Andalucía

El oremus de la nueva izquierda

La Razón
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El primer signo de que se había empezado a perder el oremus sucedió hace cuatro años en un monasterio benedictino. El entonces diputado de IU por Málaga, Alberto Garzón, saliendo de Montserrat, se vio cegado de la intensa luz, se cayó del caballo y recibió los reproches de una Divinidad que desconocía: «Alberto, Alberto, ¿por qué me persigues?» El hoy segundo de Pablo Iglesias en Unidos Podemos, o tercero o cuarto, comunicó entonces a sus allegados lo edificante que le había resultado conversar con la monja Teresa Forcades sobre política, en general, y sobre el proceso constituyente, en particular. Se refería, claro está, al «proceso» catalán. El prometedor diputado se había convertido. Y, de aquellos polvos, estos lodazales. Con el tiempo, Garzón y gran parte de la izquierda cuerda ha quedado irreconocible por palabra y por omisión. Quizá por rememorar jueguecitos alcanforados de bloques populares, la izquierda racional y científica se diluyó en aquella vasta alianza de indignados, la nueva izquierda. Desde entonces la superstición y el curanderismo ocupan gran parte de su discurso. Y en su origen está una monja benedictina que representa sin complejos un carlismo aldeano y premoderno que ya entonces, en el XIX, abanderaron las parroquias de provincias en Cataluña. Forcades, doctora en Medicina metida a sor, se ha hecho célebre por liderar en los últimos años el pensamiento del «altenativismo» terapéutico, negando por otro lado la existencia del SIDA, apoyando el uso de productos milagrosos que curan el cáncer y dudando de la conveniencia de las vacunas. Que el carlismo irracional, fanático y conventual haya abducido a la neoizquierda española revela una honda contradicción ideológica que sólo podría ser explicada por una encíclica angiológica de Puigdemont.