Berlín

Un traje hecho a medida

En Alemania no existe la idea tan difundida de una derecha insolidaria. El menguante Estado del Bienestar fue una creación que la izquierda no se puede apropiar. Está en su cultura política.

Si Angela Merkel pudiese gobernar sola, recortaría las competencias de los «lander» por onerosos y poco eficaces
Si Angela Merkel pudiese gobernar sola, recortaría las competencias de los «lander» por onerosos y poco eficaceslarazon

Aun presidente de la entonces Republica Federal Alemana le hicieron una pregunta aviesa: «¿Ama usted a su patria?». «No (contestó); amo a mi esposa». Se zafó así de las trampas nacionalistas de un país joven de cíclica y atormentada historia desde Bismarck, la guerra franco-prusiana, dos guerras mundiales, el Tratado de Versalles, la República de Weimar, el nazismo, la división militarizada y unas fronteras móviles roídas por la en su día URSS y la actual Polonia. Territorialmente Alemania perdió todo lo que deseaba adquirir. A Alemania también se le podría aplicar la máxima churchiliana de que tiene más historia de la que pueda consumir. Los independentistas catalanes (o vascos) acabarían en un nosocomio para políticos si tuvieran que administrar esa herencia centroeuropea. La ocupación aliada de Alemania occidental no sólo conllevo el Plan Marshall, sino la prohibición del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSADP), aunque la desnazificación fue arbitraria.

Rusos y estadounidenses se disputaron militares y científicos nazis para sus propios intereses nacionales, y miembros de las SS extraídos de las clases medias no fueron perseguidos y ostentaron cargos públicos tan relevantes como el presidente Kurt Georg Kiesinger que lució la calavera con las tibias. Y en la RFA, el Partido Comunista fue invalidado dos veces, en 1946 y 1956, y hoy existe como fuerza marginal extraparlamentaria, el 0,3% de los votos federales y sin representación en ningún «land» o estado federado. En Alemania no ha funcionado emboscar el PC en el paisaje con izquierdas unidas o plurales. La reunificación proporcionó una cabeza de turco: Erich Honnecker, factótum comunista de Alemania Oriental, aquel de la fotografía besándose apasionadamente en la boca con Breznhev, aunque vaya en descargo de este último que entre los varones rusos el beso labial carece de connotaciones sexuales. Honnecker hubo de huir a Moscú y refugiarse en la embajada chilena del socialmarxista Clodomiro Almeyda, regresó a Berlín y tras un año de prisión fue autorizado a exiliarse en Chile sin ser juzgado, donde vivía su hija y falleció de un cáncer hepático. La política aliada occidental para salir del nazi fascismo europeo fue la democracia cristiana: Konrad Adenauer en media Alemania y Alcide de Gasperi en Italia. Nuestro sociólogo Juan Linz, asentado en Harvard, pronosticó lo mismo para el postfranquismo, pero el bueno de Joaquín Ruiz-Giménez no obtuvo un diputado en las primeras elecciones generales. Empero, los desastres de los partidos democratacristianos no han afectado al CDU alemán y su socio, el CSU de Baviera. La democracia cristiana alemana ha gobernado más tiempo que los socialdemócratas del SPD, comparte el voto de protestantes y católicos, de clases medias y empresarios en general. Los sindicatos tienen prohibida la huelga general y la financiación pública aunque la sindicación es obligatoria para obtener un empleo.

Su sistema electoral es un mixto endiablado difícil de resumir. No cabe concurrir en coalición y para ingresar al Bundestag (Cámara Baja; el Bundesrat tiene la representación de los «lander») es preciso el 5% de los votos. Los alemanes van a votar listas abiertas en las que puede presentarse cualquier ciudadano con el solo aval de doscientas firmas de su distrito. Al tiempo que vota las listas cerradas de los partidos. El voto directo conforma la mitad del Buntestag y, en el resto, el sufragio es partidario, por lo que el número de parlamentarios puede variar en mayor o menor medida según las repsentaciones presentadas y obtenidas. El Tribunal Constitucional Federal puede prohibir cualquier partido «que persigue la abolición del orden fundamental liberal democrático». El partido que no concurra por seis años a las generales o a los «land» es disuelto.

El Partido Democratico Libre agrupa a los liberales, que no sólo han socorrido al centro derecha o a los socialdemócratas, cuando han precisado de pactos legislativos, sino que tienen vocación de partido bisagra. A la izquierda liberal se encuentra Alianza 90, Los Verdes, en alza y también coqueteados por los grandes partidos, hasta el extremo de que Merkel decretó una moratoria nuclear por si los necesita en estas próximas elecciones. La Izquierda, comunistas sin cafeína, es el quinto partido y los gamberros del Partido Pirata cuentan con un diputado tránsfuga del socialismo. La lógica de las cosas indica que la canciller Angela Merkel podrá formar gobierno con unas o otras ayudas. En España no queremos trabajo a tiempo parcial y en precario, pero los alemanes saben muy bien qué es un «mini-job» y creen, erróneamente, que la crisis la están pagando ellos sufragando a vagos e incompetentes y países del Mediterráneo. Es lógico que la señora Merkel pierda votos, y el indicativo son las elecciones bávaras de hoy, donde el aliado CSU tiene que obtener la mitad de los sufragios para mantener su hegemonía histórica en el «land» y su apoyo en Berlín al partido hermano.

Sea como fuere, en Alemania no existe el concepto de la derecha insolidaria y destructora de las redes sociales de contención contra la pobreza. Su cultura les permite recordar que en la última década del siglo XIX fue precisamente Bismarck, muy poco socialista, quien sentó las bases de compensaciones por enfermedad, viudedad, orfandad, intuyendo lo que luego entenderíamos por Estado del Bienestar. Autoritario, sí, pero con la legislación social más avanzada de su época. Es de lamentar que la izquierda española se haya quedado intelectualmente en Prusia. Si Angela Merkel obtuviera apoyos para gobernar sola, tendría en su agenda uno de los tabúes españoles: el recorte de competencias de los «landers» por onerosos, corruptos, nepotistas y poco eficaces. No en balde, hay quien sostiene que los alemanes son extraterrestres. ¿Se imaginan la «Gross Koalition» que fue en Alemania pero entre el PSOE y el PP? Nos quedaríamos en estado de estupefacción bovina.