Materias primas

El oro en África (II): la redistribución de la riqueza durante el colonialismo

La llegada del colonialismo europeo cambió radicalmente las rutas comerciales del oro, expulsando a los árabes del mapa e introduciendo en su lugar nuevas técnicas urbanísticas que acompañaba la religión cristiana

La participación de tropas llegadas de diferentes partes del imperio colonial francés fue importante
La participación en la I Guerra Mundial de tropas del imperio colonial francés fue importante.larazon

Viene de aquí.

La llegada del colonialismo a África supuso un enorme cambio en las dinámicas sociales, políticas, económicas, religiosas, etc., en el continente. Imperios de mil años se derrumbaron. Rutas comerciales que se establecieron durante siglos fueron sustituidas en pocas décadas por los modelos de producción y de transporte europeos. Los reyes y sacerdotes locales vieron su rol limitado por la autoridad colonial y dirigido contra sus propios intereses. El cristianismo entró de la mano de los Padres Blancos, desplazando o marginando a las comunidades animistas a un segundo plano. Y también cambiaron las dinámicas referentes al comercio del oro, hasta entonces manejadas casi en exclusiva por mercaderes árabes y sus socios africanos.

El antropólogo e historiador ghanés Luke Pepera asegura que “los europeos no tomaron el oro, o ningún recurso en general, a través de las antiguas rutas del Sáhara, pero utilizaron los barcos que atracaban en el Golfo de Guinea”. Asimismo, la decadencia del mundo árabe durante los inicios de la Edad Contemporánea significó además una reducción en su demanda del oro, lo que permitió a los europeos expulsarles en gran medida del mercado y hacerse con su control.

Nuevos centros de riqueza

Cambiaron las rutas escogidas. Mientras los árabes se beneficiaban de largas cadenas de proveedores, donde la ruta transahariana sería un buen ejemplo, las potencias europeas generaron un espectacular crecimiento en las zonas próximas a la costa. Si la riqueza de antaño se distribuía en el interior del continente (recordemos que, tanto el imperio de Mali como los reinos de Axum y de Zimbabue, se encontraban tierra adentro), ingleses, franceses y portugueses concentraron su actividad económica en las actuales Senegal, Costa de Marfil, la costa de Nigeria, Ghana y Mozambique. Del interior del continente se limitaban a extraer las materias primas, incluyendo el oro, y prueba de ello son las extensas líneas de ferrocarril todavía existentes.

Ejemplos conocidos son la vía Abiyán-Níger, construida por Francia en el siglo XIX y que recorre más de 1.200 kilómetros desde las zonas mineras de Burkina Faso hasta el puerto de Abiyán, en Costa de Marfil; o el ferrocarril de Sudán, cuya construcción corrió mayoritariamente a cargo de las empresas británicas para facilitar el transporte del oro desde el interior del país hacia la costa del Mar Rojo. Al final, es evidente que para los colonos resultaba más cómodo instalarse en áreas próximas a las costas donde les depositaban los barcos, antes que introducirse centenares de kilómetros a través de selvas y desiertos desconocidos.

En los puntos de inicio y de llegada de estos ferrocarriles, así y como en determinadas localidades por las que cruzaba, se aglutinó un número creciente de africanos que abandonaban las zonas (ahora aisladas) por las que no cruzaba el tren. Los gobiernos coloniales llegaron a imponer cuotas poblacionales para evitar una sobrepoblación motivada por las migraciones internas de quienes buscaban fortuna en las ciudades… unas cuotas que, tras las independencias, fueron eliminadas, provocando un exagerado aumento de densidad en las urbes africanas y creando megaciudades como Kinsasa o Lagos.

La influencia del comercio colonial en el plano religioso serviría para escribir un libro, pero, a modo de resumen, destacar que los europeos trajeron consigo la religión cristiana en detrimento del islam que se había introducido durante los siglos anteriores gracias a las rutas comerciales terrestres. Países como Nigeria cuentan hoy así con una mayoría cristiana en sus regiones costeras y una mayoría musulmana entre las regiones ubicadas tierra adentro, mientras que el cristianismo apenas encontró resistencia a la hora de extenderse por países donde nunca hubo presencia musulmana, como pueden ser las actuales Angola o Sudáfrica.

Las fiebres del oro africanas

El oro, aún sin ser el producto más demandado por las potencias colonizadoras, renombró el continente y formuló nuevas dinámicas que hoy perduran. Un ejemplo en cuanto a lo nominal sería la actual Ghana, conocida entonces como “la Costa del Oro” debido a las enormes cantidades del metal que contenían sus territorios.

Al igual que sucedió en el Oeste americano, la fiebre del oro (y de los diamantes) resultó en un útil imán para atraer a ciudadanos europeos a África. En Botsuana, donde la extracción de oro en minas a cielo abierto databa de tan atrás como el siglo XIII, tuvo lugar en 1867 un episodio de fiebre del oro después de que el explorador alemán Karl Mauch descubriera dichos yacimientos. Prospectores europeos, estadounidenses y australianos acudieron en tropel a la zona mientras aumentaba el número de asentamientos europeos en Botsuana. No sería hasta dos años después que se supo que la calidad del oro era demasiado baja para que su extracción fuera provechosa, pero el daño ya estaba hecho. Dos años después se descubrieron unas reservas ingentes de diamantes en Botsuana, y los europeos que se asentaron durante los años de la fiebre del oro fueron los primeros en estirar las manos y ponerse a cavar.

El interés por los europeos a la hora de extraer valor de la tierra africana llevó al descubrimiento o explotación de minas de oro que la población local desconocía o no explotaba hasta la fecha. Por ejemplo, en República Democrática del Congo no comenzó a extraerse oro hasta mediados del siglo XX, momento en que los colonizadores belgas descubrieron los primeros yacimientos. Algo similar ocurrió por parte de los franceses en las montañas de Atakora (actual Benín) en 1939: aunque los locales conocían la presencia del oro en la zona, nunca se molestaron en minarlo.

El hallazgo de enormes cantidades de oro en Sudáfrica a mediados del siglo XIX trajo consigo otra caótica fiebre del oro (la fiebre del oro de Witwatersrand) que llevó a la creación de la ciudad de Johannesburgo y a que Sudáfrica sea hoy el mayor exportador de oro del continente africano. Esta fiebre del oro atrajo de inmediato el interés del Imperio Británico, que, entre unas cosas y otras, terminó enfrentándose a los colonos holandeses en la Segunda Guerra Bóer. El saldo oficial de víctimas mortales entre civiles y militares osciló en torno a las 80.000 personas. Y sí, fue una guerra. Todo por el oro.

Ni que decir tiene que el oro y los diamantes fueron dos elementos fundamentales para la construcción de la Europa contemporánea, al igual que el oro y la plata resultaron en dos metales clave para el mantenimiento del Imperio español. La influencia del oro en África saltó así al continente vecino y se convirtió en un metal cuyo poder llegaba a Occidente, a la configuración de un futuro donde la hegemonía europea se sostuvo gracias a las riquezas arrancadas a los africanos. En cuanto a los dueños legítimos del oro, Pepera apunta que “el colonialismo influyó indudablemente al desarrollo de los países africanos. Los cambios en la geografía, las estructuras sociales y demás se vieron probablemente retrasadas”.

La influencia del oro en África resultó crucial durante la colonización del continente. Generó la construcción de una infraestructura moderna destinada a su exportación y que todavía hoy sigue vigente, concediendo nuevas riquezas a las zonas costeras y arrebatándoselo a las zonas del interior que habían ostentado históricamente el poder. Creó ciudades, motivó guerras. Introdujo, con la ayuda de otros materiales, el cristianismo en el continente. Y cuando llegó el esperado momento las independencias, algo ocurrió, como si toda la Historia de África se desmoronase sobre sus habitantes, y aquello que llevaba arrastrando el continente desde hace más de dos mil años resurgió, cobró forma de nuevo a través de las ideas y los sueños de los africanos. El oro que sostuvo imperios dentro y fuera de África se convirtió entonces en un sostén de sueños que clamaron una única palabra: libertad.