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El tripartito renace con la Diada

ERC, CUP y Podemos marginan a la antigua Convergència en un acto para conmemorar el 40 aniversario de la fiesta. Exhiben su voluntad de tender puentes entre la izquierda en favor del «derecho a decidir» pese a las diferencias.

Los líderes de ERC, Oriol Junqueras, de la CUP, Anna Gabrie y de Si que es Pot , Albano Danti Fachín al terminar el acto político conjunto protagonizado por ERC, CUP y Podemos
Los líderes de ERC, Oriol Junqueras, de la CUP, Anna Gabrie y de Si que es Pot , Albano Danti Fachín al terminar el acto político conjunto protagonizado por ERC, CUP y Podemoslarazon

ERC, CUP y Podemos marginan a la antigua Convergència en un acto para conmemorar el 40 aniversario de la fiesta. Exhiben su voluntad de tender puentes entre la izquierda en favor del «derecho a decidir» pese a las diferencias.

Sant Boi (Barcelona) se vistió ayer de nostalgia para conmemorar el 40 aniversario de la primera Diada organizada tras la muerte de Franco. El acto, además del simbolismo evidente, sirvió como carta de presentación de un eventual tripartito 2.0, aunque esta vez con Podemos, ERC y la CUP. El morbo, por lo tanto, estaba servido y el damnificado, de cristalizar, volvería a ser Convergència.

Lo cierto es que más que un acto parecía un mitin. Pero, a tenor de los discursos, el punto de partida de las tres formaciones es, por ahora, demasiado distante. El líder de Podemos en Cataluña, Albano Dante Fachín, no pudo ser más explícito en su discurso: «Estamos aquí para entendernos. Estamos aquí para compartir diálogo y lucha a pesar de tener estrategias diferentes». Eso sí, los aplausos fueron tímidos y probablemente de los pocos simpatizantes de Podemos en el acto. No es de extrañar. Al fin ya al cabo, Fachín remachó su discurso con un «para nosotros la capacidad para ejercer la soberanía pasa por reforzar los vínculos con el resto del Estado» muy alejado de las tesis que defendían sus compañeros de escenario. Le siguió Anna Gabriel (CUP), que ya marcó distancias con Fachín: «No queremos reformas, queremos rupturas», además de tener palabras de recuerdo para Otegi. Y el público, entonces sí, arrancó a aplaudir con ganas. E insistió: «En el 76 no hubo ruptura, hubo un pacto. Hoy reivindicamos la ruptura». Gabriel, por si acaso, aclaró que «no tenemos en el horizonte ningún tripartito ni ningún cálculo electoral». Junqueras cerró los discursos en un tono más conciliador que Gabriel. A su juicio, «a pesar de todas las diferencias somos un solo pueblo. Afortunadamente, diverso y plural». Y terminó parafraseando al Che: «Todo está por hacer, pero todo es posible. Hasta la victoria siempre».

Fue un acto, en todo caso, sin precedentes, porque juntó a tres partidos de la izquierda catalana: Esquerra Republicana, Podemos y la Candidatura de Unidad Popular (CUP). Sin precedentes, porque no estuvo invitado ni el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ni el Partido Demòcrata Català, aunque el acto estaba promovido por su socio, Esquerra Republicana, y su aliado necesario, la Candidatura de Unidad Popular.

La convocatoria ha evidenciado la falta de unidad del independentismo y, también, del conjunto del soberanismo. Desató, de entrada, las alarmas en la sede del Partit Demòcrata Català, la marca de la vieja Convergència. Su portavoz, Marta Pascal, no dudó en acusar a los convocantes de romper la unidad en favor de «una lógica partidista intolerable» y reconoció que era toda «una tentación» de reeditar un tripartito de izquierdas en la Generalitat que desalojara, como lo hicieron Maragall y Montilla, a los nacionalistas de la Presidencia de la Generalitat.

Pese a las palabras de Gabriel, ¿es posible un pacto de izquierdas en Cataluña que desaloje a Puigdemont? Esta pregunta planea por los cenáculos políticos catalanes desde que el actual presidente llegó al Palau de la Generalitat en enero de 2016. De momento, no tiene respuesta. De hecho, ninguna formación la ha puesto sobre la mesa y, hoy por hoy, con números en la mano no tiene posibilidades en el actual Parlament. Sin embargo, nadie niega esa posibilidad. Ni sus «posibles» partidarios, ni sus detractores. Y el acto de ayer es todo un ejemplo de que algo se mueve.

Desde que Puigdemont llegó a la Presidencia, las tensiones entre convergentes y republicanos han ido en aumento. Desde la antigua Convergència no se duda en calificar de «desleales» a los de Oriol Junqueras, a los que acusan de acercarse a la CUP y a los Comunes de Ada Colau para erosionar la autoridad del presidente Puigdemont. ERC ha abrazado la posibilidad de hacer un Referéndum Unilateral de Independencia (RUI), patrocinado por la CUP y por la Asamblea Nacional Catalana, mientras que el Gobierno catalán no ha abierto del todo la puerta a esta posibilidad, una consulta que fuentes soberanistas ven «casi imposible».

Sin embargo, a pesar de las diferencias del conjunto del soberanismo han decidido que la mejor estrategia es «la huida hacia adelante» y seguir animando el objetivo final, el referéndum. Eso sí, siempre mirándose de reojo para ver quién es el primero que se baja del burro. La CUP apoyará a Puigdemont en la moción de confianza del día 28 para que siga con «el procés» y ERC seguirá al lado de Puigdemont para que convoque el RUI y «culparle si no lo hace». La partida ahora es «señalar al culpable» para romper la actual correlación de fuerzas.

Esta situación de tensiones internas, de desconfianzas y soterrados enfrentamientos está alcanzando sus máximas cotas en estos días, porque todos los actores del independentismo catalán saben que, si no hay RUI, sólo queda una salida: adelanto electoral. Un adelanto que se puede producir casi inmediatamente, porque la CUP dará apoyo a la moción de Puigdemont, pero los presupuestos siguen en el aire. Lo ha dicho el propio vicepresidente, Oriol Junqueras, el líder de Esquerra Republicana, al afirmar que la CUP puede dar apoyo a la moción de confianza, pero que el camino hacia el acuerdo será largo. Junqueras espera aprobarlos como pronto en el mes de diciembre. Además, aunque se aprueben los grandes números, la Legislatura tiene toda la pinta de continuar inestable. Avanzar la contienda electoral es un arma de doble filo para CDC. Junts pel Sí no se reeditará y los antiguos nacionalistas moderados quedarán en manos del «sorpasso» de ERC y de la irrupción de los Comunes de Colau en el Parlament. Es en este momento, cuando vuelve a surgir la posibilidad del pacto de izquierdas.

Colau ha taponado el crecimiento soberanista y su crecimiento parlamentario no es nada descartable tras las victorias en las elecciones generales. Además, si el independentismo renuncia a la RUI, culpando del fracaso a Convergència, y se refugia en la demanda de una consulta pactada junto a Colau, puede abrir la puerta a los socialistas, aunque el PSC mira esta posibilidad desde la distancia. Esta mayoría de izquierdas se podría completar con el apoyo de las CUP que, según las previsiones, verá mermado su peso parlamentario y, por tanto, su carácter decisivo en la política catalana.

Éste es el escenario fantasma de la política catalana. Nadie lo reconoce, pero saben que está ahí. Es simplemente una hipótesis, pero muy real. Por eso, Colau asistirá a la manifestación convocada por el irredento independentismo. Asistirá porque no renuncia a ningún apoyo y no piensa renunciar a conseguirlos en diferentes colectivos. Por eso, también asistirá Puigdemont rompiendo el papel institucional que Artur Mas preservó al presidente de la Generalitat. Por eso, la izquierda catalana, excepto los socialistas, se manifestaron en Sant Boi. Por eso, los sectores más duros de Convergència tienen la intención de «pitar» a Colau en la manifestación de hoy y sus teóricos preparan argumentarios mediáticos «para poner en evidencia la deslealtad de ERC». Por eso, la Asamblea Nacional Catalana convoca cinco manifestaciones para evitar que se visualice el desgaste del soberanismo. Por eso se mantiene como gran objetivo el RUI para evitar seguir haciendo aguas y porque nadie quiere asumir que el «procés» ha fracasado, entre otras cosas, por una «gestión más que lamentable, que hemos hecho los independentistas, del propio procés», afirma un alto cargo del gobierno de Puigdemont. Por eso, los independentistas siguen animando a los suyos argumentando aquello de «ya queda poco». Ciertamente, nueve meses.

En junio, acaba el plazo que se marcó Puigdemont para construir una Cataluña independiente. A nueve meses vista, todo son incógnitas y el liderazgo de la refundada Convergencia, más que en entredicho.