Estados Unidos
La otra cara del senador
Fue un personaje tan poco sospechoso de izquierdista y pacifista como Eisenhower el primero que se atrevió a advertir al pueblo americano de los peligros de lo que denominó como «complejo militar-industrial».
Fue un personaje tan poco sospechoso de izquierdista y pacifista como Eisenhower el primero que se atrevió a advertir al pueblo americano de los peligros de lo que denominó como «complejo militar-industrial». Antiguo comandante supremo de las fuerzas de invasión aliada en la Segunda Guerra mundial y presidente de Estados Unidos, lo hizo en 1961, en su discurso de despedida. Eisenhower no exageraba. En Estados Unidos, existe un complejo militar-industrial que influye extraordinariamente en las decisiones políticas y que, por ejemplo, es responsable directo de que el 53% del presupuesto –sí, han leído bien, el 53%– esté destinado a gastos militares sin incluir agencias de inteligencia. McCain fue el gran defensor de ese complejo militar-industrial hasta el punto de lanzar a la nación a no pocas aventuras exteriores. Ayudó a ocupar esa posición su pasado de héroe de guerra, torturado y encarcelado en Vietnam. Con todo, resulta inquietante su pasado. Por ejemplo, cuando una intervención exterior provocó una guerra civil en Siria, McCain no dudó en viajar al terreno y entrevistarse con los denominados dirigentes «moderados» rebeldes. De manera bien significativa, a las pocas semanas del encuentro, quedó de manifiesto que uno de los «moderados» era el califa del ISIS, el siniestramente famoso Estado Islámico que convirtió en objetivo preferencial de sus asesinatos, crucifixiones, violaciones y torturas a los cristianos sirios. No puede sorprender que tras semejante episodio no pocos comenzaran a sospechar que la guerra civil siria no derivaba de un clamor popular sino de una operación encubierta denunciada hasta por monjas que vivían en el país y a la que McCain no fue ajeno. No lo fue tampoco al golpe de estado que en 2014 derribó en Ucrania al presidente Yanukóvich para instalar en el poder a los nacionalistas ucranianos. A decir verdad, durante años ha bastado que McCain apareciera por cualquier parte del globo para temerse que lo que vendría después sería una guerra sucia contra el poder establecido. Por supuesto, McCain fue un practicante entusiasta de levantar el espantajo del peligro ruso para justificar un aumento del gasto militar. Júzguese de la necesidad de ese dispendio teniendo en cuenta que Rusia gasta militarmente en todo el mundo menos de la décima parte de lo que Estados Unidos gasta sólo en el este de Europa donde, por cierto, cuenta con la colaboración de aliados como España. De ser por McCain, la NATO –violando una vez más las promesas que Bush le formuló a Gorbachov– tendría instalados sus misiles en Ucrania y Georgia, un disparate que empujaría más al mundo en la dirección de un conflicto termo-nuclear. Comprensiblemente, McCain chocó con un Trump aún no sometido por el complejo militar-industrial. Sus puntos de vista en política interior –en general, muy sensatos– apenas fueron conocidos en el exterior. Lógico, porque era, por encima de todo, el paladín del poder oculto contra el que advirtió Eisenhower. Lindsay Graham, su compañero de Senado y partido, seguramente estará viéndose ya como su sucesor.
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