El Estado del Mundo
La decadencia de la vieja democracia
Atrapados entre las turbulentas aguas de la crisis, con una nueva recesión acechando a las espaldas, italianos y griegos están dispuestos a dejarse guiar por dos tecnócratas con la esperanza de que sean capaces, como Moisés en el Mar Rojo, de obrar el milagro y llevarles hacia la tierra prometida de la prosperidad. Atrás quedan los charlatanes y los arúspices de los "brotes verdes", engullidos por la realidad que imponen los mercados.
La magnitud de la caótica situación a orillas del Mediterráneo -cuna de la antigua democracia- no sólo se está llevando por delante gobiernos de cualquier signo, sino una forma de hacer política cimentada en discursos ideológicos que nadie compra salvo en tiempos de bonanza. El desempleo y la parálisis de las economías, que afectan ya a todos los sectores y a todas las clases sociales en mayor o menor medida, necesitan de gobiernos "gerencialistas"con criterio para actuar en el acto ante los vaivenes de la economía global. Ejecutivos, en un sentido estricto, que no necesiten una semana para evaluar el problema, otra para asimilar los análisis de su gabinete de asesores y otra más para tomar una decisión en virtud, casi siempre, del interés político, que no es otro que el electoral.
Ni Lucas Papademos ni Mario Monti han pasado por las urnas, pero cuentan con el beneplácito de la UE, en particular del eje "Merkozy"y del FMI, quienes pagan los gastos de la fiesta. La situación socava la autonomía política de ambos países y refleja otra crisis: la de algunas democracias europeas cuyo descontrol financiero ha hecho necesaria esta tutela.
Hay quienes ven en este "torniquete político"una perversión en toda regla de la voluntad popular. Es cierto que ninguno de los escogidos llega al poder tras haber superado el veredicto de las urnas y que, por tanto, ambos carecen de legitimidad democrática pura. Pero no es menos cierto que llegan con la manguera cargada, dispuestos a apagar los fuegos de Roma y el Pireo, porque así lo han decidido sus respectivos parlamentos, garantes precisamente de la voluntad popular. Son los representantes del pueblo, elegidos por los ciudadanos para bien o para mal, quienes han jugado la única carta posible: la de dos economistas sin militancia política destacada.
A su favor juega la libertad de movimientos de que gozarán, sin ataduras electorales para tomar las drásticas decisiones que tienen por delante. Los draconianos recortes que habrán de poner en práctica no se cargarán en el debe particular de ningún partido, un alivio para la desgastada clase política.
En su contra, la absoluta soledad en la que trabajarán. Sin el respaldo tácito de los ciudadanos o de la cúpula de la clase "dirigente", se moverán en la cuerda floja tratando de superar equilibrios imposibles. Un ligero paso en falso y caerán sin que nadie les tienda una mano, con una turba retirando la red de seguridad. Su único apoyo efectivo proviene de sus jefes directos: Merkel, Sarkozy, Draghi (flamante presidente del Banco Central Europeo) y Lagarde, jefa del FMI.
Llegados a este punto, cabe preguntarse por qué no forzamos a nuestros partidos a presentar como candidatos a gestores respetados, por grises que éstos sean, y por qué "picamos"una y otra vez hipnotizados por vendedores de humo y expertos en adornar la realidad. La incómoda verdad sólo tiene un reverso, la estupidez. No nos dejemos embaucar jamás por la legión de falsos profetas que empapelan cada cuatro años nuestras ciudades.
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