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El artículo de Carmen Lomana: Mi familia en la sombra
Estaba preparándome un té en la cocina cuando, de repente, oigo una vocecita cantando en inglés. Me asomo a la ventana y veo a una preciosa niña en el jardín de al lado jugando muy feliz con su muñeca, imagino que es su regalo de Navidad y me quedo contemplándola con enorme emoción. Nada me hace tan feliz como ver a un niño contento, pero cantando, me parece lo más... Mi vecina debe tener 5 años y siempre la observo: es muy independiente y le gusta jugar sola; debe tener una vida interior muy plena para su edad o quizá se ha acostumbrado a estar sola con su muñeca... Ella también me ha visto y me ha saludado con la mano ya que no he podido resistirme a llamarla y enviarle un beso con la mía. Alguien dijo que la infancia es la patria del hombre y, desde luego, la Navidad es la fiesta y el tiempo de los niños. Por eso, a veces nos embarga una enorme melancolía en estas fechas sin saber por qué y no las vivimos con la alegría que debiéramos, quizá por no asumir las pérdidas, quizá por traumas de infancia que ni siquiera nosotros reconocemos, pero que están en algún rincón de nuestro alma. Las mujeres también nos sentimos sobrecargadas estos días para tener la casa impecable, adornada, la nevera llena, recibir a la familia y estar guapas. Es el tiempo de hacernos manicura, peluquería, tratamientos de belleza para llegar al 24 impecables y dando todo lo mejor de nosotras, teniendo la obligación de parecer felices y ocultar cualquier atisbo de tristeza.
Mi Nochebuena y mi Navidad han sido muy felices, rodeada de mis hermanos, María José y Carlos, con sus estupendos hijos, nueras, nietos pimpantes y felices. Yo, que aunque rodeada de amigos estupendos vivo sola, valoro mucho estas reuniones familiares, pero, si soy sincera, tengo que reconocer que me siento más sola que nunca... Es el contraste... pienso ¿por qué yo no? ¿Por qué la vida me ha negado estar con Guillermo, tener hijos...? Pero cuando empiezo a sentir pena de mí misma inmediatamente cambio el chip, quizá llevada por ese espíritu mío tan combativo que no me permite deprimirme. Tengo muy claro que valoro mi libertad, mi independencia, y eso solo se consigue sabiendo vivir en soledad aunque a veces entremos en crisis. Mi pequeña vecina, con la que tengo una enorme complicidad, me produce una enorme alegría. Me gusta observarla, es muy frágil, muy rubia, muy sensible, y estoy segura de que es porque cuando la miro me veo reflejada a mí misma a su edad.
Otro reto para mí, el más difícil, es superar el fin de año. No soporto los grandes «cotillones» de hoteles. Cada año tengo el impulso de meterme en la cama y ver la televisión sin nadie que me dé besos y me desee un año nuevo lleno de salud, dinero y amor como la canción, pero siempre hay amigos adorables, como mi querido Boris Izaguirre, que me hacen olvidar esa «neura» y me invitan a su casa con un pequeño grupo que lo pasamos divinamente. Boris es tan cálido y tan buen amigo que a su lado, y al de su pareja Rubén, sólo puede haber felicidad. Lo que adoro es la cabalgata de Reyes. El día 6 estoy organizando un gran fiesta con amigos muy variados, pero todos interesantes. Tendremos chocolate, roscón y, para los menos golosos, gin tonic y muchas cosas ricas... Feliz 2016 a todos por estar conmigo cada sábado y agradecerles muchísimo que compartan mi vida a través de estas crónicas. Ustedes son mi familia «en la sombra».
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