Historia

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Corto maltés: En los mares de Hugo Pratt

En julio de 1967 se publicó «La balada del mar salado», la primera aventura de este mítico personaje del cómic

Hugo Pratt destiló en Corto Maltés muchas lecturas y alguna ambición personal. En la imagen. su personaje, leyendo un libro, quizá, por qué no, de su amigo Jack London
Hugo Pratt destiló en Corto Maltés muchas lecturas y alguna ambición personal. En la imagen. su personaje, leyendo un libro, quizá, por qué no, de su amigo Jack Londonlarazon

En julio de 1967 se publicó «La balada del mar salado», la primera aventura de este mítico personaje del cómic.

La creación de un personaje no es la invención de un mundo, sino de un universo. El escritor, como los artistas, es un perseguidor de héroes, un cazador de protagonistas a los que después somete en la tiranía del folio, el mármol de la estatua o el color de la pintura. Pero estas criaturas del aire son de voluntad caprichosa y no suelen aparecer solas. Con Aquiles venía ya Héctor igual que Don Quijote traía consigo a Sancho Panza, Dulcinea y toda La Mancha reimaginada de Cervantes. Miguel Ángel no esculpió en su «David» un adolescente, sino que cinceló en esa anatomía el episodio bíblico entero, igual que no talló en ese gesto de altivez la audacia de un muchacho, sino la agresividad y la prepotencia de cada una de las juventudes pasadas y futuras.

En 1967, Hugo Pratt, que era como una condensación de nueve o diez vidas en una sola, entregaba al editor de una revista italiana «La balada del Mar Salado», la primera aventura de Corto Maltés, dando al lector un mito cuando él pensaba que únicamente era un cómic. Alumbraba así un personaje, aún de rasgos desdibujados y de ignorada biografía, pero con quilates suficientes para saltar el imaginario colectivo. Un marino con el atractivo magnético de las leyendas que, probablemente, extraería del fondo de algún espejo durante una de esas tardes venecianas mecidas por la indolencia y el láudano de la pereza, que venía acompañado, entre otros amigos, del intrigante Rasputín, la seductora Pandora Groovermore, Boca Dorada y Cush.

Aunque Hugo Pratt, que siempre tuvo más fe en los finales que en los principios, reconociera que sus historias nacieron de un trazado inicial, un esbozo inspirador –al principio era la línea–, Corto Maltés arrastra un inconfundible barniz literario. Su faz nace entre párrafos en vez de entre recuadros de viñetas, como resaltó su más notable lector: Umberto Eco. En el germen de este navegante, de marinera elegante y formas redondeadas a lo Bogart, asoman algunas presencias comunes de la narrativa y la poesía: Colleridge, Stevenson, Jack London... Hugo Pratt, un hábil narrador, capaz de difuminar los límites que separan la realidad y la ficción, le va dando a su personaje una épica que le consagrará como aventurero y, a la vez, una magistral corte de amistades que delatan ciertas deudas de su creador sobre su procedencia. Hugo Partt relata que en 1893, acompañado de su padre, Corto Maltés conoció al novelista Joseph Conrad; que en 1904 se hizo amigo de un periodista norteamericano, Jack London, y que en 1909 manruvo un encuentro en Triestre con un hombre de mirada herida: James Joyce.

Hugo Pratt, que solía quejarse a menudo de que sus seguidores «siempre hablan de Corto, nunca de mí», reconoció durante una entrevista el origen del nombre de este peculiar surcador de océanos y territorios apartados: «“Corto” viene de Kurtz, un nombre alemán. Pensé también en la palabra española “corto”, que puede querer decir “rápido”, y en el nombre Kurtz, el de “El corazón de las tinieblas” de Conrad. Añadí “Maltese”, y ya he explicado muchas veces por qué: recuerda a “El halcón maltés”, de Dashiell Hammett, que llevó al cine John Huston, pero también está la película “La casa del maltés”, con Viviane Romance, las fiebres maltesas que atacan a las cabras, y la sonoridad de las sílabas: Cor-to Mal-tés suena bien».

Pratt, al que le gustan las vueltas de tuerca, confesó que sus historias proceden de la nebulosa de recuerdos que, a pesar de su edad, conservaba en su apacible retiro Caín Groovesmore, uno de los protagonistas de «La balada del Mar Salado» y autor de unas memorias tituladas «Yo no soy cualquiera», inéditas a día de hoy, según anota Dominique Petitfaux en su libro «Hugo Pratt. A la sombra de Corto».

Todo personaje acaba pareciéndose a su autor, aunque sea por proximidad, por una cercana inmediatez entre uno y otro. Umberto Eco advertía ya que entre los contornos de este navegante habitaba un «alter ego» de Hugo Pratt, un políglota, un vividor con múltiples singladuras a sus espaldas, que supo adivinar esta poderosa figura entre las sombras que poblaban su fantasía. La viñeta es un arte cinematográfico pero sin movimiento; una fragua abundante y rica en caracteres dispuestos a echar el ancla en nuestra fantasía. Pratt sacó de esa chistera a un tipo indomable, capaz de navegar por distintas cartografías, que nació en La Valletta, hijo de un marino británico de Cornualles y una gitana de Sevilla, llamada «La Niña de Gibraltar», que creció en esa ciudad, después de Córdoba y que nunca permitió que nadie escribiera su suerte: «Cuando era niño me di cuenta de que me faltaba en la mano la línea de la fortuna. Entonces cogí la navaja de afeitar de mi padre, y ¡zas!, me hice una a mi gusto».