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Adiós, Complutense

La Razón
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La que fuera la universidad pública más grande y con más renombre del país continúa agonizando y sumida en el desgobierno, la dejadez y los escándalos. Una situación que se agrava con el tiempo y de la que el ingente aparato administrativo y, sobre todo, la gestión sectaria e incompetente de los últimos rectores, en especial del actual, son culpables.

Hace mucho que la Universidad Complutense dejó de ser aquella institución anhelada por alumnos de toda España. Hoy apenas es protagonista por nada académicamente relevante. Ni por competir en puestos modestos de los rankings educativos, ni por recibir premios ni por abrirse a nuevas líneas de investigación importantes.

Ahora es un mastodonte anquilosado donde pasillos abandonados, suciedad y tristeza son el escaparate de una fábrica de alumnos alienados. De trasfondo, una rígida estructura que acurruca cómodamente a personal administrativo y a profesores, muchos de los cuales, hagan lo que hagan y lo hagan como lo hagan, seguirán estando ahí de por vida mientras nadie fiscaliza ni cuestiona su trabajo. Entre paredes con proclamas dedicadas a presos etarras, docentes gestan política de laboratorio. Ensayan discursos de gran calado ideológico, radicalizan a los alumnos para que ellos mismos echen a los invitados que no comulgan con el pensamiento único, aplauden agresiones a estudiantes en minoría y alientan que se pierdan días de clase por ir a hacer piquetes. Enseñan cómo ser modélicas personas de izquierda, cómo tomar la revancha de una guerra que por las buenas nunca podrían vivir y cómo canalizar la mezcla de nobles sentimientos estudiantiles con el desencanto social, para hacer de la calle el campo de batalla. Para hacer del aula, el cuartel general. Encima, estos profesores son hoy nombrados honoríficos a dedo en la Complutense. Y son precisamente los que más daño le hacen.