Teatro
Lorca y el vuelo de la imaginación
El director Àlex Rigola lleva al TNC su exitosa versión de «El público» del poeta granadino
La vida tiene sus tiempos. Son rígidos, encauzan, dan sentido y confort a los hombres, y es fácil dejarse arrastrar inconscientemente. A veces, el arte da una zancada demasiado grande y crea una obra tan ajena a esos tiempos, que se pierden. Nadie la entiende, y lo que no se entiende siempre es ruido. A nadie le gusta el ruido. A veces, tristemente, esas obras se pierden para siempre y se olvidan. Otras, en cambio, el tiempo le da caza y de pronto toda una nueva generación se da cuenta de la maravilla que hasta entonces había pasado desapercibida. ¿Es triste? No, siempre es una maravilla cuando se encuentra un tesoro enterrado.
Lorca, poeta y genio intuitivo por excelencia, escribió en 1929 «El público», una obra de trasfondo muy personal cuyas resonancias no encontraron a ese «público» que tanto ansiaba. Antes de estrenarlo, hizo una lectura de la obra con unos amigos y no tardó en ver en sus caras el desconcierto, la reacción a ese ruído desalentador. Supo en seguida que esos amigos, cultos y curiosos, no habían entendido lo que pretendía y decidió guardar la obra en un cajón. «Ahora el público no está preparado, pero dentro de unos años será un éxito», sentenció. Han pasado más de 70 años, y está claro que ahora los espectadores han convertido ese ruído inicial en música y poesía.
El Teatro Nacional de Cataluña acoge el montaje ideado por Àlex Rigola de «El público» que ya triunfó la temporada pasada en el Teatro de la Abadía de Madrid. «Los espectadores han de dejarse llevar por todos los sentidos, porque se trata de una pieza para viajar, soñar y perderse», comenta Rigola, que así se ha enfrentado él mismo a la adaptación del texto, hablando con otro grande del teatro español como Lluís Pasqual, que en 1987 la escenificó por primera vez y ayudó a que el tiempo se adelantase de una vez por todas y valorase en su justa medida esta pieza.
El autor de «Poeta en Nueva York» intentó llevar a escena una dicotomía personal que siempre le había atenazado, escribir a gusto de los espectadores o «romperlo todo para que los dogmas se purifiquen y las normas tengan nuevo temblor». Lorca llegó a definir la obra como «teatro imposible», una exaltación extrema del teatro dentro del teatro.
A parte de esta vertiente, la obra también indaga con honestidad en la vida amorosa y sentimental del poeta. Él mismo dijo que «estoy escribiendo una obra francamente homosexual». Lorca escribió la obra tras el desengaño amoroso que vivió con Emilio Aladrén, que le abandonó por una mujer, años después de que la relación que tenía con Dalí también se rompiera con la aparición de Gala. De hecho, uno de los personajes se llama Elena, «que es el nombre de la mujer que sustituyó a Lorca en el corazón de Emilio Alardrén y también el nombre real de Gala», comenta Rigola.
El director ha tenido que realizar una importante adaptación para poder llevarla a escena con toda su carga emocional. Ha reducido los 40 personajes, con catorce actores en escena que se multiplican. La puesta en escena le ha permitido dejar volar la imaginación, y apartándose de la rigidez de los postulados surrealistas, ha envuelto el escenario de la Sala Gran del TNC con papel plateado, con el objetivo de animar al público a viajar a un lugar donde se pierde el control. «Dicen que es una obra surrealista, pero yo creo que no lo es, coincide temporalmente con el surrealismo y tiene puntos de contacto, pero está construida a partir de simbolismos», afirma Rigola.
Pep Tosar es aquí el director de escena de la obra, alter ego de Lorca, y ayuda a sumergirse en la mente del gran poeta.
Dónde: Teatro Nacional de Cataluña. Pl. de les Arts, s/n.
Cuándo: Del 17 de diciembre hasta el 3 de enero.
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