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Trump firma una orden para mantener unidas a las familias inmigrantes
El presidente de Estados Unidos firmó una orden ejecutiva para detener la separación de los niños inmigrantes de sus padres cuando éstos son detenidos en la frontera sur del país
El presidente de Estados Unidos firmó una orden ejecutiva para detener la separación de los niños inmigrantes de sus padres cuando éstos son detenidos en la frontera sur del país.
Rectifica. Así lo afirmó el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuando en vísperas de viajar a Duluth anunciaba ante la Prensa su intención de liquidar la política de separar a los niños inmigrantes de sus padres. «Queremos seguridad para nuestro país», dijo Trump, «y al mismo tiempo queremos medidas compasivas, no separar a las familias, y estamos trabajando en ello». La orden ejecutiva plantea que padres y niños permanezcan detenidos juntos. Tras subrayar que los demócratas ansían una política de puertas abiertas, y recalcar que miles y miles de inmigrantes indocumentados habrían provocado un problema de seguridad pública que no parece reflejarse en las estadísticas del Departamento de Estado y el FBI, el presidente firmó ayer una orden ejecutiva para «mantener juntas a las familias mientras se garantiza una frontera muy poderosa y muy fuerte».
Durante los primeros 15 meses de Trump en la Casa Blanca, el Gobierno había dado luz verde a la puesta en libertad de cerca de 100.000 inmigrantes indocumentados, a la espera de que se resolvieran sus peticiones de asilo. Pero todo cambió el 5 de mayo. A partir de entonces más de 2.300 niños habían sido separados de los adultos con los que cruzaron ilegalmente la frontera. Una medida derivada de la orden que cursó el fiscal general, Jeff Sessions, de tratar a todos los indocumentados como criminales.
A los delincuentes se les encierra de forma preventiva y, por supuesto, se les separa de sus familias. El problema, de índole legal, es que la inmigración ilegal no constituye un delito. Se trata, en el caso de aquellos que no lo hayan intentado antes, de una falta. Luego está, colateral, la cuestión de si se estaba violando las convenciones internacionales en materia de protección de los derechos del menor. Las imágenes de los adolescentes en cajas, los audios de bebés y niños de-sesperados por ver a sus padres, la imposibilidad de los cuidadores asignados por el Gobierno para tocarles, la evidencia de que muchos oficiales, abrumados, habrían arrebatado a los niños con mentiras, la más usual, que se disponían a darles una ducha, era ya una crisis irrespirable.
«No creemos que las familias tengan que estar separadas, punto». Palabra del líder de la mayoría republicana en el Congreso, Paul Ryan. «Hemos visto los vídeos, hemos escuchado las grabaciones», concedió abrumado. Su plan consistía en lograr la aprobación en el Legislativo de un acuerdo que permita reformar las leyes de inmigración, y al que habrían añadido a última hora el espinoso asunto de las separaciones. «Podemos hacer cumplir nuestras leyes de inmigración sin romper familias», dijo. «La Administración dice que quiere que el Congreso actúe, y actuaremos», concluyó, consciente, como cualquiera que se haya asomado a la Prensa, la televisión y las redes sociales, del profundo rechazo que la medida estaba causando.
Apenas dos días antes, Naciones Unidas había tachado de inadmisible la medida. El Papa Francisco la definió de «inmoral» y la Conferencia Episcopal de Estados Unidos dio a conocer un comunicado en el que el cardenal Daniel DiNardo afirma que «las familias son el elemento fundamental de nuestra sociedad y deben poder permanecer juntas. Aunque proteger nuestras fronteras es importante, podemos y debemos hacerlo mejor como Gobierno y como sociedad, para encontrar otras formas de garantizar esa seguridad. Separar a los bebés de sus madres no es la respuesta y es inmoral». «Así no hacemos las cosas en Canadá», afirmó el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, al tiempo que explicaba que le parece «imposible» imaginar el calvario de esas familias. El ex presidente Barack Obama se preguntó: «¿Somos una nación que acepta la crueldad de arrancar a los niños de los brazos de sus padres o somos una nación que valora a las familias y trabaja para mantenerlas unidas?»
Pero quizá nadie firmó una protesta más desestabilizadora para la Casa Blanca, por lo que tiene de carga de profundidad del aparato, que la ex primera dama Laura Bush. En «The Washington Post», la esposa del ex presidente George W. Bush afirmó que las imágenes de niños en jaulas «son inquietantemente reminiscentes de los campos de internamiento de japoneses estadounidenses de la II Guerra Mundial, uno de los episodios más vergonzosos en la historia de Estados Unidos. También sabemos que este tratamiento inflige traumas», dijo.
La alusión a las secuelas psíquicas y físicas en los infantes separados de sus progenitores ha sido refrendada por numerosos expertos. La Asociación Nacional de Psiquiatría, la mayor del mundo, con más de 37.000 afiliados, ha publicado un comunicado en el que advierte de que «los niños dependen de sus padres para su seguridad y apoyo. Cualquier separación forzada es muy estresante para los niños y puede causar traumas de por vida, así como un mayor riesgo de otras enfermedades mentales, como la depresión, la ansiedad y el trastorno de estrés postraumático».
En medio del clamor, Trump explicó a los congresistas de su partido que «si eres débil, que es lo que algunas personas quieren que seas, el país va a ser invadido por millones de personas. Pero si eres fuerte, entonces no tienes corazón. Un dilema difícil. Quizás prefiero ser fuerte, pero ese es un dilema difícil».
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