Política

Crisis en Egipto

Los entresijos del golpe

La Razón
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Los acontecimientos vividos en Egipto esta semana suscitan múltiples respuestas. He aquí diez que apoyan mi tesis de que Mohamed Mursi fue apartado del poder demasiado pronto como para desacreditar al islamismo.

- ¿Fue Mursi elegido de forma democrática? Cada crónica de prensa afirma que lo fue, pero se equivoca. Hubo una manipulación generalizada de los comicios electorales, que considero «una trama de la cúpula militar para permanecer en el poder». Es desconcertante que estas elecciones, con resultados del género ridículo, sigan siendo retratadas como comicios legítimamente democráticos. Que lo sean escora a nivel táctico todo el asunto de la caída de un líder legítimo a manos del Ejército.

- El ex presidente no tenía el poder. Obviamente no controlaba al Ejército, pero tampoco controlaba a la Policía, los servicios de espionaje, el estamento judicial o incluso a la Guardia Presidencial asignada a su protección. Mursi ocupó siempre su cartera a instancias de las influyentes coaliciones antidemocráticas del sistema político, las mismas instancias que ingeniaron «su elección» en junio de 2012.

- Sólo hay dos vías políticas. Solamente hay dos ramas, el Ejército y los islamistas. Esta triste verdad ha quedado repetidamente confirmada durante los dos últimos años y medio de levantamiento, y ahora ha vuelto a quedar confirmada en Egipto. Izquierdistas, seculares y liberales no cuentan a la hora de echar cuentas. Su gran reto reside en hacerse relevantes políticamente.

- El poder omnímodo de los militares. Las Fuerzas Armadas egipcias han depuesto ya a líderes en ejercicio en tres ocasiones en tiempos modernos. Ninguna otra institución egipcia disfruta de su poder. Tanto en 2011 como ahora, los manifestantes en la calle se felicitaron al deponer al presidente, pero si el Ejército se hubiera alineado con esos presidentes y no con los manifestantes, los segundos seguirían al frente del Estado. Además el cuerpo de oficiales tiene un control desmesurado e insano sobre la economía del país. Esto se traduce en que solamente llegan a acuerdos con quien garantiza sus privilegios, como hizo Mursi hace un año (añadiendo nuevos).

- Los golpes de Estado han cambiado. La noche del 22 de julio de 1952, el coronel Gamal Abdul Nasser ordenó a Anwar el-Sadat que se trasladara de El Cairo al Sinaí. Pero Sadat se fue al cine con su familia y casi se pierde la caída de la monarquía. Esta anécdota apunta dos cambios sustanciales. En primer lugar, el derrocamiento es hoy parte de una catarsis nacional, en contraste con la empresa clandestina y opaca que era por entonces. En segundo, hoy son las figuras militares de rango las que apartan al jefe del Estado y no airados oficiales de segundo rango. En lengua vernácula, Egipto ha ingresado en el terreno más sofisticado del golpe de Estado a la turca, llevados a cabo los cuatro por jefes militares, no por oficiales de segunda graduación.

- El Ejército se vuelve dictatorial. La alusión de la voluntad popular por parte de Sisi, cuando la población está claramente muy dividida, señala la visión inherentemente dictatorial que tienen el Consejo Supremo y él. Cierto, esto no tiene nada de nuevo; varones militares han gobernado Egipto desde 1952 con esta clase de pompa antidemocrática.

- El cabeza del golpe de Estado y jefe del Ejército, el general Abdel Fatah el Sisi, se acerca a los salafistas. Fue sorprendente que Sisi invitara al Galal Morra como parte del selecto grupo que asistió a su anuncio de que Mursi era apartado de la Administración, y todavía más sorprendente porque los planes de intervención de Sisi guardan correspondencia con las propias ideas de los salafistas.

En concreto, ni eligió responsable interino del Estado a un izquierdista como Mohamed ElBaradei ni anuló el texto constitucional islamista en vigor, sino que solamente «suspendió» su validez.

- ¿El nuevo jefe de Estado egipcio, Adli Mansur, es una marioneta?. Es lo que dicen los iniciados del mundo financiero. Aunque dijeron lo mismo con Anwar el-Sadat a la súbita muerte de Gamal Abdul Nasser en 1970, sólo para quedar desmentidos. Mansour bien podría estar de adorno, pero es demasiado pronto para saberlo, sobre todo teniendo en cuenta su práctico anonimato. Mansur era, hasta el golpe de Estado, el presidente del Tribunal Constitucional de Egipto

- ¿Financiará Arabia Saudí a Egipto? Existe el temor de la monarquía saudí hacia la Hermandad Musulmana, como rival político, debido a su poder, pero respiran con enorme alivio después de la expulsión de Mursi. Plantea la perspectiva de que el Gobierno saudí, con 630.000 millones de dólares en reservas, aporte sin despeinarse alrededor de 10.000 millones de dólares para impedir que los egipcios se mueran de hambre. Probablemente sea la única solución a la vista para la hambrienta población egipcia. ¿Pero sacará su cartera la gerontocracia?

- Analogía con Argelia. El Ejército argelino intervino en el mecanismo político en 1992, justo cuando los islamistas parecían estar a punto de ganar elecciones; esto ofrece una comparación con la actual situación en Egipto y plantea la perspectiva de años de insurrección civil. Pero la analogía no resulta del todo útil porque Argelia no vio nada parecido a la oposición multitudinaria al Gobierno de la Hermandad Musulmana de Egipto. Sería sorprendente que los islamistas egipcios recurrieran a la violencia tras sus anteriores experiencias con esta táctica y tras ver de primera mano la desmesurada cifra de sus detractores movilizados.