, uno de sus reclutados de Molenbeek acudió armado a un tren Thalys (de París a Ámsterdam) dispuesto a hacer una carnicería. Otro yihadista detenido en agosto confesó a las autoridades galas que Abaaoud «me pidió que cometiera una acción violenta contra Francia y otro país europeo, especialmente contra una sala de fiestas». Su padre, roto de dolor, en varias ocasiones ha renegado de su hijo: «Espero no tener que verlo nunca más».
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