Venezuela sin Chávez

Una mordaza para España

El caudillo ha expropiado a las empresas españolas y cobijado a etarras en su lucha por devaluar nuestro papel en el continente.

El Rey exige a Chávez «que se calle» en la Cumbre de Santiago de Chile, en 2007
El Rey exige a Chávez «que se calle» en la Cumbre de Santiago de Chile, en 2007larazon

Le faltaban todavía dos semanas para tomar posesión de su cargo como presidente, pero el que acabaría siendo una grotesca pesadilla para la diplomacia española ya era recibido en Madrid con todos los honores.

Le faltaban todavía dos semanas para tomar posesión de su cargo como presidente, pero el que acabaría siendo una grotesca pesadilla para la diplomacia española ya era recibido en Madrid con todos los honores, aunque también con ciertas prevenciones por parte de Aznar, a quien Chávez nunca le acabó de gustar. El seco carácter del presidente español contrastaba con la exuberante verborrea del venezolano. Pero aquel 11 de enero de 1999 en la Moncloa no podían prever aún todo lo que Chávez acabaría siendo y significando para España en América Latina. De momento, se trataba de sondear las intenciones del ex coronel de paracaidistas golpista, que emprendía su primera gira «relámpago» después de hacerse –esta vez, democráticamente– con el Palacio de Miraflores.

Aquel era un Chávez distinto –al menos en su actitud hacia España– que el de los años por llegar. Uniformado, por supuesto, pero afable, simpático y campechano, tanto con políticos como con periodistas. Se entrevistó con los «pesos pesados» del Gobierno: Aznar, Matutes, Rato, y con el propio Rey Juan Carlos. A todos les expresó su intención de abrir «mayores espacios para la inversión productiva en Venezuela». Y glosó también la positiva evolución de España «en el ámbito europeo y mundial». La luna de miel duró poco. Ya hubo roces en Lima, en 2001, cuando José María Aznar le pidió explicaciones sobre los etarras refugiados en Venezuela y consiguió «incrustar» en la declaración de esa Cumbre Iberoamericana el compromiso de que ningún país prestase ayuda a los terroristas. Algo que para Chávez, ya discutido en Venezuela, era una intromisión clara en su política interior. La tensa relación con Aznar saltó definitivamente cuando el caudillo venezolano, superado el golpe que estuvo a punto de terminar con su mandato en abril de 2002, acusó directamente al presidente español de haber apoyado a los golpistas. El Ejecutivo de Aznar, ciertamente, había reconocido con excesiva premura al que fue presidente de Venezuela apenas un fin de semana, el empresario Pedro Carmona. Y de nada sirvieron los intentos posteriores de limar asperezas por parte de la diplomacia española.

Chávez expresó su gratitud al Rey pocas horas después de retomar el control del país Pero ya se la tenía jurada a Aznar, a su Gobierno y a toda España, que pasó a ser el perfecto saco de golpes sobre el que descargar sus iras cuando necesitase un enemigo exterior. A partir de ahí, cada vez que la Madre Patria salía a relucir, el excéntrico mandatario bolivariano se encendía. Ejemplos no faltan. Además de las sucesivas nacionalizaciones de empresas con capital español o las expropiaciones –más bien ocupaciones– arbitrarias de haciendas de españoles sin ninguna compensación, los exabruptos verbales contra España fueron cada vez a más. En 2009, criticó que Madrid se sumase a la celebración de las independencias en varios países iberoamericanos: «Hay quienes pretenden esconder la masacre. Ya nombraron una comisión para conmemorar el bicentenario. ¿Europa tiene algo que conmemorar de la independencia?». En otra ocasión, según contó él mismo, habló del tema con Don Juan Carlos y le espetó: «¿Cómo vas a hablar tú de descubrimiento, Rey?». En 2010, se permitió ironizar sobre la «Audiencia Real», en referencia a la Audiencia Nacional, cuando ésta denunció que Caracas facilitó un pacto ETA-FARC. Sin embargo, encontró la horma de su zapato en la Cumbre de Santiago de Chile, en 2007. Aquel «¿por qué no te callas?», cuando estaba lanzado criticando a Aznar, su «fascista» favorito, resonó en todo el continente. Fue el azote al hijo travieso que al año siguiente visitó a Don Juan Carlos en Palma de Mallorca y le pidió «a mi amigo Juan Carlos de Borbón un dinerito por los derechos de autor generados por la frase, ya que fue mérito de los dos, mitad y mitad». Pero se calló.