Andalucía
Ir y volver
La perspectiva del viaje, tal es nuestra circunstancia de hoy, es tanto más ilusionante cuando se completa con la del regreso. Azorín, un escritor hondo al que las modas han preterido estúpidamente, corrige en su «Castilla» un aforismo que él atribuye a un poeta apócrifo. «Vivir –escribe el poeta– es ver pasar. Sí; vivir es ver pasar: ver pasar, allá en lo alto, las nubes. Mejor diríamos: vivir es ver volver». O incluso volver a secas, contemplar otra vez el paisaje un millón de veces visto y comprobar que seguimos formando parte de él. Este elogio de la inmutabilidad, que pareciera novedoso hallazgo de los activistas de #staygrounded, ya lo enunció Parménides en su «Poema del Ser», seguramente el escrito con mayor calidad literaria de la historia de la Filosofía: «Todo es uno y lo mismo (...) Todo queda». Para el fundador de los eleanos, la más influyente escuela presocrática, la esencia y el pensamiento son la misma cosa, de modo que ese lugar concreto al que pertenecemos (la casa, la oficina, el bar donde desayunamos o el piso del amor prohibido) existe en nuestra ausencia porque persiste en la memoria durante el viaje, que no es sino el horizonte del regreso, paradisiaca Ítaca al término de un millón de penalidades: vuelos transoceánicos, colas en los aeropuertos, agresiones al aparato digestivo, exposición a las inclemencias meteorológicas, jet lag, sobredosis de vida familiar y anorexia septembrina de la cuenta corriente, entre otras promesas de inconvenientes, que convierten el día previo a marchar de vacaciones en una aplastante montaña de agobio que se disipa con el primer (re) descubrimiento de la evidencia de que el mundo también es maravilloso más allá de nuestro barrio. Y entonces, lo que le dan a uno ganas es de quedarse para siempre en ese sitio tan bonito.
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