Andalucía

Matasanos

La UCI del hospital Reina Sofía de Córdoba aloja a una mujer jiennense en condiciones de «extrema gravedad» después de que un médico naturista, valga el oxímoron, la haya dejado al borde de la muerte con uno de esos tratamientos que siempre se revelan como ineficaces y en muchas ocasiones, verbigracia esta vez, son peligrosos. Sin embargo, el foco se ha dirigido un tanto injustamente hacia los homeópatas, condición que ostentaba el (ir)responsable de haber partido un ventrículo de la paciente al irle a punzar el tórax, a saber con qué objeto. También le ha lacerado el tubo digestivo porque decidió meterle ozono por vía rectal (¡!), con lo demodés que están los supositorios. Y no es que uno sea lo que se dice fan de la homeopatía, cuyo único efecto benéfico empíricamente comprobado es el placebo, pero tampoco conviene asimilar esta praxis, tan de moda, al curanderismo o a su hermana mayor la carnicería. La diferencia es más o menos la existente entre un timador y un matarife, si bien es cierto que los métodos alternativos, con frecuencia, provocan la pérdida de un tiempo precioso en el tratamiento convencional. Lo llamativo es que, en un mundo regulado hasta la náusea, sea justamente la salud uno de los campos en los que menos intrusión estatal existe: se necesitan cumplir mil trámites administrativos para vender castañas por la calle pero cualquiera puede atravesar el pecho del prójimo con un escalpelo con un simple carné de colegiado por toda acreditación, así pase consulta en un tugurio iluminado por un quinqué. El recurso a las ciencias ocultas es característico de regiones con escaso nivel formativo. Huelga por tanto decir qué puesto ocupa Andalucía en el ranking autonómico de conjuros, imposición de manos, yerbas curativas, remedios ancestrales y demás recetas milagrosas.