Tecnología

La máquina de habitar

«A veces, sin motivo aparente, la casa ríe a carcajadas en medio de la noche»

La Razón
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«A veces, sin motivo aparente, la casa ríe a carcajadas en medio de la noche»

Cuando Marinetti publicó el manifiesto futurista, la velocidad y la máquina todavía gateaban con pañales. El desarrollo de la tecnología, desde entonces, ha ido corriendo desatadamente y los juegos del primer futurismo fueron transformándose en malabarismos tan poco inocentes como la revolución, a cuyo frente se situaron las habituales legiones de analfabetos, capaces de tomarse en serio la metáfora vanguardista. En parte a causa de los ágrafos se debe una antigua confusión entre futurismo y ciencia-ficción, que sería igual que confundir la caseta del perro con la casa del amo. A veces cupieron excepciones razonables. Por ejemplo, a las construcciones de Le Corbusier pudo definírsela en su tiempo como futurista y como ciencia-ficción. El arquitecto suizo bautizó sus viviendas con el nombre de «máquinas de habitar», un brindis al sol y a la iluminación de sus visiones. Sus planos eran la pura modernidad, el no va más de la arquitectura de los años cuarenta y cincuenta, cosa que, naturalmente, propició que más de un potentado viera sus futuros palacios en alzada y seguidamente contestara que, para eso, mejor la caseta del perro (IVA incluido). Han pasado las décadas y, no ya los ágrafos, sino las mentes más brillantes del planeta son quienes se han tomado en serio la metáfora de Le Corbusier. La máquina de habitar es una realidad. Hay casas llenas de receptores y altavoces por las que el propietario y una máquina se comunican. Y ocurren cosas como que la casa compra el billete a San Petersburgo del que os oyó en una conversación en la cena; porque estaba de oferta, aclara el robot. También sucede que a veces, sin motivo aparente, la casa ríe a carcajadas en medio de la noche. Y que conversa, sin haberse programado para ello, con robots de otras casas. El invento dará que hablar.