Huelga de taxis
A la selva en taxi
"La huelga de taxistas es tan política como los chalecos amarillos franceses, que empezaron protestando por la subida del gasóleo y acabaron embistiendo contra Macron".
"La huelga de taxistas es tan política como los chalecos amarillos franceses, que empezaron protestando por la subida del gasóleo y acabaron embistiendo contra Macron".
No basta con reconocer en la Constitución el derecho a la huelga sino que precisa de una Ley Orgánica que le ponga carriles a esa legítima protesta. En España administramos ese derecho con un texto preconstitucional de 1977, enmendado y remendado por sentencias del Constitucional, pero, en puridad, carecemos de Ley de Huelga que defina desde un principio cuales son políticas, salvajes, hasta donde llega la proporcionalidad de los servicios mínimos y en qué consisten eso que llaman «piquetes informativos».
En 40 años el PSOE y el PP han amagado con reglamentar esta patata caliente, pero ni con mayoría absoluta se han atrevido con un sindicalismo que proclama que la mejor ley de huelga es la que no existe y que hace cuestión de honor su cálculo sobre las necesidades ciudadanas y el entendimiento abusivo de que los piquetes son una avanzadilla de samaritanas bondadosas.
Los dos escollos en que siempre han naufragado Gobiernos, patronales y sindicatos. La huelga de taxistas ante la irrupción en su monopolio de los VTC, que no son otra cosa que lo mismo con chapa de otra pintura, es anticonstitucional ya que atenta contra el principio del libre mercado, es salvaje porque no se puede cortar por gala en dos la capital del país, y es tan política como los chalecos amarillos franceses de los que reclaman, hoy bajando el soufflé, que empezaron protestando por la subida del gasóleo y acabaron embistiendo contra Macron.
En este viaje a la selva en taxi, con atropellos, quema de vehículos, reyertas tabernarias y disparos de aire comprimido, se subsumen la pérdida de imagen ante sus clientes inmovilizados y la ignorancia de la competitiva globalización de los mercados en diferentes modelos de negocio. Un vocero de «Élite taxi» (el taxi español es cualquier cosa menos elitista) da el dato de chistera de que en San Francisco sólo quedan 2.000 taxis, obviando que en la ciudad californiana no es complicado estacionar y que excepto los «outsiders» toda familia posee uno, dos o tres automóviles para el macho, la hembra y las crianzas.
Dato cierto es que el usuario, que siempre tiene la razón, se encuentra en la tendencia al alza de preferir un VTC al taxi, que pretende imponer por la fuerza un modelo de trabajo ya obsoleto. Tenía que ser Podemos quien bendiciera esta algarada.
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