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La acogida en Hungría: gases lacrimógenos y cañones de agua
Hungría ha informado a Serbia de que ha ordenado una suspensión de 30 días del paso fronterizo de Roske-Horgos entre los dos países
Un pequeño grupo de refugiados echó abajo hoy las vallas que cierran el cruce fronterizo entre Hungría y Serbia, pero la Policía los detuvo con gas pimienta y un cañón de agua. Paralelamente, el Gobierno húngaro ha anunciado que extenderá la valla a la frontera con Croacia.
La frontera entre Serbia y Hungría fue ayer escenario de graves tensiones entre las Fuerzas de Seguridad magiares y las multitudes de refugiados que demandan acceso a suelo húngaro. Los primeros enfrentamientos graves tuvieron lugar cerca de Röszke tras el cierre de la frontera húngara el lunes para frenar el incesante flujo migratorio. La Policía húngara comenzó ayer a utilizar gases lacrimógenos y cañones de agua para alejar a los migrantes de la valla metálica que separa ambos países. A su vez, un numeroso grupo de refugiados intentaba romper la verja, mientras arrojaban a los agentes piedras y botellas de agua. Las autoridades justificaron el uso de estos métodos por el comportamiento «agresivo» de los cientos de migrantes que han quedado atrapados en ese punto e intentaban acceder al país al grito de «libertad, libertad». Un portavoz del Gobierno húngaro aseguró que los migrantes estaban «armados con navajas», algo que no ha sido confirmado por los periodistas que cubrían la zona. Según estimaciones de la televisión pública M1, unos 150 refugiados resultaron heridos en el choque con los agentes. Budapest exigió al Gobierno serbio que intervenga para apartarlos de la valla, al tiempo que anunció que construirá otra en la frontera con Croacia, de idénticas características que la interpuesta con Serbia y la anunciada con Rumanía.
El martes entró en vigor la nueva legislación húngara que busca controlar las llegadas de los inmigrantes a su país. Sólo el día que comenzó a aplicarse esta medida decidida de forma unilateral, 367 personas fueron arrestadas, según anunció el Gobierno húngaro. De ellas, 316 cuentan con el agravante de haber dañado la «verja antiinmigración». Estos delitos pueden castigarse con hasta cinco años de cárcel. El primer migrante indocumentado fue condenado ayer mismo por este motivo. En este caso, un ciudadano de origen iraquí será expulsado de Hungría, no podrá retornar en un año y deberá pagar una multa de 19.050 florines, unos 61 euros.
Muchos de estos migrantes a quienes se prohíbe el paso al país magiar, un número en torno a los 3.000, se han quedado atrapados en una especie de «tierra de nadie». No pueden salir de la franja de tierra que se extiende entre los puestos de control húngaros y serbios. Ninguno de ambos países autoriza su entrada o devolución, por lo que estas personas están, durante un tiempo indefinido, varados en un limbo legal».
Ante este clima de crispación, enfrentamientos y tensión en aumento, fueron muchos los refugiados que buscaron rutas alternativas para continuar su camino hacia Alemania. La opción elegida en masa, sin embargo, es atravesar caminos mucho más largos y con una topografía más dura, y enfrentarse a numerosos obstáculos añadidos. Esos hombres, mujeres y niños eligieron para ello la denominada «ruta de Croacia», un país que les ha prometido ayuda. «Van a poder pasar» por nuestro territorio, afirmó ayer el primer ministro croata, Zoran Milanovic, «y nosotros les vamos a ayudar». No sólo les permitirán el paso, sino que les orientarán hacia sus países de destino. Trescientos refugiados ya entraron en Croacia en autobuses que les transportaron hasta la ciudad serbia de Sid, a cinco kilómetros de la frontera. Después, continuaron caminando a través de los campos de maíz hasta llegar al país vecino, donde los esperaban agentes croatas en la región fronteriza de Vukovarsko-Srijemska, con la intención de registrarlos y conducirlos a los centros de refugiados de la capital, Zagreb. Milanovic aseguró que ya había destinado 6.000 policías a los límites fronterizos para ayudarlos.
Croacia, aunque miembro de la UE desde 2013, no pertenece al espacio de libre circulación, por lo que los migrantes deben acceder al país de la zona Schengen más próximo, Eslovenia, en su ruta hacia Centroeuropa. No son pocos los 860 kilómetros que hay desde la frontera serbia con Macedonia, al sur, hasta los límites de Eslovenia, además de los restantes hasta llegar a Alemania. Además, las características topográficas de esta vía alternativa la convierten en un trayecto mucho más difícil de cubrir. Cerca de la zona fronteriza hay regiones rurales en las que, dos décadas después del fin del conflicto de los Balcanes, siguen existiendo minas sin detonar y otros explosivos que pueden causar la muerte inmediata o la pérdida de las extremidades. «Caminar sobre porciones de tierra minadas, lejos de la vía pública, puede resultar muy peligroso para los refugiados», aseguró Martin Auracher, de la ONG alemana de eliminación de minas Demira. Además, estas personas tendrán que atravesar zonas montañosas de elevada altitud con nieve por la región alpina. Sin olvidar que la mayor parte de la frontera entre Serbia y Croacia la forma el río Danubio.
Según el ministro croata del Interior, Ranko Ostojic, en el país se esperan alrededor de 4.000 refugiados en los próximos días. Desde algunos sectores de Europa se teme que pronto Eslovenia pueda sufrir una situación de colapso como la que se dio en Hungría.
Mientras los refugiados siguen llegando, imparables, a las fronteras europeas, la canciller alemana, Angela Merkel, prometió centros de distribución de refugiados con capacidad para 40.000 personas para ayudar a las ciudades más desbordadas.
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