Sabino Méndez
Chalados y locos cacharros
El inclasificable Hunter S. Thompson, padre del «periodismo gonzo», retrató el declive del movimiento hippie en obras como «Miedo y asco en Las Vegas»
En menos de cinco años, los mejores sueños y las buenas intenciones del verano del amor eran ya pesadillas.
En menos de cinco años, los mejores sueños y las buenas intenciones del verano del amor eran ya pesadillas. Se sucedieron entre los propios cofrades las deserciones e hipocresías por las contradicciones que te encuentras cuando avanzas en la vida y has de tomar decisiones para resolver situaciones. La mejor crónica de esa evolución, de ese choque frontal contra la realidad, de lo trituradora que es la máquina del poder cuando te enfrentas a ella, se encuentra en la obra de Hunter S. Thompson. No se puede hablar de desencanto porque, para que exista tal cosa, debe existir un encanto previo y Thompson nunca estuvo muy encantado con aquellos hippies. Simplemente simpatizaba con las buenas intenciones de su ideario, además de apreciar sus modos de vida y su rebeldía indisciplinada.
Thompson, escritor y periodista vocacional, se dio a conocer cuando, un año antes del verano del amor, se infiltró en las pandillas de motoristas de la costa Oeste y escribió un libro sobre ello publicado por Random House. Inventó una narrativa que llamó «periodismo gonzo» que consistía, básicamente, en provocar él mismo las situaciones delirantes para contar luego cómo respondían los protagonistas reales a esas provocaciones. Tenía la gracia de detectar siempre en las reacciones algo revelador sobre los humanos como género y las dotes para explicarlo. O sea, algo así como el «vivir para contarlo» de García Márquez pero atiborrado de estupefacientes, porque «gonzo» en argot anglosajón significaba «flipado», «saturado hasta las cejas».
Como Thompson había vislumbrado en 1966 que algo se acercaba, siguió con atención todos los hechos del verano del amor y sus escritos sobre esa generación se hicieron muy populares. Tres años después del famoso verano, empezó a trabajar regularmente para la revista Rolling Stone y publicó el mejor y más sarcástico retrato del declinar y complicación de las ansias hippies, titulado «Miedo y asco en Las Vegas». El relato era cáustico no solo con los propios hippies, si no con toda la sociedad que, a favor o en contra, les rodeaba. Giraba principalmente en torno a un par de periodistas que llenaban de estupefacientes el maletero de un gigantesco descapotable americano y, montados en él, se iban a dar fe de cosas como la convención federal de agentes antidroga de Las Vegas. El propio Thompson era uno de los periodistas y hay que reconocer que, como conflicto de entrada, la cosa prometía. De fetiche principal para la narración (aparte del enorme descapotable que simbolizaba el sueño americano) usaba una canción del grupo Jefferson Airplane titulada «White Rabbit», que era un desgarrado alegato contra la guerra de Vietnam.
Un grupo combativo
Jefferson Airplane fueron un grupo coyuntural pero muy combativo, implicados tanto ideológica como personalmente en la organización de muchos de los eventos que provocaron el verano del amor. Thompson los trata con cariño y respeto pero no deja de resaltar cómo mucha de su fama se debía a tener la actitud y la imagen adecuada para el momento. Su cantante, Grace Slick, era guapa, inteligente, reivindicativa, aunque irregular. De la música del grupo también da respetuoso detalle y la describe con soberana eficiencia sensorial, muy plásticamente, sobre todo en los recuerdos de los momentos en que la escuchaba dopado. Hay una huella, leve, premonitoria y escalofriante en el relato de Las Vegas cuando el protagonista, inmerso en la bañera del hotel, le pide a su amigo que levante el aparato de radio enchufado a la red (en el cual está sonando la ominosa «White Rabbit») y lo arroje al agua rebosante cuando llegue el momento culminante del solo de guitarra. Paroxismo de ficción, dijeron todos.
Muchos años después, en 2005, Hunter S. Thompson en su vejez, aficionado a las armas, buscaría y encontraría la muerte en casa por propia mano. Paroxismo convertido, cuarenta años más tarde, en sangrante realidad.
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