Teatro
La insatisfacción de Madame Bovary en primera persona
La Sala Muntaner acoge el esteno de una versión teatral, en forma de monólogo, de la célebre novela de Flaubert, con la actriz Belén Fabra en el papel de la trágica heroína.
La Sala Muntaner acoge el esteno de una versión teatral, en forma de monólogo, de la célebre novela de Flaubert, con la actriz Belén Fabra en el papel de la trágica heroína.
Madame Bovary no es una, sino muchas mujeres, y muchos hombres también, como bien definió Flaubert cuando aseguró que la Bovary era él. Cualquiera puede identificarse con el personaje. La realidad es tan cruda que puede llegar a ahogar todas las pasiones. Ah, pero éstas no se van a dejar, tienen el mismo instinto de supervivencia que los propios seres humanos que las contienen. Si la realidad es bruta, entonces la pasión se convierte en bruta también, y aquí empiezan los desequilibros. La desnaturalización del deseo crea la dramatización del deseo, que se vuelve fantasioso, obsesivo, grotesco.
La historia de esta joven es trágica porque está movida por la fatalidad de la imaginación, que no delinque, pero sí puede destrozarte la vida. Madame Bovary caerá en las redes de este amor ilusorio y desesperado y se aprovecharán de ella hasta su trágico destino. Es el ejemplo máximo del amor grotesco, de esa búsqueda desesperada de escape de la realidad, y de la realidad no se escapa, es lo que es y punto. Caprichosa, malcriada, presuntuosa, enferma de insatisfacción, es fácil detestarla, no empatizar, pero lo cierto es que no hay nada más fácil en esta vida que ser Madame Bovary.
La última escena de la novela, con Charles Bovary, el pobre y enamorado marido, sentado en un banco con la hija de ambos, otra nueva Madame Bovary que volverá a destrozarle la vida con toda seguridad, es conmovedor. Él sí que es un personaje que merecería una obra de teatro, pero no tiene el mismo color, ni despierta la misma compasión que Madame Bovary. ¿Por qué? Porque la pasividad es el mayor de los crímenes y nadie se enorgullecería nunca de decir «Charles Bovary soy yo».
La Sala Muntaner acoge hasta el 16 de octubre una adaptación teatral de la inmortal novela de Flaubert. La actriz tortosina Belén Fabra se convierte así en la gran heroína decimonónica, en un monólogo de alta tensión en que la buena señora explica su propia historia, lleno de altos deseos, altas decepciones, traiciones mortales y angustia vital. No es tan excepcional que suba al teatro porque el magnetismo del personaje ha influenciado a miles de grandes piezas dramáticas. Sólo hay que pensar en Blanche Dubois, de «Un tranvía llamado deseo», para ver una revisión del mito.
Bajo el subtítulo «Una cuestión de género», la obra, dirigida y adaptada por Ángel Alonso, nos sumerge en la difícil y compleja personalidad de Bovary, en un monólogo que suena a confesión, o más bien a lamento. «Es el personaje femenino más complejo de la literatura universa. Nacida en un ambiente mediocre, se atreve a intentar ser feliz y vivir con plenitud, aunque eso le lleve a enfrentarse a las convenciones morales de su tiempo», comenta Alonso, que dota al personaje de una mayor ambigüedad y profundidad psicológica, casi como para justificar todos sus actos y sacarla del calabozo de castigo que a veces se la ha querido encerrar. Para Fabra, que se ha sumergido hasta lo más profundo en el personaje, Bojary «inconscientemente intenta romper con el machismo, es un feminismo inconsciente».
Alonso lleva toda una vida obsesionado con la novela, de la que no ha quedado satistecho con ninguna de las múltiples adaptaciones cinematográficas que se han hecho. Después de un año de trabajo en la adaptación, consiguió alcanzar el tono y la forma de contar la historia sobre un escenario. El resultado es una puesta en escena sutil en la que Fabra se libera de complejos y cuanta al público qué es lo que le pasa por la cabeza.
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