Pasarelas
Ágatha Ruiz de la Prada: yo tengo un novio
La diseñadora presentó ayer en Mercedes-Benz Fashion Week Madrid su nueva colección, en la que el tono pastel fue protagonista y con la que hizo un guiño a su pareja
Si alguien puede tomar tapices y telas pensadas para la decoración del hogar y convertirlas en vestidos y faldas perfectos para el verano, esa es Ágatha Ruiz de la Prada. Al ritmo de «Yo tengo un novio» –mientras el suyo observaba desde la primera fila–, la diseñadora presentó ayer su nueva colección primavera-verano, en la que si bien no faltaron los colores vivos y los estampados, también hubo una dosis de tonos pastel y siluetas sencillas –vestidos tubo de cuello redondo y cortados por encima del tobillo– que le dieron un toque de elegancia inesperado.
¿Colores pastel en un desfile de Ágatha? Sí, y muy acertados. Aparecieron en vestidos de jacquard largos o por debajo de la rodilla, en tonos como verde, amarillo y azul tiza. El jacquard repitió en faldas en A y pantalones de talle alto, de rayas o estampados en azul y fucsia que estilizan la figura. Por algo la diseñadora afirma que esta colección es un ejemplo «del agathismo llevado a la práctica». Es decir: ropa para mujeres con sentido del humor y personalidad que también aman la elegancia y entienden el valor de una prenda clásica, de las que duran toda la vida. «Después de pasar tanto tiempo viajando, ahora deseo centrarme en apoyar a mis fabricantes, siempre lo he hecho, pero ahora quiero ponerle más atención», añade.
En ese sentido, muchos de los tejidos de la colección fueron diseñados originalmente como tapices o telas de decoración junto con Visatex, empresa con la que la firma forma una gran alianza. La creadora explica que dichos tejidos «fueron muy fáciles de coser». Su hijo Tristán puso énfasis en que su grosor y textura permitieron experimentar con los volúmenes y optar por siluetas frescas y con movimiento en las que la tela lo dijera todo.
No faltaron las tan queridas señas de identidad de la casa: los abullonados y los colores vivos, en especial el naranja –tono que la diseñadora eligió para el vestido con el que salió a recibir los aplausos del público–, y los estampados de flores o de gotas de lluvia. Y al ritmo de «Lo malo» y «No eres tú, soy yo», subieron también a la pasarela los diseños más arriesgados: minivestidos con inmensas faldas de tul, un mono de rayas horizontales en lentejuelas doradas y azul marino abullonados por doquier y vestidos ajustados en fucsia y azul con detalles que simulaban un helado que se derrite. Y, para cerrar, la novia, ataviada con un voluminoso vestido «strapless» de visillo blanco con un estampado de corazones también en blanco (¡y que brilla en la oscuridad!) y falda de tul.
Lugar de juegos
Por su parte, Teresa Helbig convirtió la pasarela en un jardín que describe como «un refugio y un lugar de juegos». Su colección tuvo como protagonista el blanco y los colores tierra, además de los nudos de tipo marinero, presentes en elegantes cinturones de cuero. Jugó también con patrones, entretejidos sobre conjuntos de tops y faldas, y vestidos semi transparentes.
Ulises Mérida fue el siguiente, con una colección, titulada Babel, que sumió al público en un humo misterioso del que emergían las modelos, ataviadas con vestidos y tops asimétricos, y mini shorts de talle alto. Acertó al combinar el lila con azul marino y mostaza, mientras que en la segunda parte del desfile dominaron el blanco y el gris. Los bolsos con detalles pespunteados vuelven esta temporada, pero el complemento estrella fueron las viseras de parasisol creadas por Mabel Sanz. María Escoté, por su parte, decidió llevarle la contraria al zar de la moda. Karl Lagerfeld dijo una vez que «usar chándal es una señal de derrota», pero para ella se trata de «una prenda menospreciada, que merece ser reivindicada. He jugado a llevarlo a la sofisticación. El chándal podría convertirse en un básico del armario de una “millennial”», asegura. Los suyos, inspirados en la serie animada «Las Supernenas», vienen adornados con volantes, ajustados o tipo XXL, y en tejidos como el tafetán o el tweed (un guiño a Coco Chanel). Tanto cree en la versatilidad del chándal, que creó uno de novia –con bordados de perlas y flores de tul– para cerrar el desfile.
Pedro del Hierro tuvo un «front row» de mucho nivel, pero ni Ana Boyer ni Eugenia Silva robaron el protagonismo a una propuesta de tonos oscuros –burdeos, azul marino y marrones– que Nacho Aguayo definió como «barroco meets seventies» y que está inspirada en la primera colección de la firma, en 1974. En su honor recuperaron, por ejemplo, un escote cuadrado muy favorecedor que reaparece en vestidos y tops, y el «bolso icono», el único que diseñó Del Hierro durante su carrera. Junto con conjuntos de sastrería en terciopelo o lentejuelas desfilaron vestidos de noche con largas colas, pero lo que todas queremos ver en tienda son los de estampado de leopardo en relieve con toques mostaza y dorados; un capricho que bien valdría la pena.
Y para cerrar la velada, el niño consentido y rebelde de la moda española. Alejandro Gómez Palomo eligió para presentar su colección el Museo de las Ciencias Naturales de Madrid, un escenario ligado al nombre de su propuesta, Wunderkammer, es decir, aquellos «gabinetes de curiosidades» del siglo XVIII en los que se encontraban objetos exóticos de todo tipo. Con la idea del explorador en mente, Palomo Spain propuso conjuntos de casacas y kaftanes, túnicas de algodón y pantalones palazzo de cuero. Destacan la riqueza y textura de los materiales –presentes en los conjuntos realizados en punto de terciopelo, por ejemplo– y los detalles, como los botones de nácar y los broches de carey. A la cita, como ya es costumbre, asistieron desde Rossy de Palma y Brays Efe hasta Pedro Almodóvar.
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