Gastronomía

Jordi Cruz vs. Pepe Rodríguez Rey: Las habas a la catalana catan una «pringá»

Si Jordi Cruz sorprende en ABaC con una propuesta creativa cuyo objetivo es que nos divirtamos en la mesa, Pepe Rodríguez Rey arrasa en El Bohío con platos sencillos en los que el comensal saborea la cocina pobre de Castilla-La Mancha puesta al día

Jordi Cruz innova con las infusiones, con la estrategia de traspasar el sabor a los líquidos y hacerlo delante del cliente
Jordi Cruz innova con las infusiones, con la estrategia de traspasar el sabor a los líquidos y hacerlo delante del clientelarazon

Ambos forman, junto a Samantha Vallejo-Nágera, el jurado de «MasterChef». Sin embargo, hoy son ellos quienes se miden en este duelo.

Ambos forman, junto a Samantha Vallejo-Nágera, el jurado de «MasterChef». Sin embargo, hoy son ellos quienes se miden en este duelo. Son colegas y el buen rollo entre ambos se mastica tras las cámaras. Son sus propuestas las que hoy toman el campo de batalla. Una creativa y moderna, que respeta la tradición y está alimentada por ingredientes de temporada que llenan la despensa del restaurante barcelonés ABaC. La otra refleja que el cuartel general de Pepe Rodríguez Rey, El Bohío, se encuentra en Illescas, Toledo. De ahí que opte por llevar al plato recetas de la memoria actualizadas que saben a Castilla-La Mancha. Una tradición puesta al día frente a una creatividad que mira hacia el comensal. «Entre nosotros no existe competencia alguna. Uno está arriba, otro más abajo, ya sabes...», dice entre risas Jordi, mientras mira a Pepe. «Deberías haber equilibrado la pareja», añade sonriendo el cocinero de El Bohío. «Él es del Real Madrid y yo, del Barça, pero nos permitimos el lujo de tocarnos las pelotas. Estar todo el día entre alabanzas es muy aburrido. Preferimos meternos caña porque, además, somos competitivos», prosigue Cruz.

Su mejor gancho no es otro que el disfrute del comensal, que se divierta en la mesa y descubra elaboraciones singulares que desembocan en una cocina moderna. La columna vertebral de su trabajo es el producto. Éste es su arma secreta entre fogones, además de contar con un equipo formado por soldados que creen en el proyecto para mejorarlo a diario. El tesón es ese elemento fetiche que escolta la cámara frigorífica. Por eso, en la trinchera le observamos hacer acopio de guisantes, almendras y maíz. Entre los pescados prefiere el salmón, la trucha, el calamar, las gambas y el atún rojo. Y, como carnes, no faltan los cortes de cerdo ibérico y el cordero, elementos que componen una buena cocina, porque para él solo existen dos tipos: ésta y la mala. Se escuda en las preparaciones ricas para avanzar en el camino. La fuerza para lograrlo se la aporta la motivación que le provoca a Cruz ingeniar bocados diferentes que perduren. Y es que hacer cosas de las que se siente orgulloso le hace sentirse fuerte. Innova con las infusiones, con la estrategia de traspasar el sabor a los líquidos y hacerlo delante del cliente. Asimismo, convierte un pistacho en una haba para elaborar un plato inédito que hace referencia a las habas a la catalana. En la misma contienda reconoce que la culinaria de su rival le atrae porque es sensata al servir recetas que está convencido que gustarán: «Son platos con mucho sabor y sin pretensiones», señala, al tiempo que recuerda una versión del bollo preñao relleno de las carnes del cocido, acompañado de un caldo de éste y un ravioli diseñado con berza: «Es un manjar que habla de su tradición ideado con modernidad».

Pepe, por su parte, coloca en el frente ingredientes que hacen reconocible su trabajo. Ellos son la remolacha, el tomate, la manzana, la albahaca y el ajo negro. También, el bacalao, las sardinas, el atún, el pulpo y el mejillón. Por supuesto, la ternera ocupa un lugar privilegiado en esta aventura. El potaje de bacalao y la raya con estofado de judías y ali oli de ajo negro son platos que toman filas en el terreno. En plena lucha culinaria se pregunta por qué no pueden existir distintos tipos de vanguardia dentro de la gastronomía si los hay en otras artes. Él, sin embargo, prefiere mantener la tradición. El rigor de saber que hay una empresa detrás del restaurante le mantiene fuerte para estar al pie del cañón. Antes de comenzar la guerra del servicio, invierte horas en hacer esos caldos de base que le sirven para hacer su cocina popular. Lanza un órdago a su rival con la «pringá» de cocido y su jugo, creación tan reconocible como el escabeche de perdiz, servido con un polvo helado de foie gras y trazos de salsa satay y con el mejillón gratinado.

Opta por enunciados escuetos con la idea de que el comensal se quede en lo esencial. Jordi le rebate con el arroz de atún con guisote de tomate mediterráneo, ventresca y aire de pecorino romano, con las habas a la catalana y el pichón royal. Forman parte de uno de sus dos menús. Pepe, por su parte, aporta uno más para poder contar de forma más completa su historia. De Jordi le apasiona toda su propuesta porque, asegura, es divertida y técnica. Un rodaballo asado de estética muy francesa y armoniosa aún lo mantiene en su memoria.