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Los Obama, su primer beso de película

La gente lamenta que el matrimonio más querido desde los Kennedy abandone la Casa Blanca. Para aliviar la nostalgia, llega a los cines «Michelle y Obama», una película que lo tiene todo para enamorar

Fachada principal de la nueva casa de los Obama
Fachada principal de la nueva casa de los Obamalarazon

La gente lamenta que el matrimonio más querido desde los Kennedy abandone la Casa Blanca. Para aliviar la nostalgia, llega a los cines «Michelle y Obama», una película que lo tiene todo para enamorar

De Oakland a Brooklyn, en EE UU, que no tañen por alegrías cada vez que Trump asalta Twitter, la gente lamenta que el matrimonio más querido desde Camelot y los Kennedy abandone la Casa Blanca. Su salida escuece más porque nadie en el partido demócrata, tampoco en el republicano, roza, siquiera remotamente, la inteligente cercanía y la virtud sin vanagloria de la pareja. Para aliviar la nostalgia y a falta de milagros bueno es el Séptimo Arte. Ahí tienen «Michelle y Obama». La película más insospechada, que llega a España en enero y antes fue estrenada en el Festival de Sundance, cuenta la primera cita del futuro matrimonio Obama. Él tenía 28 y ella 26 tacos. Él era atractivo, sabía cómo camelar al público y soñaba con escribir y/o dedicarse a la política; ella era controladora, tímida, trabajadora y fiable. Fichaban en un despacho de abogados. Aquella tarde acudieron a una exposición de arte africano, vieron en el cine «Haz lo que debas» de Spike Lee y compartieron confidencias, atardecer y helado. Coronaron la noche, a la hora del neón, besándose en un banco del parque. Todo impecablemente modesto. Sin alardes de pasión. Sin campanas mayando al ritmo del deseo.

La película la ha escrito y dirigido Richard Tanne, un joven prodigio cosecha del 85. Lo tiene todo para enamorar. Es pequeña, casi francesa, pero americana en el cromado de la imagen, las ambientaciones y el cuidado de la banda sonora. Unos actores, Tika Sumpter y Parker Sawyers, que bordan sus papeles. No sólo están creíbles. Es que cuando termina la película cuesta realmente trabajo pensar en ellos sin confundirlos con los Obama, y viceversa. Igual que hiciera Morgan Freeman con Nelson Mandela en la irregular «Invictus», Sumpter y Sawyers parten de la realidad para reinventarla. Por el camino, sin imitar, asumen como propios los melismas, cualidades y perfiles de los personajes a los que vampirizan. Quiero decir que los habitan. Mérito doble porque aunque sabemos, a grandes rasgos, qué hicieron Michelle y Obama aquella tarde, a Richard Tanne le tocó escribir los diálogos, imaginar las réplicas y, en general, transformar las primeras horas de un romance que acabó en los libros de historia en una balada de amor sin titulares, mejor cuanto más íntima.

Referencias veladas

Acostumbrados a que en anteriores ocasiones a los presidentes americanos se les retrataba desde la épica o el drama, a caballo del salón de guerra y la alcoba de la última becaria que vino a buscar el asiento de atrás, el gran atractivo de «Michelle y Obama» es que trata al dúo con el verismo que acostumbra a reservarse en exclusiva para los seres humanos.

La película alude desde el título a la zona de Chicago donde se establecieron los afroamericanos que huían de la miseria y violencia racial del sur. Pero las referencias políticas y sociológicas aparecen aquí veladas por la cháchara de la pareja. Estamos ante una mujer y un hombre en el trance de conocerse. Sonríen y hablan como dos desconocidos cuando inauguran a trompicones un tiempo nuevo. Con los ojos haciendo chiribitas de puro nervio y la ciudad doblada a sus pies como un escaparate de futuras nostalgias. «Michelle y Obama» es la primera película sobre Barack y Michelle Obama, pero también la última. Aunque el viernes también llega a Netflix «Barry», dedicada a la etapa de Obama en la Universidad de Columbia, a partir de ahora ya todo será nostalgia y tedio. Y ese aliento triste que se posa en la mirada el día que descubres lo felices que fuimos sin saberlo. Michelle y Barack no imaginan cuánto vamos a extrañarles.

Despedida a un rancho de California

Desde hace años corren rumores de que la familia Obama se mudará, tras dejar la Casa Blanca, a Rancho Mirage, en California, donde el precio medio de los hogares es de 526.000 euros. Allí se retiró Gerard Ford y tienen casa el embajador de EE UU en España, James Costos, y su pareja, el diseñador de interiores Michael Smith, grandes amigos de los Obama. De hecho, se asume que Smith estará encargado de la decoración de la nueva casa (fue él quien redecoró el Despacho Oval cuando el demócrata comenzó su Gobierno). Pero, aunque los rumores sean ciertos, la familia permanecerá en Washington hasta que Sasha, la menor de sus hijas, termine la secundaria. Para esos dos años alquilaron una casa de 2.500 metros cuadrados en Kalorama, un lujoso barrio de la ciudad. Según la Prensa local, la vivienda tiene 8 habitaciones y 9 baños y fue comprada en 2014, por cinco millones de euros.