Crítica de cine
«Aquí también hay exceso de aforo»
Diez minutos, quince, veinte... Y al andén ya casi se le están rompiendo las costuras ante la incapacidad de albergar más gente. Son las diez de la mañana y la estación de metro de la línea 5 de Vista Alegre no puede mostrarse más sombría. Los pasajeros hacen lo de siempre, pero durante más tiempo y bufando: jugar con el móvil, mirarse los zapatos como si fuese la primera vez que los han visto, observar el panel donde se anuncia la huelga que ya está siendo y, sobre todo, mirar el reloj porque el tiempo se ha suspendido.
«Mamá, ¿cuándo viene el tren, cuándo? Me quiero subir ya...», dice un niño entusiasmado. Si supiese lo que iba a ocurrir después, seguro que no lo desearía con tanta vehemencia. Llega el convoy y los vagones ya anticipan que habrá que contener la respiración para menguar unos cuantos centímetros... La madre del niño en cuestión le agarra fuerte de la mano y porfía para que encuentre no ya un asiento, sino un hueco donde el niño pueda respirar. No parece que sea su gran preocupación. Su obsesión, repetida como una letanía es «mamá, no veo nada, mamá súbeme».
Si cuesta entrar, no es menos trabajoso acomodarse. No sólo nos hemos levantado media hora antes para llegar media hora después al trabajo, es que, cuando lo logremos, estaremos hechos unos zorros de tanto roce, que casi provoca rozaduras. Todos llevamos las manos en los bolsillos, es complicado que los brazos tengan algo de autonomía salvo para encontrar algún asidero para agarrarnos. Y en cada estación, una parada que se prolonga en el tiempo.
En Marqués de Vadillo ya no se puede entrar en los vagones. «Exceso de aforo», le dice un joven a otro. Una mujer les mira y comenta: «Una vergüenza, eso es lo que es». Algunos desisten y se bajan en las siguientes estaciones. No faltan los que se acercan a las ventanillas para pedir un justificante por llegar tarde. «Señora, eso ya no se usa», dice una taquillera. El Metro sí. Tremenda sensación de desamparo.
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