Barcelona
Agustina de Triana
Mujer rotunda en sus formas físicas y verbales, a Susana Díaz le cae pintiparado el uniforme de Agustina de Aragón, heroína españolísima que se enfrentó a la francesada bajo las dos banderas de su tierra, la rojigualda y la cuatribarrada que los nacionalistas catalanes rebautizaron anteayer como Senyera. A la presidenta de la Junta podemos afearle su apoyo a la charnega Chacón, esa lideresa de diseño que en Barcelona se hace llamar Carme y le añade una ene al nombre cuando asoma el careto por Olula del Río (Almería), el pueblo natal de su padre. Aquello fue una mala elección estratégica porque no conviene relacionarse con quienes dudan ante las grandes cuestiones o se posicionan según las ventoleras pero, superado ese sarampión, la doña se plantó en la mismísima «terra de Catalunya» para recordarle al desorientado socialismo de allí que lo de la doble alma del PSC es una filfa de los Maragall y otros pijos barceloneses: su principal granero de votos es el cinturón industrial, donde habita la segunda generación de inmigrantes. Cientos de miles de cantantes de Estopa que están a cinco minutos de engrosar las filas del aventurerismo extremista, desde los batasunos del CUP hasta los facinerosos de Anglada, y polarizar hasta lo insoportable la política regional. Es un magnífico hallazgo del escribidor de discursos de Díaz la equidistancia proclamada entre los separadores y los separatistas. Si los grandes partidos no se preocupan por recuperar la centralidad, el futuro pinta feo. Ha llegado la hora de clavar una estaca en el corazón de Rubalcaba.
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