Salud

Remedios caseros para la garganta: cuándo usar miel y cuándo gárgaras de sal

Miel, gárgaras con sal o simplemente no hablar. Frente a los mitos de la cebolla o el helado, la ciencia confirma qué remedios caseros alivian de verdad el molesto dolor de garganta y cuáles son solo un placebo

Imagen de archivo de un bote de miel
Un clásico que nunca falla es la miel, cuyas propiedades antibacterianas y su textura suave la convierten en un bálsamo natural para la garganta irritada.SICPA

Pocos malestares son tan comunes y fastidiosos como el dolor de garganta. Esa sensación de carraspera, pinchazos y dificultad para tragar que acompaña a resfriados y otras afecciones respiratorias es una visita casi obligada cada invierno. Sin embargo, la ciencia es clara al respecto: en nueve de cada diez ocasiones, la causa es una simple infección vírica que nuestro propio cuerpo se encargará de resolver en aproximadamente una semana. La clave, por tanto, no está en buscar una cura milagrosa, sino en saber cómo aliviar los síntomas para hacer la espera más llevadera.

De hecho, aunque no existan remedios mágicos para acelerar el proceso, sí hay un abanico de soluciones caseras que han demostrado su eficacia para mitigar las molestias. La hidratación es fundamental, por lo que beber líquidos como caldos o infusiones a temperatura ambiente ayuda a mantener la garganta húmeda. Un clásico que nunca falla es la miel, cuyas propiedades antibacterianas y su textura suave la convierten en un bálsamo natural para la garganta irritada.

Asimismo, también resultan útiles las gárgaras con agua tibia y sal para reducir la inflamación, así como el uso de caramelos de menta, limón o la propia miel para estimular la salivación. Completar el arsenal casero con un humidificador en la estancia y, sobre todo, procurar forzar la voz lo menos posible, contribuirá notablemente a la recuperación.

Mitos populares y el papel de los fármacos

Por otro lado, la tradición popular está llena de prácticas cuya eficacia es, en el mejor de los casos, nula. La costumbre de anudarse un pañuelo al cuello, por ejemplo, no aporta más que un mero efecto placebo. Tampoco hay evidencia que respalde la idea de que colocar una cebolla cortada en la habitación o aplicarse ungüentos de eucalipto sirva para algo más que para impregnar el ambiente con su olor. Del mismo modo, la creencia de que tomar helado o alimentos muy fríos es beneficioso carece de fundamento científico.

Ahora bien, cuando las molestias persisten, es habitual recurrir al botiquín. Fármacos de venta libre como el paracetamol o el ibuprofeno son eficaces para controlar el dolor y la inflamación. También existen soluciones locales, como aerosoles o pastillas para chupar, que contienen pequeños anestésicos para adormecer la zona y proporcionar un alivio temporal. La línea roja se encuentra, no obstante, en los corticoides y, sobre todo, en los antibióticos. Estos últimos son completamente inútiles frente a los virus y su uso indiscriminado genera peligrosas resistencias, por lo que solo deben tomarse bajo una estricta prescripción médica que confirme la existencia de una infección bacteriana.

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