Sevilla

Yanqui con búcaro

Al «googlear» el nombre de Antonino Parrilla, el buscador remite a dos artistas especialmente virtuosos en lo suyo. El reputado pintor, escultor, ceramista y agitador cultural, no obstante, palidece ante la obra del homónimo el heladero. Nino, como era conocido desde su época de flanker bajito pero duro de pelar, empezó vendiendo cucuruchos en una confitería del extrarradio y ha evolucionado, sin más crédito que su voluntad de hierro y su pasión por aprender, hasta un emporio de franquicias que ha invadido la Península y los archipiélagos. Fue alguien, pero Alguien con mayúscula, en la agrupación socialista de su pueblo, que tanto mandaba en el PSOE provincial y, por ende, pesaba en el regional hasta que se piró harto de «gente que se dice de izquierdas y se da codazos por salir el Jueves Santo delante de los cristos». La historia de «Bolas» es una epopeya empresarial con una técnica importada de Francia («tú que conoces aquello, en la Costa Azul son medio italianos. En vez del rugby y el paté, les gusta el fútbol y los helados») que empezó con una heladería y ha dado el salto a la alta cocina. Al lado de casa, en pleno centro de Sevilla y epicentro del turismo guiri, ha reimplantado el búcaro como proveedor de agua fresquita. Los clientes habituales nos divertimos cuando detectamos a los americanos, inventores del dicho «When in Rome, do as the Romans do», mirando con curiosidad el artefacto. Aun sin sed, alguien agarra el botijo para que el yanqui, irrefrenable su impulso, vaya detrás y se refresque la pechera además del gaznate. «Holy crap», blasfemó ayer un simpático californiano con la camisa empapada para pitorreo de toda su familia. Y así nos vamos asomando a septiembre.