Tragedia

Al menos 60 muertos en un cayuco senegalés que pasó 40 días a la deriva

La embarcación fue rescatada este miércoles en Cabo Verde y lo supervivientes serán repatriados a Senegal

Foto de archivo de un cayuco EFE/ Miguel Barreto
Foto de archivo de un cayuco EFE/ Miguel BarretoMiguel BarretoAgencia EFE

“A mi primo le pasó lo mismo”. Con esta naturalidad desgarradora responde Ousmane, un joven de treinta años natural de Saint Louis (Senegal), al conocer que una embarcación con destino a las islas Canarias fue rescatada en la mañana de este miércoles en Cabo Verde. Que salió el pasado 10 de julio con 101 personas a bordo y que sólo 38 han terminado la pesadilla con vida.

Un cayuco como este, salido de la localidad costera de Fass Boye, en Senegal, no debería tardar más de diez días en alcanzar alguna de las islas Canarias. Llevan el arroz, agua y combustible exactos para diez días de travesía, u once, si el patrón que organizó el viaje se ve con ánimos de despilfarro. En el momento en que un cayuco, que no es más que un puñado de tablas de madera cubiertas de pintura desconchada y frases de oración a Alá, se pierde en el frenesí de las mareas, y el sol se desploma diez veces sin que un atisbo de tierra alegre las pupilas de los desesperados, a quienes viajan en él solo les cabe rezar, rezar y resistir los embistes del hambre y de la deshidratación.

37 de los supervivientes son de nacionalidad senegalesa, donde sólo uno de ellos posee el pasaporte de Guinea Bissau, mientras las autoridades de Cabo Verde aseguran que “ están siendo atendidos en la isla de la Sal”. Además, el comunicado señala que “el ministerio de Asuntos Exteriores de Senegal, en colaboración con las autoridades competentes de Cabo Verde, ha tomado las medidas necesarias para repatriarlos lo antes posible”.

Una botella de agua y de vuelta a casa. Son muertes inútiles. Traumas innecesarios. Lo que debería ser una noticia puntual, se trata de una realidad habitual en la letal ruta canaria, por donde miles de jóvenes africanos procuran alcanzar el codiciado sueño europeo bajo amenaza de muerte. Son las corrientes quienes ejecutan sentencia con la insoportable frivolidad de una naturaleza que no entiende de injusticias. Sólo en el primer semestre de 2023, hasta 778 personas fallecieron en la entrada más mortífera a Europa.

Pero son números incompletos. Ni siquiera se reconoce cuántos han muerto en esta última embarcación rescatada, aunque los números señalan en torno a 60 víctimas mortales. Flotan ahora en algún punto del Atlántico, arrojados por sus compañeros de viaje e inaccesibles a una estadística exacta. Porque apenas siete cadáveres restaban en el cayuco en el momento de su rescate.

“Mi primo subió en un cayuco y no volvimos a saber nada de él”, rememora Ousmane al otro lado del teléfono. “Suponemos que está muerto porque hace tres años desde que embarcó”. Indica que algo parecido ocurrirá con los familiares de esta embarcación, desde que son cientos de barcas las que salen de las costas senegalesas cada año y es imposible llevar la cuenta de qué persona sube en qué barca. Un senegalés, un gambiano, un guineano embarca en un cayuco aleatorio y se despide de sus progenitores, puede que para siempre, poniéndose al servicio del oleaje por un ideal que le dijeron.

Quienes subieron a un cayuco el 10 de julio en la región de Thiès debían navegar rumbo al norte pero (las causas todavía se desconocen) en su lugar se dirigieron al oeste, casi en línea recta, durante más de un mes, hasta que un pesquero los avistó y pudo remolcarlos a la costa. Entre los tripulantes se encontraban un niño de 12 años y tres adolescentes cuyas edades comprendían entre los 15 y los 16 años.