Historia
Los dados de Dios
Puede parecer trivial, pero el gran drama narrado en el «Mahabharata», una epopeya india de mayor relevancia que la «Ilíada» y la «Odisea», se inicia en virtud de una partida de dados. De la ruina –ocasionada por el juego– de una de las familias enfrentadas en la mesa nacerá un conflicto que sólo acabará con la sangrienta batalla librada en los campos de Kurukshetra donde el dios Krishna dictó a Arjuna la Baghavad Gita. Se puede pensar lo que se desee de la historicidad del episodio, pero, según las fuentes, la verdad es que los arios del período de los Vedas no dudaban en jugar y apostar incluso a sus propias esposas. No eran los únicos.
De manera bien significativa, Amán, el archienemigo de los judíos que intentó exterminar a todos los descendientes de Abraham que habitaban en Persia, también se valió de un sorteo para establecer sus planes genocidas. No era su comportamiento extraño. Tanto el profeta Joel como el también profeta Abdías relatan cómo los enemigos de Jerusalén se jugaban a los cautivos tras la toma de la ciudad. Quizá por ello no sorprende que en el Salmo 22: 18, escrito unos diez siglos antes de nuestra era, se anuncie que las ropas del mesías serían objeto de un macabro juego, una profecía que los evangelistas Mateo, Lucas y Juan anuncian cumplida en Jesús en el momento de su ejecución en la cruz.
Si el juego entusiasmó a mesopotamios e indios, a griegos y persas, no dejó de hacerlo con pueblos considerados bárbaros. Así, Tácito describe en su «Germania» cómo los germanos eran tan aficionados al juego que podían llegar a apostar su propia libertad a los dados. Las consecuencias del juego resultan tan peligrosas que explican la desconfianza instintiva que las religiones monoteístas han sentido hacia él.
El «Talmud» establece que alguien que juega no puede ser aceptado como testigo en un proceso judicial. De hecho, sólo el juego inocente de las épocas de Purim y Janucá resulta lícito.
El catolicismo ha mantenido una posición más condescendiente. Ciertamente, condena un juego que pueda arrastrar al pecado, pero, al mismo tiempo, la lotería fue uno de los recursos utilizados por el papado para hacer frente a sus necesidades. Más estricto ha sido el protestantismo, que ha logrado articular toda una teología contra el juego basada en la condena de la holgazanería, de la codicia y del culto al azar como opuestos a las enseñanzas de Jesús.
Por su parte, Mahoma prohibió, junto al consumo de alcohol, algunos juegos de azar que implicaban apuestas. A día de hoy, sigue discutiéndose en el seno del Islam hasta qué punto la prohibición debería hacerse extensiva a la actividad de los casinos. Naturalmente, también hay excepciones a esa tónica general.
Por ejemplo, los mormones han contribuido notablemente a las actividades de juego en la ciudad de Las Vegas y son la población mayoritaria en el estado. En cualquiera de los casos, habría que preguntarse si, a fin de cuentas, el ser humano, desde el momento de nacer, lleva en sí las semillas del juego.
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