Tribuna

La pax trumpiana

El acuerdo dista mucho de ser perfecto, pero es el único viable y el que más apoyos ha concitado en 30 años

WASHINGTON (United States), 29/09/2025.- US President Donald Trump (R) shakes hands with Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu (L) after they spoke at a press conference in the State Dining Room of the White House in Washington, DC, USA, 29 September 2025. In their meeting, Trump pressed Netanyahu to accept a peace deal to end Israel’s on-going war in Gaza, and for Hamas to free their remaining hostages. EFE/EPA/JIM LO SCALZO / POOL
US President Trump and Israeli Prime Minister Netanyahu press conference at the White HouseJIM LO SCALZO / POOLAgencia EFE

En un Oriente Medio convulso, el plan de paz de veinte puntos diseñado por el presidente Trump constituye un punto de inflexión histórico. Este rotundo triunfo diplomático, anunciado en septiembre de 2025, no solo busca resolver el conflicto de Gaza tras dos años de hostilidades, sino que sitúa de nuevo a Estados Unidos en el centro del tablero geopolítico de Oriente Medio como mediador indispensable. El éxito de esta iniciativa, cuya consolidación aún está por verse, emana directamente de la voluntad indómita de su artífice. Con una audacia negociadora formidable, Trump ha doblegado las resistencias de propios y extraños, incluyendo las del Gobierno de coalición de Benjamin Netanyahu.

El alcance del logro es tal que ha merecido el reconocimiento de figuras ideológicamente distantes. En un reciente discurso en Bombay, el primer ministro laborista del Reino Unido, Keir Starmer -un socialista no precisamente sospechoso de simpatías trumpianas-, lo ha calificado como “un avance decisivo” (a decisive breakthrough).

Políticamente, el acuerdo cimienta el legado de Trump, proyectándolo como el artífice de una paz impuesta no por las armas, sino por la fuerza de la convicción diplomática. Geopolíticamente, llega tras haber contenido las ambiciones nucleares de Irán y disciplinado a sus satélites, Hezbolá y los hutíes. El paso natural era neutralizar a Hamás, enemigo común de las naciones árabes moderadas. Incluso Qatar, erróneamente percibido como su aliado, mantiene con el grupo terrorista una relación compleja, habiendo conservado los canales de comunicación a petición expresa de Washington. Al debilitar el llamado “eje de la resistencia”, el plan allana el camino para alianzas más sólidas en la región y con Occidente. Diplomáticamente, el aval de líderes de Jordania, Arabia Saudí y la muy eficaz mediación de Qatar y Egipto amplifica su impacto global, prometiendo romper la espiral de violencia a cambio de estabilidad e inversiones masivas para la reconstrucción.

La primera fase del plan es su eje central y su momento de la verdad. Se activa con un alto el fuego de seis semanas, durante el cual se liberará a medio centenar de rehenes israelíes y se repatriarán los cuerpos de los cautivos asesinados. De hecho, Qatar, Egipto y Turquía ayudarán a Israel a localizar los restos mortales de los rehenes asesinados.

El intercambio será verificado por observadores de la ONU, Egipto, Qatar y Estados Unidos. Simultáneamente, las fuerzas israelíes iniciarán una retirada gradual y controlada por drones hasta crear una franja desmilitarizada de diez kilómetros en los pasos fronterizos, garantizando la seguridad sin anexión y permitiendo un flujo masivo de ayuda humanitaria. El menor incumplimiento podría hacer zozobrar el delicado andamiaje del acuerdo.

Un segundo pilar es la liberación de 1.950 prisioneros palestinos, 250 de los cuales están condenados a cadena perpetua por terrorismo. La OLP ha hecho de la liberación de Marwan Barghouti, una condición fundamental si bien no “sine qua non”. Barghouti es un carismático líder de Al Fatah y la figura más admirada por la mayoría de los palestinos según todas las encuestas más fiables. Recordemos que Barghouti fue condenado a cinco cadenas perpetuas por su papel en la Segunda Intifada. Él es, sin duda, el preso palestino más famoso y es apodado el “Mandela palestino”. De hecho, sea, quizás, la única figura capaz de suturar las profundas heridas de los intensos y arraigados odios inter-palestinos. Su puesta en libertad podría catalizar una gobernanza de reconciliación, unificando facciones y construyendo un liderazgo viable, a pesar de ser considerado un terrorista por amplios sectores de la sociedad israelí.

El desarme de la organización terrorista yihadista es el capítulo más espinoso. Hamás se opuso frontalmente en un principio, arguyendo la necesidad de defenderse de rivales internos y del previsible ajuste de cuentas de una población gazatí que la considera responsable del desastre humanitario y de una brutal y sanguinaria represión. Sin embargo, la presión del marco impuesto por Trump ha forzado su claudicación: Hamás entregará su arsenal pesado y ofensivo bajo supervisión internacional, reteniendo únicamente armamento ligero (fusiles de asalto) para supuestas funciones de autodefensa. De cumplirse, este compromiso marcaría un hito sin precedentes en la desmilitarización de Gaza.

Completado el intercambio, se activará la creación de un Mecanismo Transitorio Internacional para la Administración de Gaza (GITM), una estructura de gobernanza sin precedentes que será supervisado por un consejo liderado por el propio presidente Trump. Se espera que un Ejecutivo palestino de perfil técnico gestione la transición hasta que le tome el relevo una Autoridad Palestina profundamente reformada. Aunque se ha especulado con nombres como el de Tony Blair, para formar parte del Consejo Mundial de Paz, su controvertido legado en la región siembra serias dudas sobre su idoneidad para una misión de esta naturaleza.

El plan se completa con un fondo inicial de 5.000 millones de dólares para la reconstrucción, que será ampliado por un consorcio financiero mundial. Las aportaciones de los Estados del Golfo asegurarán su sostenibilidad, esperemos que desterrando para siempre el fantasma de los desplazamientos forzosos, que de haberse confirmado habrían sido un flagrante caso de limpieza étnica.

Quizás la clave de bóveda de este éxito resida en la profunda irritación personal del presidente Trump con el primer ministro Netanyahu. La soberbia del líder israelí hacia la figura del presidente Trump, que llegó a alardear en público de tener a Trump «en el bolsillo trasero de mi pantalón». Este fue un error de cálculo solo explicable por la imprudencia, la arrogancia y el exceso de confianza. Esa afrenta, lejos de debilitar el proceso, otorgó a Trump la rabia y la palanca moral y política necesaria para imponer su voluntad férrea incluso al primer ministro de Israel.

En definitiva, este plan, que según dicen los más altos responsables de países árabes que lo han negociado dista mucho de ser perfecto, pero es el único viable y el que más apoyos ha concitado en 30 años. El plan Trump no solo ataja una crisis inmediata, dramática y terrible, un drama humanitario sin precedentes recientes, también pone fin, esperémoslo, a la amenaza terrorista, sí terrorista, de Hamas sobre Israel. El plan tiene también un hondo calado geopolítico pues redefine el equilibrio de poder regional. Aunque los desafíos son monumentales, la audacia de esta propuesta podría, por fin, inaugurar una nueva era de paz, seguridad y estabilidad. El tiempo dictará sentencia.