Sevilla
El “Grito pelao” no retumba
La propuesta de Rocío Molina y Silvia Pérez Cruz, una exaltación de la maternidad, emocionó cuando los prodigios de baile y voz se acompasaron
La propuesta de Rocío Molina y Silvia Pérez Cruz, una exaltación de la maternidad, emocionó cuando los prodigios de baile y voz se acompasaron
Rocío Molina es bailaora, lesbiana, no tiene pareja y a finales de año será madre por inseminación in vitro. El día que fue a inseminarse llevaba un vestido rojo y el pelo, su larga melena, suelto. Entonces no sabía si su bebé nacería este mismo año -como será- o su deseo quedaría pospuesto, lo que sí sabía es que su relato personal sobre el proceso subiría a un escenario. Todo eso lo contó y lo bailó la malagueña y Silvia Pérez Cruz lo cantó. La Bienal de Flamenco de Sevilla fue testigo de lo que ya habían visto Avignon y Málaga, un espectáculo con fecha de caducidad que tendrá sus últimas fechas en Francia a finales de octubre. Serán ya ocho meses de embarazo los que contemplen a Molina.
A la bailaora hay que aplaudirle la ruptura que representa en un mundo, el flamenco, que usó como sostén para desentrañarse. Buscó la palabra, coloquial, sencilla, falta de fuerza, cuando el baile, su baile, habría sido suficiente para contar y que el teatro entendiera. Quiso que la acompañaran su madre, Lola Cruz, y su inseparable desde hace un año Silvia Pérez Cruz, desde que improvisaran una colaboración en el teatro Lope de Vega durante un concierto de la catalana. Aquel momento mágico y la promesa de alargarlo durante dos horas llevaron a muchos espectadores al Maestranza, algunos con las entradas adquiridas hace meses. Y hubo emoción a ratos, el primer aguijonazo con el tema que da nombre al espectáculo, un “Grito pelao” íntimo y con Molina bailando a dos, ella y su barriga, pidiendo paso. El flamenco venía y se iba, a falta de una voz que imprimiese quejío al diálogo.
No era la primera vez que Silvia Pérez Cruz pisaba el Maestranza, sí se estrenaba con espectáculo propio. La particularidad de su garganta y de la música original debía empastar perfectamente con la fuerza de Molina, ese era el pacto tácito. Mirando al patio de butacas, hubo quien no quiso esperar al final y se perdió la comunión de dos artistas empeñadas en contar su experiencia de todas las formas posibles, aunque no fueran las que más dominan. Rocío cantó y Silvia bailó, pero el escenario solo se contrajo cuando sucedía al revés.
Molina fue ella, su provocación era precisamente mostrarse natural, hablar de sus miedos, de la necesidad de encontrar el amor fuera por no ser capaz de encontrarse consigo. La exaltación de la maternidad tuvo momentos delirantes, como cuando madre e hija revivieron la ofrenda a la Virgen del Rocío cruzando de rodillas al escenario. “No somos muy creyentes, pero sí devotos de la virgen”. Realismo puro.
Dos grandes sensibilidades se han encontrado en el plano profesional y personal, sobre eso no había duda, aunque les faltó hacer partícipes a todos. Contaron su historia, Molina adelantó el parto con una coreografía última sumergida en el agua de la playa traída para la ocasión, entregada a sí misma. Hablaron, rieron, reivindicaron -la malagueña con barbas, ironizando quizá sobre las veces que le habrán preguntado dónde está el hombre de su vida-, arrancaron aplausos, atrajeron la tristeza y hasta llegó el latido de ambas, madre y bebé, con su imagen intrauterina en la pantalla. El eco del “Tu 'mare' te baila y te baila, quién le bailara a tu 'mare'” como últimas palabras dejó en el aire los miedos de muchas que, como las dos artistas, son madres sin padre, pero no solas.
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