Cumbre en Asia
Trump anuncia un acuerdo histórico con China: reducción de aranceles al 10% y un pacto sobre tierras raras
Los presidentes de China y EE UU se reúnen durante dos horas "increíbles" y acuerdan "trabajar" para acabar con la guerra de Ucrania, evitando el tema de Taiwán
El engranaje del comercio mundial, oxidado tras meses de tensión arancelaria, recuperó este jueves dinamismo en la ciudad portuaria de Busan, en Corea del Sur. Tras seis años sin encuentros frente a frente, Trump y Xi pusieron en pausa una competencia que hace tiempo dejó de ser solo económica para convertirse en un pulso por la supremacía tecnológica, industrial y militar del siglo XXI. Durante cien minutos de conversación medidos al segundo, ambos entendieron que seguir tensando la cuerda podía romper el equilibrio financiero mundial. El resultado fue un acuerdo de contención, no de reconciliación. Washington reducirá una parte de sus aranceles, mientras Pekín reanudará compras agrícolas y aliviará las restricciones a las tierras raras, esos minerales estratégicos que lubrican la inteligencia artificial, la energía verde y el poder bélico avanzado. Un pacto que no elimina la rivalidad, la transforma en un principio de gestión, una tregua consciente entre dos imperios que ya no compiten solo por mercados, sino por modelos de poder.
Trump se mostró satisfecho, incluso eufórico. Habló de “éxito total”, de “una reunión doce sobre diez” y de un “nuevo comienzo”. Confirmó que los gravámenes a los productos chinos bajarán del 57 % al 47 %, y que Xi ha aceptado trabajar “muy duro” para frenar la producción de fentanilo, la droga que devasta a EE. UU. El calendario incluye además un viaje del presidente estadounidense a Pekín en abril y una visita recíproca del líder chino a Washington antes del verano. El intercambio de cortesías refleja que ambas capitales han entendido que la confrontación permanente cuesta ya más de lo que rinde. Ahora, apuestan por la prudencia tras meses de sanciones cruzadas y se abre una etapa de gestión del desacuerdo.
Una suma de errores y dependencias
La cita de Busan no se entiende sin los meses de hostilidad que la precedieron. En abril, cuando Trump anunció los llamados “aranceles del Día de la Liberación”, lo hizo convencido de que China era la parte vulnerable. Su cálculo, explica The New York Times, se apoyaba en la aparente asimetría de las balanzas: Pekín exporta mucho más a Estados Unidos de lo que importa. Pero la ecuación ignoraba un detalle estratégico. Mientras China puede sustituir proveedores agrícolas, Washington sigue atado a los insumos que solo Pekín produce en abundancia, como las tierras raras y sus imanes derivados, base de toda la revolución tecnológica contemporánea.
China controla alrededor del noventa por ciento de estos minerales y es el único proveedor mundial de seis tierras raras pesadas. Sin neodimio, disprosio o terbio no existirían ni turbinas eólicas ni satélites, ni coches eléctricos ni drones de combate. La dependencia es tan absoluta que un solo submarino nuclear de la Armada estadounidense requiere más de cuatro toneladas de dichos elementos. Cuando en 2010 Pekín los utilizó como arma frente a Japón, el precedente pasó inadvertido en Washington. Esta vez, dos días después del anuncio arancelario, China respondió imponiendo controles a la exportación de determinados metales y los amplió de forma drástica en octubre.
La maniobra fue eficaz. De pronto, el eje del poder comercial se invirtió. Según reconocen economistas del Tesoro, “Estados Unidos descubrió que no tenía sustitutos inmediatos y que fabricar tecnología sin tierras raras es como intentar cocinar sin fuego”. Esa vulnerabilidad, en lugar de forzar concesiones chinas, aceleró la búsqueda de un compromiso.
Tregua económica, símbolo político
El resultado de Busan es, en apariencia, un alivio mutuo. Washington rebaja un tramo de aranceles y Pekín levanta temporalmente parte de sus restricciones. El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, anunció que existe ya “un marco sustancial de acuerdo” para formalizar las medidas en los próximos ciento veinte días. En Washington se presenta como una desescalada pragmática; en Pekín como la confirmación de que la estrategia de presión selectiva ha funcionado. El gesto más visible del pacto es la reapertura de compras agrícolas: soja, maíz y gas licuado. En los estados agrícolas del Medio Oeste, donde el voto será decisivo en noviembre, la noticia se celebra como un rescate.
Para Xi, el beneficio es más estratégico. Al incluir un mecanismo de certificación tripartito de exportaciones —con participación técnica surcoreana— y al lograr que EE. UU. suspenda sanciones a varias firmas mineras chinas, Pekín refuerza su control sobre la cadena global sin exponerse a sanciones adicionales. El Financial Times calculaba anoche que China recuperará en menos de un trimestre los ingresos perdidos por los recortes de ventas, mientras que la industria estadounidense tardará al menos seis meses en restablecer sus inventarios críticos.
El fentanilo y los gestos paralelos
Aunque el eje principal fue el comercio, la conversación giró también hacia el terreno sanitario. Trump aseguró que su homologo se comprometió a cooperar activamente en el control del fentanilo, el opiáceo sintético responsable de más de 80 000 muertes al año en Estados Unidos. Washington, en compensación, reducirá los aranceles químicos del 20 % al 10 % y establecerá un canal permanente de comunicación entre la DEA estadounidense y el Ministerio de Seguridad Pública chino. La Casa Blanca interpreta el acuerdo como un “gesto de confianza limitado pero significativo”.
Diplomáticos próximos al encuentro sostienen que este punto tuvo valor político interno para ambos mandatarios: Trump necesita proyectar firmeza y humanidad a la vez;, mientras Xi se presenta como garante de responsabilidad internacional sin alterar su discurso soberanista.
Ucrania, Gaza y la cautela estratégica
Los dos colosos abordaron brevemente otras crisis globales. Trump aseguró que Ucrania fue discutida “de manera muy intensa” y que Washington y Pekín “trabajarán juntos para ver si pueden lograr algo”. No hay confirmación de detalles, pero en círculos europeos se interpreta como un intento estadounidense de abrir un canal diplomático indirecto a Moscú a través de Pekín. Xi habría aceptado estudiar fórmulas técnicas de seguimiento en el marco del G 20.
En Oriente Próximo, el presidente estadounidense declaró que “Gaza ha vuelto al alto el fuego”, insinuando que China estaba al tanto de los esfuerzos de mediación en los que participan Catar y Egipto. Aunque nada quedó por escrito, el comentario bastó para mostrar el alcance global que tuvo una reunión prevista, en teoría, para salvar las cifras del comercio bilateral.
En cambio, de Taiwán no se habló. “Ese tema nunca apareció”, zanjó Trump. La omisión, celebrada por los medios chinos como una muestra de “respeto y madurez diplomática”, evitó convertir un diálogo económico en una crisis política. En Washington, diputados republicanos interpretaron el silencio como una concesión, pero fuentes de la Casa Blanca admiten que “se trataba de no dinamitar lo logrado”.
Tecnología y contención
El capítulo tecnológico fue terreno neutralizado. Trump explicó que se discutieron los semiconductores y las reglas de la inteligencia artificial, pero “no se mencionó el chip Blackwell de Nvidia”, símbolo de la pugna por la supremacía en IA. Según aclaró, las restricciones actuales se mantendrán y no se ampliarán. Pekín, inmerso en su plan de autosuficiencia Dragon Silicon 2026, recibió el mensaje como un signo de estabilidad.
El formato de la cita reforzó la idea de un “pacto de gestión”. No hubo banquetes ni declaraciones conjuntas. La coreografía fue mínima. “Se trataba de hablar, no de convencer”, expresó un asesor surcoreano. Esa sobriedad, poco habitual en Trump, sugiere que el encuentro apunta a una descompresión.
Mercados en pausa optimista
Las bolsas asiáticas reaccionaron con alivio. En Bruselas, la Comisión Europea valoró la tregua como “una oportunidad para recalibrar el comercio global” y advirtió a ambas potencias de que “el mundo no puede permitirse una nueva escalada”. El ministro alemán Robert Habeck fue más directo: “Cada día de normalización entre Washington y Pekín es un día menos de riesgo sistémico para Europa”. Corea del Sur, anfitriona improvisada, emergió como actor de equilibrio. Su Gobierno refuerza así su posición de bisagra diplomática en Asia‑Pacífico.
Así pues, Trump y Xi volverán a encontrarse la próxima primavera, previsiblemente en Pekín, para “profundizar en temas pendientes”. En el itinerario figuran ahora la propiedad intelectual, la energía verde y la seguridad digital. Nadie habla de resolver la rivalidad, la consigna es administrarla. Washington busca estabilizar precios, Xi preservar el empleo manufacturero. El principio que rige Busan es el del realismo: reducir el daño antes que perseguir la victoria.
El trasfondo no varía. Continúan siendo adversarios estructurales en tecnología, finanzas y seguridad. Pero ambos parecen haber aprendido que una ruptura abierta sería autodestructiva. “Es la diplomacia del cansancio y la interdependencia”, define un académico de la Universidad de Tsinghua. En la Casa Blanca se presenta como un triunfo del sentido común; en Pekín como demostración del autocontrol de Xi.
Trump dinamita tres décadas de contención nuclear desafiando a Rusia y China
En plena gira por Asia y minutos antes de reunirse con Xi , el republicano lanzó desde su red Truth Social una bomba política: ordenó preparar la reanudación de las pruebas nucleares, suspendidas desde 1992. “Debido a los programas de otros países, he instruido al Departamento de Guerra a iniciar nuevas pruebas en igualdad de condiciones”, escribió.
El mensaje marca un giro mayúsculo en la doctrina nuclear de Washington. China multiplica sus silos de misiles y Moscú se jacta de su misil de crucero nuclear y del torpedo Poseidón. Trump responde así con una advertencia que rompe el consenso internacional y amenaza con resucitar la carrera armamentística. El gesto llega justo antes del vencimiento del tratado New START, último freno bilateral al despliegue nuclear con Moscú.