Elecciones en Colombia

La verdadera paz colombiana

«Ha llegado el momento de una nueva generación y vamos a darle a Colombia ese camino de ser un país grande», dijo Iván Duque la semana pasada al ser proclamado ganador de la primera vuelta en las elecciones

Iván Duque, el gran favorito para ganar la segunda vuelta de las presidenciales / Efe
Iván Duque, el gran favorito para ganar la segunda vuelta de las presidenciales / Efelarazon

«Ha llegado el momento de una nueva generación y vamos a darle a Colombia ese camino de ser un país grande», dijo Iván Duque la semana pasada al ser proclamado ganador de la primera vuelta en las elecciones.

«Voy a trabajar estas tres semanas para ganarme ese derecho a ser su presidente y a unir a Colombia. Ha llegado el momento de una nueva generación y vamos a darle a Colombia ese camino de ser un país grande». Así enfatizaba el candidato presidencial Iván Duque la semana pasada una vez era proclamado ganador de la primera vuelta en las elecciones colombianas.

Colombia está fracturada en dos mitades, los que apoyan el proceso de paz iniciado por el actual presidente, Juan Manuel Santos, y los que se oponen a él; allí reside la mayor grieta que hace patente la dicotomía. Según el candidato uribista, el proceso de paz resulta un «mecanismo de impunidad que permite la elegibilidad política de los criminales de lesa humanidad (...), lo cual es una burla a las víctimas y una gran afrenta a nuestro Estado de Derecho». De esta manera, el uribismo desprecia el argumento del olvido, aquel que condona de manera casi automática los crímenes que, durante décadas, el grupo guerrillero ha infligido a la sociedad colombiana.

Para que haya paz debe haber justicia. De lo contrario, la paz se convierte en discurso hueco, letra vacía que termina por legitimar las atrocidades del marxismo guerrillero y convierte a la justicia en una pantomima mal elaborada del deber ser, de lo correcto. Y es que esto no se contradice con el necesario mensaje del perdón. Finalmente, justicia y perdón pueden ir de la mano y ser constructores de la paz, pero de una verdadera. De lo contrario, la omisión y el olvido sin justicia se convierten al final en una versión burlesca de la paz.

Colombia respira hartazgo de una guerra que no acaba. Los adversarios del uribismo insisten en que esa opción dibuja un país lleno de confrontación y de sangre. En este marco, resultan interesantes las palabras del presidente colombiano, quien ha asegurado que «acabar con la guerrilla militarmente resulta imposible». De ser cierto, en ningún caso la propuesta de Duque, principal adversario de la actual Administración, asoma esa posibilidad: «Yo siempre he dicho que no se trata de destruir o hacer trizas los acuerdos, pero sí se trata de hacerles modificaciones importantes a aquellas cosas que afectan el Estado de derecho», afirmaba el candidato uribista en una entrevista a principios de este año y con respecto al proceso de paz que impulsa el actual Gobierno.

Antes del 17 de junio, día en que se celebrará la segunda vuelta, Iván Duque tendrá que convencer a la izquierda moderada y perdedora en la primera vuelta de que su política sobre el proceso de paz no estará marcada precisamente por borrar cualquier avance que consolidar en el futuro una genuina y auténtica pacificación del país. Se trata de corregir y poner las cosas en su sitio, de comenzar por decir la verdad. Sólo de esa manera, el pueblo colombiano conseguirá lo que tanto viene anhelando por años: una verdadera paz.