Francia
Macron se juega su presidencia a una carta
Francia contiene el aliento a la espera del mensaje que el presidente ofrecerá hoy. Tras ser humillado por los «chalecos amarillos», está obligado a encontrar el término medio entre las cesiones y la firmeza de sus reformas.
Francia contiene el aliento a la espera del mensaje que el presidente ofrecerá hoy. Tras ser humillado por los «chalecos amarillos», está obligado a encontrar el término medio entre las cesiones y la firmeza de sus reformas.
La resaca de otro «sábado negro» en Francia deja un impasse de incertidumbre en el que todas las miradas buscan al presidente. El Gobierno se felicitaba ayer por, al menos, haber atenuado los niveles de violencia de los dos fines de semana anteriores gracias a una fuerte presión policial y a numerosos controles que dieron por resultado una cifra récord de más de 1.700 detenidos. El primer ministro, Edouard Philippe, señalaba a última hora del sábado que pasada la tempestad, llegaba el momento del diálogo. Los contactos entre el Gobierno y los sectores más moderados de los «chalecos amarillos» se habían multiplicado desde el pasado jueves, pero uno de los obstáculos que se presentan en las negociaciones es la representatividad que ese sector moderado tiene respecto al conjunto del movimiento, una incógnita a la que nadie sabe dar respuesta clara.
La estrategia presidencial ha pasado hasta ahora por el silencio, tan sólo roto por un tuit en la noche del sábado en el que Macron felicitaba a las fuerzas del orden por su labor en la cuarta jornada de movilización de los «chalecos». Macron ha optado ya no por un perfil bajo, sino desaparecido completamente, delegando en su primer ministro, Philippe, toda la gestión de esta crisis, con el riesgo consustancial de que éste pueda acabar quemado. Philippe se reunió con una delegación de «chalecos amarillos» el pasado viernes tras reconocer en sede parlamentaria que la decisión de suprimir el aumento de tasas a los carburantes en 2019 no había aplacado los ánimos. Lo que comenzó como una protesta organizada en las redes sociales en contra del alza del precio del carburante, se ha convertido en un movimiento nacional cuya lista de reclamaciones no para de crecer día a día.
Pero el Eliseo comunicó ayer que Macron romperá su silencio a las 20:00 horas de hoy en una intervención cuidada al máximo en la que podría anunciar algunas concesiones más. Sin duda sería su intervención más crucial desde que llegara a la presidencia. Pero la pregunta que ayer se hacían todos los analistas es hasta dónde puede ceder y qué abanico de concesiones estaría barajando el Elíseo. Macron ya anunció la semana pasada que entre ellas no estaría la reintroducción del impuesto a las grandes fortunas, que redujo considerablemente en sus primeros meses al frente del Estado, y que se ha convertido en una de las principales reivindicaciones del movimiento junto con el aumento del salario mínimo.
La ministra de Trabajo, Muriel Pénicaud, anunció ayer aba en la tarde de ayer que tampoco está sobre la mesa una eventual subida del smic (salario mínimo) que se sitúa en los 1.498 euros brutos, algo menos de 1.200 netos. Actualmente hay 1,65 millones de franceses que cobran ese mínimo, lo cual equivaldría a uno de cada diez trabajadores. Pénicaud y Macron coinciden en que subirlo podría ser un foco de destrucción de empleo.
El presidente, en un gesto con el que pretende empezar a resolver la crisis, ha decidido consultar sus propuestas hoy por la mañana en el Elíseo con una comitiva de representantes sindicales y los presidentes de la Asamblea y el Senado. Después será cuando se dirija a los franceses, aunque al cierre de esta edición se desconocía la hora y la fórmula elegida para hacer los anuncios con los que espera aplacar la mayor crisis que ha vivido desde que fuese elegido presidente en mayo de 2017. Benjamin Cauchy, representante del ala más moderada de los «chalecos amarillos», declaraba en la tarde del domingo que lo primero que esperaba de la respuesta presidencial era «consideración» hacia el movimiento, incluso antes que cualquier otra medida en favor de mejorar el poder adquisitivo de los menos favorecidos.
La otra gran incógnita política que se plantea es la legitimidad en la que queda Macron para implementar el resto de su programa de reformas económicas, entre ellas la de las pensiones o la de las ayudas al desempleo. La crisis de los chalecos ha propiciado algo inédito hasta ahora: el presidente que criticaba a sus antecesores por haber cometido el «error» de ceder ante las presiones de la calle, ahora ha cedido, abriendo así una nueva etapa en su quinquenio cargada de incertidumbre. Quizás Hollande y Sarkozy sientan un cierto placer oculto por ello.
Pero más allá de las medidas económicas, en esta crisis también subyace un factor personal muy fuerte. Una percepción generalizada que cualquiera puede comprobar en cuanto pisa una calle en Francia. La inmensa mayoría de manifestantes coincide en ver al presidente como un tipo arrogante completamente desconectado de los problemas de la calle. Trabajar en esa reconquista emocional no será tarea menor para quien hasta ahora se le apodaba «Júpiter», como el omnipotente dios romano. Su descenso de la gloria con la que deslumbró al mundo ganando las presidenciales del año pasado está siendo estrepitoso y sin frenos. Los «chalecos» han conseguido lo que no ha hecho la frágil oposición que tiene enfrente. Lo han bajado del olimpo en menos de un mes y su popularidad apenas alcanza el 19%.
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