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Bárbara Mirjan, la «distracción» veraniega de Cayetano
«Tras la polémica, “Espejo Público” ficha al Duque de Arjona para sus tertulias»
Escépticos y escarmentados, se resisten a creerlo porque siempre anda entre fugaces amores y amoríos y tiene tan prefabricados como los de Luis Medina, un hombre bastante bipolar que lo mismo pone en bandeja entrevistas que se enfrenta a los reporteros. Parece algo hereditario. Cayetana también tenía esas oscilaciones de carácter aunque en los últimos tiempos fue pan bendito con los medios. La suavizó casarse con Jesús Aguirre, que luego dio la vuelta a la tortilla y se convirtió en antipático esquivador de interrogatorios; usaba el mal carácter temiendo que los informadores tirásemos de la manta, algo impensable en su sucesor, el templado Alfonso Díez, a quien tras enviudar parece habérselo tragado la tierra. Fernando, el pequeño de gran físico, es el que mejor relación sostiene con los periodistas, aunque nunca se excede. Mide sus palabras, quizá temiendo enfadar al resto de los variopintos hermanos. Carlos, actual jefe de la dinastía, siempre fue reservado hasta que tomó posesión de uno de los títulos más antiguos de España. Aunque ya no pueden presumir de ser el linaje con más ducados, marquesados y condados. Los distribuyeron y perdieron tal supremacía. Insisto, amores y amoríos de verano. Así los llamábamos antes, y no hace siglos. Duraban lo que el calor, siempre tan voraz como las temperaturas agobiantes del verano que se resiste a dejarnos.
No sé qué pasará con la moza estudiante en Londres, madrileña veinteañera, pero igual sólo es distracción de esta Marbella atestada de árabes gastadores, ingleses jubilados y mozas a la caza y captura. Gil y Gil las desterró del centro y acabaron plantándose en la Porcelanosa entonces inaugurada por Isabel Preysler en uno de sus peores acicalamientos: un pijama amarillo. Fue anterior a sus veraneos que empezaban cada 15 de agosto, fiesta de la Virgen, lo que se prestaba al pitorreo. Cundían en aquella Marbella de Gunilla y Gil y Gil compartiendo alcaldía con Mayte Zaldívar, hoy ya tan libre como su enemiga Pantoja. Otros tiempos que viví y compartí con ellos, Puerto Banús era idílico, no el actual tentador zoco de «todo a mil». Por allí, bajo el velamen de los grandes yates inigualables con el de Kashogui, que tenía grifos de oro macizo, el duque de Arjona, antiguo conde de Salvatierra, exhibió de la mano a Bárbara Mirjan con la aprobación de sus quinceañeros gemelos. Nacieron de Genoveva Casanova y verlos amartelados, cuando él ya no es quinceañero, avivó el morbo. Porque no cuajan ninguna de sus súbitas pasiones, como aquella con Mar Flores (y la pagó enfrentándose a la nobleza colándola en el matrimonio de su hermana bajo mantilla española). Su boda con Genoveva fue real decreto imposición de la duquesa madre apenada por verlos con hijos crecidos tras cinco años de relación. Cayetana les montó bodón en Dueñas y duró poco, como todos los casorios familiares: Carlos, actual Duque de Alba; Eugenia, con el torero que no encuentra montera a su medida-desmedida, y Alfonso Aliaga, con Maria Hohenlohe. Escama que esta esperanzadora unión coincida con la ruptura de Genoveva y Michavilla. Algo los une todavía aunque la mexicana sostiene «que ni loca volvería con él». Con Michavilla superó la ceguera por el hijo de Vargas Llosa.
Sus ya crecidos hijos son testigos del paterno enamoramiento. Acaso nueva intentona. Porque ninguna iguala lo que el jinete mantuvo durante siete años con Katia Cañedo, que acabó harta y tocando madera. En tiempos dicen que el duque procuró echarle los tejos a Marta Ortega. Pero no pasó de supuesto, porque la supermillonaria coruñesa tiene las ideas claras y tiene a mamá Flora ojo avizor. Qué será, será. Pues eso, aunque él hable de «amor del bueno». Lo que sí se confirma es la colaboración de Cayetano como contertulio en el «Espejo Público» de Griso, donde seguramente hablará de la polémica que ha despertado su pasión veinteañera.
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