Sevilla
«Creo que el Nobel de Dylan está bien»
La viuda de Borges, María Kodama, recuerda la figura del escritor tras inaugurar una exposisión sobre él en Sevilla.
La viuda de Borges, María Kodama, recuerda la figura del escritor tras inaugurar una exposisión sobre él en Sevilla.
«Estoy agotada» musita esta mujer menuda, de rasgos orientales y voz suave nada más recibirnos. La viuda de Jorge Luis Borges, el mastodonte literario del siglo XX, el escritor al que todos citan, el que aún está por descubrir, asume la responsabilidad de preservar su memoria y legado porque se lo prometió al autor. Es una persona de palabra, criada en los valores del honor y la lealtad de Japón. Borges también, a su mamá le juró de niño que siempre rezaría por las noches y durante toda su vida lo último que hacía antes de dormir era pronunciar una oración.
–¿Le hubiera gustado a Borges que le hayan dado el Nobel de Literatura a Dylan?
–Bueno, yo no puedo poner en su boca algo que no sé, por una cuestión de respeto, pero personalmente pienso que está bien, que quizás es una apertura que quiere tener el Nobel, pero a mi me gustan más las letras y poemas que hizo que su música, por lo que no veo que eso sea negativo. A lo mejor ahora han decidido abrirse, a lo mejor ahora son más benévolos.
–Jagger se puso de rodillas ante Borges y le llamó maestro. ¿Era un amor recíproco?
–Fue muy divertido (risas), porque estábamos en el hotel Palace y yo soy miope y no veo bien. Entonces, cuando me di cuenta, vi que era Mick Jagger quien estaba tocándole las manos a Borges mientras esperábamos a que vinieran a buscarnos para ir a cenar. «Maestro, he leído toda su obra, yo le admiro», entonces él le preguntó quién era porque no veía. Al saber quien era, le dijo: «Es usted uno de los Rolling Stones» y Jagger casi se desmaya cuando supo que conocía toda su obra gracias a mí.
–Entonces no creo que le disgustara ver a Dylan en Estocolmo.
–Bueno, supongo que sí, pero no me puedo poner en su mente. Él era muy abierto, pero no puedo contestar por él esa pregunta.
–«El infinito de Borges» es el título de la exposición que acaba de inaugurar en Sevilla, en un lugar muy cerca de donde Cervantes escribió «El Quijote», una de sus obras preferidas.
–Sí, él amaba a Cervantes y al Quijote, le encantaba.
–El concepto de infinito es una de las claves de su literatura, es casi el motor que le hace pasar del sueño al poema en una constante creación.
–Desde luego, eso era muy importante para Borges. En «De la salvación por las obras» considera que la humanidad se va a perder, entonces uno de los dioses le dice que han creado el agua, la tierra, todo para que el hombre sea feliz, pero que el hombre ha hecho cosas terribles, como inventar un arma que puede destruir la humanidad. Otro de los dioses argumenta que en cambio ha hecho otras cosas y muestra un haiku. Los otros dioses se miran y piensan que está bien, que tienen que salvarlo. Es decir, la humanidad se puede salvar por un poema, creía que la literatura podía salvar al hombre.
–Borges era una suerte de oráculo, de sacerdote, que unía literatura y ciencia, para crear algo nuevo, como una especie de Prometeo.
–Sí, pero hay que decir que a lo largo de un siglo aparecen una persona o dos que además de contar con la genialidad para escribir, inventan cosas nuevas hasta entonces desconocidas por medio de la literatura fantástica. Es como si tiraran una semilla que siglos después la ciencia, o alguien interesado en la ciencia, conviertiera en realidad. Por ejemplo, los viajes a la Luna o al fondo del mar, que fueron creados por Verne. Todas esas cosas que hace siglos parecían imposibles pero que ahora son una realidad, pues con Borges pasa lo mismo. Ahora hay una corriente de científicos, neurocientíficos y especialistas de modernas disciplinas que consideran que hay un universo por estudiar que está ya en la obra de Borges, como la cuarta dimensión.
–¿Ha crecido mucho esa semilla después de 30 años de su muerte?
–Supongo que el discurso de un escritor, de un artista, se va renovando mediante una interacción entre el lector y lo escrito. Muchas veces ese texto sirve como un disparardor de las propias emociones que quizás el lector no sabía que sentía hasta ese momento. Pienso que eso es lo interesante de la escritura.
–Los escritores prefieren ser conocidos por sus obras, pero usted conoció a Borges a los 16 años. ¿Cómo era en el trato cotidiano?
–Se divertía muchísimo y lo que más le gustaba era estudiar. Yo comencé con él estudiando el anglosajón, luego el islandés, algo de japonés, más tarde el árabe. Era muy divertido y pienso que si hubiera tenido vista sería un aventurero, por la curiosidad que tenía para descubrir cosas, por su espíritu de aventura.
–¡Pero si ustedes no dejaban de viajar!
–La verdad es que sí y me decían que era una loca por llevar a una persona que no veía a tantos sitios que podían ser peligrosos, pero siempre pienso que vivir es peligroso. Despertarte y vivir es peligroso, además, ¿por qué tengo que prohibir a una persona que le guste hacer eso? Si él quería se hacía, tratando de tomar todas las precauciones para que no corriera ningún peligro.
–También le apasionaba Andalucía.
–Claro, siempre recordaba su relación con esta tierra. Además, su primer poema lo publicó aquí y decía que todo el mundo pensaba que cantaba al mar siempre. Con eso se divertía, su relación con Cansinos-Assens fue maravillosa porque le consideraba su maestro. Daban largas caminatas por Madrid hablando de literatura, eran muy amigos.
–Para él la amistad era algo más, un compromiso, porque además estaba educado en el honor y la lealtad. En su caso, estos valores los ha heredado usted como responsable de su legado.
–Es una responsabilidad terrible, pero yo fui criada por mi padre, que era japonés, quien me educó en unas reglas de su país, que no se diferenciaban tanto de las que había en la Argentina del siglo XIX donde crecieron los padres de Borges. Por eso, lo llevo con la responsabilidad y el cariño que debo hacerlo.
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