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Conciliación

¡Viva la discapacidad!

Juan y María decidieron adoptar a Álvaro, con Síndrome de Down, tras haber hecho lo propio con cinco niños más

Álvaro, que fue adoptado en junio, está perfectamente integrado en su nueva familia
Álvaro, que fue adoptado en junio, está perfectamente integrado en su nueva familialarazon

Álvaro, un niño con Síndrome de Down, es la alegría de una familia con seis niños adoptados

María y Juan acaban de alcanzar la cuarentena y, tras haber adoptado a cinco niños de origen ruso, sienten que desde el pasado mes de junio, por fin, su familia, su vida, está completa. Fue la adopción del pequeño Álvaro, quien en unos días cumplirá cuatro años, el detonante de esa felicidad.

«Nos ha cambiado la vida a todos», asegura la madre, quien dice «sentirse más feliz desde que Álvaro llegara a casa». «Cada noche, cuando le arropo, doy gracias por él», revela la madre, para a continuación señalar que «es un ángel». Un pequeño detalle, Álvaro es un niño con Síndrome de Down, lo que para sus padres adoptivos no es un problema, sino un valor añadido. «Álvaro tiene una discapacidad, pero ¡Viva la discapacidad!», expresa con plena convicción María, quien asegura que si bien la gente les felicita y reconoce su mérito por haber adoptado a un niño con Síndrome de Down tras haber hecho lo propio con otros cinco niños más, ella asegura que «no siento en absoluto que tengamos ningún mérito».

«La gente no se da cuenta que Álvaro para nosotros es un regalo», mientras que su marido señala que «él nos aporta mucho más de lo que nosotros podemos darle». El matrimonio, que tenía muy claro desde el noviazgo que quería adoptar a un niño con Síndrome de Down para, en palabras de María, «darle la oportunidad de tener una familia», admite que criar a un niño con una discapacidad requiere mucha atención y esfuerzo, pero asegura que ello se ve compensado con creces. «Álvaro es un bebé grande y requiere mucha atención, hay que estar pendiente de él todo el rato», constata ella para enseguida señalar que «un niño con Síndrome de Down aporta: no tiene maldad ninguna, es bueno, cariñoso, inocente, sin mala idea...No sé cómo describir lo que nos aporta, pero es que aunque esté enfadado, es un enfado tierno».

En la misma línea, Juan hace hincapié en que «Álvaro es todo bondad, tiene una alegría, una naturalidad y una espontaneidad innatas, que nosotros no tenemos. Su felicidad compensa todo el trabajo y esfuerzo», asegura y señala que «estos niños te dan mucho más de lo que te les das a ellos, porque ellos dan en lo emocional y eso llena».

Un orgullo

Sea como fuere, estos últimos nueves meses, desde la llegada de Álvaro, han sido sumamente positivos, enriquecedores y gratificantes, no solo para sus padres adoptivos, quienes agradecen el apoyo que durante todo el proceso de adopción han recibido y están recibiendo por parte de la Fundación IReS, sino también para todos y cada uno de los miembros de la familia. «Álvaro se ha metido a toda la familia en el bolsillo», asegura su madre. «Mis otros hijos echan de menos el tiempo que les dedicaba antes a ellos, pero a veces preguntan: ¿Qué hacíamos antes, cuando no teníamos a Álvaro?», recuerda y añade con plena convicción que «todos ellos, los cinco, están muy orgullosos de su hermanito». De hecho, Elena, con 9 años, tenía que hacer una exposición en el colegio y eligió hacerla sobre su hermano Álvaro; la profesora se emocionó y todo. Y Teresa, de casi 11 años, siempre había dicho que quería tener un hermano con Síndrome de Down, así que está feliz con

la llega de Álvaro. «A Álvaro se le respeta mucho en casa. Todos sus hermanos le tratan con mucha sensibilidad, lo que les da unos valores para la vida, valores que se están perdiendo», comenta Juan.

En cualquier caso, como destaca María. «Estos niños nunca han sido ajenos a la realidad de las personas con discapacidad, al revés, siempre lo han vivido con mucha naturalidad, porque han convivido con ello», y es que todos ellos acudieron a un parvulario integrador, en el que conviven niños con y sin discapacidad, al mismo al que hoy en día acude Álvaro. «La idea es que vaya a un colegio ordinario si tiene potencial, sabiendo que tiene un techo» indica ella, mientras que el padre también apuesta por una «educación normal porque los especialistas consideran que es lo mejor para él, pero cuando digan lo contrario pues seguiremos sus indicaciones».

Por su parte, Álvaro, que cuando llegó a esta familia no caminaba ni hablaba, es a día de hoy un miembro más de la familia perfectamente integrado. «Los niños como Álvaro lo único que buscan es amor y afecto», asegura Juan y María recuerda que «a las dos semanas de llegar a casa tuvimos que ir a visitar a su neurólogo, que le sigue desde bebé, y nos dijo que era la primera vez que le veía sonreír. Álvaro estaba muy bien cuidado y atendido antes de venir con nosotros», aclara, «pero necesitaba una familia».

Reto para la sociedad

A día de hoy, Álvaro ya habla, camina , comprende, asocia... y cada día aprende algo nuevo, pero para ello sus padres han tenido que invertir en su estimulación. «El reto es que un niño con Síndrome de Down sea lo más autónomo e independiente posible y para ello hay que estimularle», destaca Juan, quien sin embargo quiere dejar claro que este es un reto que debe asumir, no solo las familias de niños con discapacidad, sino la sociedad en general. «Estos críos necesitan logopedia, fisioterapia... y otras atenciones para poder llegar a ser los más autosuficientes posible, pero no todo el mundo tiene los recursos para poder ofrecerles estos estímulos», denuncia el padre, para quien es «crucial que la sociedad invierta en estos niños porque dándoles las máximas atenciones posibles para estimularles, serán más autónomos y a la larga ello será más beneficioso para la sociedad».

Álvaro es un miembro más de la familia, hasta el punto que, como confiesa su madre, «a veces no me doy cuenta, no soy consciente, de que tengo un hijo con Síndrome de Down. Lo trato igual que a los demás, aunque soy perfectamente consciente de sus dificultades». Aunque lo padres temen que «la sociedad no lo integre y que pueda ser una carga para sus hermanos cuando nosotros no estemos», confiesa María. Algo que, por ahora, no parece posible porque cuando uno tiene la posibilidad de ver a esta familia en su cotidianidad si algo queda claro es que Álvaro no es en absoluto una carga, sino un miembro indispensable, una fuente de felicidad para todos ellos.