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Albero de oro y grana

La Razón
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El pasado domingo, mi amigo Mario me invitó a la corrida de toros que en Valladolid se celebraba con motivo de las fiesta de San Pedro Regalado, patrón de la ciudad y del gremio del capote y la muleta. En tarde de luces y resoles me dirigí al centenario coso que tiene la ciudad del Pisuerga, donde la vieja gloria del espíritu español se erige y envalentona sobre la arena dorada por el esplendor de faenas ya pasadas. Ciertamente no voy a ocultar que iba con alguna reticencia, sabiendo el final que iba a ver y con el que se encuentra cada morlaco al terminar su faena.

Allí una vez ya en la plaza, tras salir de las entrañas sombreadas de su interior, sentí que sería cuanto menos una experiencia de esas que al menos se debe vivir una vez en la vida y de las que son difíciles de olvidar. Con el sonido de clarines y timbales y ver pisar la arena a los toreros, vestidos de valentía y arrojo, comprendí que los Toros en España, son la gran orgía de luz, la sangre, la vida y la muerte, el oro y la arena. Y es que España fue antaño tierra de gladiadores y ahora, en cada coso, con cada faena, ese espectáculo se revive, convirtiendo el ruedo en un ballet de sudor, maestría y sangre.

Un lugar donde se entreteje el brío y la bravura, entre clamorosos ¡Olés! y tensos silencios capaces de helar la sangre. Y aunque dio más de si la tarde que los toros, comprendí que en ese baile que enlaza a torero y toro, pese a la impresión primera, tiene mucho de arte, valentía y forma parte indiscutible de nuestra cultura más popular.