Roma

La revisión de la izquierda europea

Francois Hollande y Mateo Renzi conversan en los jardines del palacio del Elíseo
Francois Hollande y Mateo Renzi conversan en los jardines del palacio del Elíseolarazon

Los corresponsales de LA RAZÓN analizan la realidad de la izquierda europea y enumeran las dificultades de sus líderes para reforzar su deteriorada imagen

Las familias fracturan el socialismo francés

Las constantes derrotas de la izquierda francesa desde que accedió al poder en 2012 han exacerbado las discusiones entre las distintas corrientes del Partido Socialista. El batacazo en las elecciones municipales hizo estallar el descontento de ciertos diputados contra la acción del Gobierno y el presidente de la República. Las críticas abiertas ya habían comenzado a principios del año. El ala izquierda de la mayoría «acusó» a François Hollande de ser «liberal», él se defendió diciendo que era «social-demócrata», y asumió la llamada «línea Macron», la que marcaba el entonces secretario general adjunto del Elíseo, encargado de asuntos económicos.

Las presiones han ido en aumento. En abril, dos días antes de que Manuel Valls pronunciara su primer discurso de política general, 80 diputados socialistas le reclamaron un cambio radical: una reorientación de la política de austeridad, renegociar con las empresas un pacto nacional de inversiones y aplicar medidas a favor de los salarios bajos, de las pensiones modestas, y del empleo de los jóvenes. A finales de verano, el propio ministro de Economía, Arnaud Montebourg, denunció el dogma de la ortodoxia presupuestaria que se aplicaba en la zona euro, incluido el Gobierno de Francia, lo que le costó el puesto en menos de 24 horas, y provocó una remodelación del ejecutivo tras sólo cinco meses de ejercicio; en su lugar fue nombrado Emmanuel Macron. Las abstenciones de los «críticos» en la Asamblea han protagonizado el Presupuesto para 2015. A esto se han unido las diatribas del ex ministro Benoît Hamon, que aseguró hace diez días que la política del Gobierno da alas a la extrema derecha, haciendo posible la amenaza de que Marine Le Pen «dirija mañana el país». De momento, todos estos críticos no dan el paso de votar en contra del gobierno, y optan por la abstención. Quien ha levantado la voz sin dar un paso al frente es la alcaldesa de Lille y ex secretaria general del PS, Martine Aubry, que se ha convertido en la líder encubierta del sector crítico. Pero, de momento, a nadie le interesa una disolución de la Asamblea y la probable pérdida del escaño. Es una postura «detestable», según la define Dominique Lefevbre, vicepresidente de los socialistas en la Asamblea. «Se permiten la abstención y luego se ponen delante de la tele para presumir de que han puesto al Gobierno en apuros».

Renzi jubila a la vieja guardia comunista

Veinticuatro segundos fue el tiempo que duró la ceremonia de la campanilla, el traspaso de poderes entre Enrico Letta y Matteo Renzi celebrado el pasado 22 de febrero en la sala de los Galeones del palacio Chigi, la sede del primer ministro italiano. En aquel acto, en el que los dos políticos del Partido Democrático (PD) se pasaron la campanilla con la que el jefe de Gobierno da inicio a los Consejos de Ministros, fue la más clara representación de las dos almas enfrentadas que conviven dentro de la izquierda italiana. La brutal frialdad y enemistad acérrima de aquel día, algo impropio de estas ceremonias, marcadas por la cortesía, continúa hoy, aunque de forma más oculta. A un lado está Renzi y su Ejecutivo, situado en las antípodas de la izquierda tradicional. No hay más que ver su falta de escrúpulos para facilitar el despido, pelearse con los sindicatos o mandar a la Policía a que disuelva a porrazos las manifestaciones de obreros en paro, como hizo esta semana. Al otro lado está la vieja izquierda, heredera del antiguo y poderoso Partido Comunista Italiano, que ve con estupor cómo el arribista Renzi ha transformado el PD en una criatura política muy lejos de donde ellos creen que debería situarse.

El enemigo interno es para Renzi más peligroso que el externo, pues la derecha en Italia anda desarbolada. Con Silvio Berlusconi fuera del tablero político, los conservadores andan divididos en numerosas facciones enfrentadas, sin capacidad para constituir una alternativa real. Ni siquiera el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo parece una gran amenaza, pues se quedó en el 21,2% en las elecciones europeas de mayo. Por desgracia para él, en el Parlamento cuenta con un margen mucho más estrecho. Según el sector del PD más crítico con el Gobierno, podrían ser hasta 100 los senadores y diputados izquierdistas con ganas de quitarse de encima al joven «premier». Se especulaba que los descontentos podían dar un golpe de mano en la votación de confianza en el Senado, celebrada a principios de octubre, para sacar adelante la reforma laboral, pero al final los capos rebeldes, como Pierluigi Bersani y Massimo D’Alema, impusieron la cordura y la moción salió adelante. Ahora la batalla se traslada a la Cámara de los Diputados, donde el recorrido legislativo de la reforma laboral, como ha ocurrido con todas las otras grandes reformas impulsadas por el Ejecutivo, se prevé dificultoso.

El SPD, bajo el volcán de Merkel

La mayoría de los alemanes, según algunas encuestas, defiende una mejor distribución de la riqueza, está a favor de una mayor protección del clima y se posiciona en contra de la actual arquitectura de los mercados financieros. Sin embargo, a la hora de votar, una mayoría se decanta por los partidos de derecha, pese a que sus ideas personales se sitúan más del lado de la izquierda. Una paradoja que defendió hace unos días el ex ministro alemán Jürgen Trittin, y que resume a la perfección el retrato de un electorado y lanza pistas sobre el diagnóstico de la izquierda en Alemania. De hecho, Trittin recordó que la asignatura pendiente de esas formaciones es volver a construir una mayoría que sepa hacer frente a la hasta ahora todopoderosa CDU de Angela Merkel. Hasta entonces, la actual distribución política será responsabilidad en una parte del electorado y en la otra, de las escisiones situadas a la izquierda de la canciller. Así, en un país cuya población sigue confiando en la capacidad y carisma de sus líderes, algunas esferas siguen responsabilizando por ejemplo al ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder y a sus controvertidas reforma, de la decepción y retirada de muchos de los electores tradicionalmente de izquierdas.

Con todo, la bancada roja sigue, y con fuerza, presente en Alemania. De celebrarse ahora elecciones, el Partido Socialdemócrata (SPD) conseguiría un 23% de los votos, según la última encuesta publicada esta semana por el instituto demoscópico Forsa; el partido de Los Verdes se alzaría con un 10% y Die Linke (La Izquierda) con 9%. Es más, este último partido, que aglutina a los poscomunistas germanos, está a punto de alzarse con la presidencia del Gobierno de Turingia, gracias al apoyo del SPD. Veinticinco años después de la caída del Muro y del inicio del fin de República Democrática Alemana (RDA), Bodo Ramelow, se convertirá previsiblemente en diciembre en primer ministro de Turingia y romperá el tabú que mantenía a la izquierda fuera de la primera línea política. Sin embargo, las diferencias siguen palpables dentro de los partidos de izquierda alemanes. En las pasadas elecciones federales, el SPD dejó claro que no quería ni oír hablar de un pacto con Die Linke, debido a las propias divisiones que aloja el partido de La Izquierda. Las diferencias históricas, para algunos insalvables, que se gestaron entre el SPD y Die Linke poco después de la caída del Muro, también pesan lo suyo. Motivos que no parecen, sin embargo, suficientes para evitar la proliferación de otros grupos políticos que, desde la misma posición, vienen a proponer lo mismo pero con diferente nombre para profundizar así más la brecha dentro de la izquierda alemana.