Andalucía

Emprendedores

Una feria de franquicias y emprendedores / Foto: Manuel Olmedo
Una feria de franquicias y emprendedores / Foto: Manuel Olmedolarazon

Caramba con los emprendedores, esos seres celestiales que al nombrarlos uno debe afinar la oreja por si acaso no les están mentando a los encendedores o mecheros. Porque resulta que existen pocas palabras más de moda que ésta y uno ya no sabe bien si el idioma discurre por meandros inextricables al entendimiento humano, modelado por aquel «genio» con el que tituló uno de sus libros Álex Grijelmo, o si la política lo contamina todo e impone en cualquier ámbito esa neolengua impregnada de falsa modernidad que tantas mariposas en la barriguita despierta a los izquierdistas y quienes aspiran a parecerlo. Porque, nadie se engañe, el mero uso de la palabra «emprendedor» es en sí mismo una tragedia al subrayar cómo el pensamiento único progre, esa purulencia intelectual de hedor totalitario, ha logrado desprestigiar por completo el nobilísimo concepto de empresario. No digamos ya el término «autónomo», otrora ligado al industrioso esfuerzo de los comerciantes y hoy arrastrado por el fango de ese contrato TRADE que, además de una estafa, contiene en el acrónimo el más cínico oxímoron legado por una década de crisis... de valores: trabajador autónomo dependiente. Toma ya. Nadie quiere ser un empresario ni un autónomo, pues el imaginario colectivo los asimila respectivamente con un señor obeso con chistera que desayuna bebés proletarios y con un subempleado que apenas cotiza. Todos emprendedores, entonces. Almas libres con el ingenio aguzado y el corazón henchido de buenas intenciones; creadores de riqueza sólo para compartirla, ángeles sin alas ni corbata que apagan el aire acondicionado en su oficina para no agujerear la capa de ozono; soñadores que se enriquecen mientras se duelen por la suerte de los pobres. El daño que le ha hecho a la Humanidad, sin saberlo, el pobre Steve Jobs.