Museos
Un año con más sombras que luces para la Baronesa
Carmen Cervera sonríe pero este año no ha sido especialmente dulce para ella. Ha tenido satisfacciones como la comunión de sus mellizas, pero los problemas de su hijo con Hacienda, la relación con altibajos que mantienen ambos y la incógnita de lo que pasará con su colección de arte le preocupan.
En dos meses se despejará el destino de su colección de arte. Su sueño es percibir un alquiler del Estado a cambio de que los cuadros se queden en España. Con este futuro negocia la venta de una nueva obra que daría liquidez a sus arcas. La última palabra es suya.
«Soy tauro, perseverante, constante en el trabajo y en la vida y perfeccionista. No soy una persona rencorosa, pero a quien me hace daño le dejo de ver». Así se definía en estas páginas la baronesa Thyssen tiempo atrás, cuando inauguró el museo que lleva su nombre en Málaga, una de las grandes satisfacciones que ha tenido en los últimos años. Lo decía con la voz firme. Hoy sigue pensando lo mismo.
Es una mujer de ideas sólidas que no suele dar marcha atrás cuando toma una decisión. Para ella la colección de arte, la inmensa colección de arte que alberga la capital de España ha sido su prioridad. «Para que la colección de mi marido permaneciera en España tuve que renunciar a todo. Él deseaba que estuviera unida. En su momento le dije que estaría con el Museo Thyssen-Bornemisza ‘‘forever’’, y así lo voy a hacer hasta el último día», declaraba a este diario. No hay duda de que una de las personas que más interés tienen en que en España haya un Gobierno después de nueve meses de incertidumbre es Carmen Cervera. La espada de Damocles que pende sobre el acuerdo con el Estado español y que ella se encarga de empuñar y esgrimir cada vez que la prórroga de cesión toca a su fin está ahí. En octubre, según el Ministerio de Cultura, vence el nuevo acuerdo y las alarmas han saltado. Otra vez.
La baronesa asegura que no le faltan pretendientes para albergar su tesoro artístico. Sacar la colección de España implicaría unos gastos de enorme cuantía, sobre todo en lo tocante a los seguros de las obras, sin hablar de lo que significaría para la imagen de la propia Tita. Amaga, pero siempre se queda con un as en la manga. No obstante, este año ha sido duro para ella. Quienes la conocen bien aseguran que no atraviesa su mejor momento. Se la ve triste y preocupada. Ni siquiera acudió a la última exposición de la temporada del Thyssen el pasado lunes, la dedicada a Caillebotte, cuando de todos es sabido su predilección por los maestros impresionistas. Estaba fuera, lejos.
El sueño, cada vez más complicado de lograr, es conseguir un alquiler por parte del Estado español de su colección. «Yo no genero ingresos, no poseo una nómina a fin de mes. Durante más de 15 años he cedido la colección del Museo Thyssen de Madrid. No he percibido nada a cambio y me hace falta liquidez, y lo digo alto porque es la verdad. Tengo un dineral prestado en cuadros que no me generan nada. Vivo austeramente, no despilfarro y soy ecológica, pero sería importante percibir, no un alquiler, sino una contraprestación del Gobierno. Tengo hijos y es necesario que les deje un orden y que después cuando yo no esté hagan lo que les parezca. Lo que más me preocupa es el futuro», declaraba a este diario. Sus problemas de falta de «cash» le obligaron a tomar en 2012 una dolorosa decisión que meditó largamente: la venta de un cuadro de su colección privada, «La esclusa», de John Constable el verano de 2012 por alrededor de 28 millones de euros. Ahora parece que la situación se repite, pues según ha sabido este diario, está en conversaciones para vender otra obra de su colección por la que espera obtener una cantidad similar a la que consiguió en la subasta de Christie’s con el lienzo del pintor inglés. Las conversaciones existen aunque llegar a un acuerdo llevaría su tiempo, teniendo en cuenta, sobre todo, que el verano podría ralentizar la operación. La baronesa ya ha lanzado, aviso a navegantes, que tiene varias ofertas para su colección: «Las obras que poseo tienen que rendir algo económicamente hablando y ya hay algunos países interesados en poder alquilar la colección con una opción de compra», asegura refiriéndose a algunos museos asiáticos que se habrían mostrado encantados de convertirse en receptores del legado. ¿Le ofrecen suficientes garantías?
La baronesa se lamentó en su día de que España dejara pasar la oportunidad de adquirir el lienzo de Constable y cada vez que tiene la ocasión repite como un mantra que puede vender obra cuando quiera para conseguir liquidez y mantener el resto de la colección. En octubre expira el plazo de la renovación pactada de seis meses. Tendrá que tomar una decisión, pues no se puede prorrogar la situación «sine die». Desde Cultura aseguran que «mantenemos una relación fluida. Casi todas las semanas hablamos con la baronesa o con sus representantes para ver cómo afrontamos la situación futura y es nuestro deseo que todo transcurra con normalidad».
El tema de los herederos, de cuál será el futuro de sus hijos, le inquieta y no quiere dejarlo en el aire. Las mellizas aún son pequeñas y su primogénito ya hace bastante tiempo que vuela solo. La baronesa, con quien ya hizo las paces años atrás, aunque puede que no sea oro todo lo que reluce y que la procesión materna (y las tiranteces materno-filiales vayan por dentro) le excusó semanas atrás, en la presentación de la exposición «Caravaggio y los pintores del norte» en el Museo Thyssen, a la que su vástago no acudió: «Está en Londres. Pasa mucho tiempo allí». Y por si no era suficiente se entretuvo en dar una segunda explicación: le habían salido unas ronchas alérgicas y le era imposible desplazarse en tal situación. Sea como fuere, la comunión de las dos niñas, que han cumplido ya los diez años, en la andorrana iglesia de San Juan de Caselles fue a la par una jornada alegre aunque solitaria. Ni el hermano mayor, ni la esposa de éste ni los sobrinos, los pequeños Sacha, Eric, Enzo y la pequeña Kala, estuvieron presentes. Ellas dos, Carmen y Sabina, rubias y de ojos claros, pasaron ese día tan especial con su madre, algunos íntimos de ésta y poco más. ¿Y el verano? Los planes se suceden. La baronesa alterna Cerdeña con la masía que posee en San Feliu de Guíxols, «Mas mañanas», localidad en la que pasa cada vez más tiempo. Y no olvida Andorra, donde tiene fijada su residencia. Ella desea que la familia, su hijo, nuera y nietos estén con ella estos días disfrutando de la playa y el mar. Quiere ejercer de abuela. Ellos, que son familia numerosas, pretenden pasar la canícula navegando y así disfrutar del «dolce far niente». El gusto de Borja Thyssen por la buena vida no es una novedad. Fuentes de su entorno aseguran que su gusto por las marcas es «desmedido y apenas se controla en cuanto al gasto. Le gusta lo bueno y no repara en el precio», lo que le ha costado más de un encontronazo con su progenitora, una mujer para la que la vida no ha sido fácil y a la que, aunque ahora veamos vivir rodeada de glamur, tuvo unos comienzos que no fueron precisamente un camino de rosas. De ahí que le duela siquiera llegar a imaginar que sus herederos, cuando ella no esté, pudieran vender la colección. Insiste entonces en la idea de percibir un «fee» anual para que en el futuro se pudieran mantener. Sobre ese legado irrepetible ha hablado a su hijo, que siempre –lo destaca su madre– ha demostrado una especial predisposición hacia el arte. Tita quiere conservar. No vender, y que la colección permanezca unida y en suelo español, aunque las circunstancias se antojen complicadas. Y es una mujer tauro.
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